La única manera fiable que tenemos de comprobar la autenticidad de cualquier mensaje es sometiéndolo a la prueba irrefutable de la Palabra.
Todo lo que se sale del ámbito de lo natural y entra en el terreno de lo sobrenatural ejerce un gran poder de seducción sobre el ser humano. Es por eso por lo que en Occidente, donde la ciencia se ha convertido en una especie de oráculo que nos ha proporcionado muchas respuestas a preguntas que siempre nos habíamos hecho, hay amplia cabida para el esoterismo de cualquier tipo.
Aunque todo lo que tiene que ver con las creencias religiosas ha sido desplazado al terreno de lo privado e incluso ha sido tildado de poco menos que superstición, la proliferación de viejas y descabelladas doctrinas sobre el mundo espiritual muestra que, lejos de haber superado la necesidad de lo extraordinario, el moderno y sofisticado hombre occidental lo busca, igual que hacía el hombre antiguo, lo que demuestra que la ciencia llena un hueco hasta cierto punto, más allá del cual se abre un terreno que está fuera de su competencia, pero que el ser humano quiere conocer.
Cuando abrimos las páginas de la Biblia vemos que lo sobrenatural es una razón aducida, vez tras vez, para que levantemos nuestros ojos a lo alto y alabemos a Dios, capaz de realizar obras maravillosas. Tanto los portentos de la creación, como los de la providencia y la redención, son argumentos contundentes que demuestran la existencia de Dios y también su facultad de efectuar lo que nadie más puede hacer. Su poder y su sabiduría se despliegan de manera formidable, de modo que nos inducen a postrarnos ante él. Lo sobrenatural forma parte esencial de la misma verdad cristiana, porque los hechos que giran en torno a Jesús son de esa naturaleza. Su nacimiento fue sobrenatural, su ministerio también, igualmente lo fue su resurrección así como su ascensión y lo será su segunda venida. Si eliminamos lