Estos extraños dioses no sabían o no querían saber nada de sentimientos nobles ni de perdón. Sin haber leído a Moisés practicaban el ojo por ojo, diente por diente.
Hefesto es considerado en la mitología griega como dios del fuego. En un principio, del fuego subterráneo, después, de los hogares domésticos y artesanos.
En la mitología romana se le relaciona con Vulcano.
Se le han atribuido distintos orígenes. Homero lo considera hijo de Zeus y de la séptima mujer del padre de los dioses, su propia hermana Hera, a la que convirtió en esposa.
El poeta Hesíodo, tantas veces citado, escribe en su TEOGONIA:
“Por fin, se desposó Zeus con la última de sus esposas, con la espléndida Hera, que parió a Hebe, a Ares y Hestia tras unirse al rey de los Dioses y de los hombres. Y él mismo hizo salir de su cabeza a Tritogenia (Atenea) la de los ojos claros, ardientes, que excita al tumulto y conduce a los ejércitos, invencible y venerable, a quien placen los clamores, las guerras y las contiendas. Pero Hera, sin unirse a nadie, usando sus propias fuerzas y luchando contra su esposo parió al ilustre Hefesto, hábil en el arte de la fragua entre todos los Uránicos”.
De los hijos que tuvieron Zeus y Hera Hesíodo menciona solamente a tres: Hebe, Ares y Hestia. En la épica homérica Hefesto fue también hijo de ambos. Otra leyenda sostiene que celosa Hera por el nacimiento de Atenea de la cabeza de Zeus, dio a luz a Hefesto hijo únicamente de ella, no fruto de una relación sexual. Sabemos cómo se presentaron en el mundo de los vivos Atenea, Pandora y Afrodita, pero nada registra la mitología sobre este nacimiento antinatural de Hefesto. ¿Fue realmente antinatural o fruto de un adulterio, como apuntan otras fuentes?
Los mitólogos no han sido excesivamente amables con Hefesto. Lo retratan enano, escuálido, cojo de ambos pies. Homero agrega que era tullido, trabajaba duramente en la forja de metales. En algunas vasijas sus pies aparecen a veces del revés. En otras representaciones se le dibuja cojo, sudoroso, con la barba desaliñada y el pecho descubierto, inclinado sobre el yunque y trabajando en la fragua.
Agrega la leyenda que al nacer, la madre lo vio tan feo que lo arrojó fuera del monte Olimpo. Hefesto estuvo cayendo durante nueve días y nueve noches, hasta el mar, y allí lo salvaron dos diosas: Tetis, hija de Urano y de Gea, quien personificaba la fecundación del mar, y la oceánica Eurínome.
Al cuidado de estas diosas el joven Hefesto se empezó a interesar por la artesanía y por las joyas. Hesíodo asegura que se convirtió en un auténtico maestro en la fabricación de objetos mágicos y poderosos para dioses, semidioses y héroes. En el himno que le dedica, Homero alaba sus cualidades:
"Canta oh musa melodiosa, a Hefesto célebre por su inteligencia,
a aquél que justamente con Atenea, la de los ojos de lechuza, enseñó aquí
en la tierra trabajos espléndidos a los hombres, que antes vivían en las
montañas, dentro de cuevas, y ahora, gracias a los trabajos que les enseñó
Hefesto, el ilustre artífice pasan agradablemente el tiempo, durante
el año, en sus tranquilas casas”.
Estos extraños dioses no sabían o no querían saber nada de sentimientos nobles ni de perdón. Sin haber leído a Moisés practicaban el ojo por ojo, diente por diente. Palos que me das, palos que te devuelvo. Si puedo, aumentados.
Según la leyenda, Hefesto nunca perdonó a su madre. Construyó un trono de oro que se lo ofreció como regalo. Tan pronto como ella se sentó en aquél maravilloso trono quedó atrapada sin posibilidad de levantarse. Ninguno de los dioses pudieron liberarla. Dionisio consiguió emborrachar a Hefesto, llevarlo al Olimpo y excarcelar a la madre. Pero cuando se le pasaron los efectos del alcohol exigió que a cambio de haberla dejado libre, se le diera por esposa a Afrodita.
Otra leyenda, de la cual tratamos en el capítulo sobre Afrodita, ofrece distinta versión. A Zeus le preocupaba la espectacular belleza de la diosa y a casusa de ella temía una guerra entre dioses. Para evitarse problemas casó a Afrodita con un hombre carente de encantos físicos: Hefesto. El dios feo estaba contentísimo de haberse casado con la diosa de la hermosura y forjó para ella magníficas joyas, entre ellas un cinturón de oro que la hacía más irresistible para los hombres.
Afrodita no se conformaba. Continuaba con su vida de un amante a otro. Enterado Hefesto de que mantenía relaciones con Ares, el dios de la guerra, les tendió una trampa parecida a la que utilizó con su propia madre. Preparó una red de plata irrompible e invisible en torno a la cama de su mujer. Cuando Afrodita se acostó otra vez con Ares la red atrapó a los dos amantes. Hefesto llamó a todos los dioses del Olimpo para que vieran el adulterio y avergonzar a los amantes. Hermes, el mensajero de los dioses, comentó que a él no le habría importado sentir la misma vergüenza con tal de mantener relaciones sexuales con semejante hermosura. Cuando le pareció, Hefesto decidió liberarlos a condición de que prometieran dar fin al romance. Lo hicieron. Lo prometieron. Quedaron libres. Pero puesto que prometer se reduce a mentir, aunque se trate de un dios y de una diosa, los dos continuaron con sus fullerías sexuales.
Aún cuando en el Olimpo Hefesto era considerado como un dios endeble, preocupado sólo por sus trabajos en la fragua y en el yunque, no rehuía los peligros. Combatió como un héroe en la guerra de Troya y en la otra guerra de los dioses contra los gigantes. Se enfrentó al gigante Clitio y le dio muerte golpeándolo con un mazo de hierro incandescente, las armas que mejor conocía y las que solía usar.
Todas las historias que se escriben acerca de Hefesto ponen empeño en destacar su fealdad. Feo es el diablo, y triunfa sobre los guapos. Eres feo y viejo –decía en el siglo XIX el escritor francés Eugéne Sue-, pues bien, sé terrible y enérgico, se olvidará tu fealdad y tu edad.
Si continuamos en el mito, terrible y enérgico era Hefesto, quien tuvo el destino cruel o magnánimo de amar a criaturas hermosas. Además de Afrodita, un matrimonio concertado que no tuvo descendencia, el dios feo tuvo amores, entre otras, con la bella Caris, de la que se dice que fue una de sus esposas, y con Aglae, una de las Tres Gracias –Aglae, Eufrosina y Talía –hijas de Zeus. De las distintas esposas tuvo varios hijos; se mencionan los nombres de Polemón, Caco, Árdolo, Perifete y Erictonio, nacido del intento de violación de la diosa Atenea.
Cuando una mujer conoce a un hombre tan feo como dicen que era Hefesto, el primer impulso es de rechazo. Pero si entablan amistad y ella va descubriendo poco a poco la belleza natural de su corazón y la nobleza de carácter, estos atributos le hacen olvidar lo defectuoso de sus rasgos y lo juzga digno de ser amado. Lo que de la mujer se dice con respecto al hombre es igualmente aplicable al hombre respecto a la mujer. Decía el poeta francés La Bruyere que la persona –hombre o mujer- de nobles sentimientos, no es fea aun cuando tenga las facciones deformes. Así como nos acostumbramos a la belleza podemos acostumbrarnos a la fealdad. Por tanto, quien llegue a enamorarse no se debe preocupar de que él o ella sean feos o guapos, feas o guapas. Al fin y al cabo, la belleza es una carta de recomendación cuyo crédito dura poco. La edad, el cruel paso de los años, se encarga de confirmarlo.
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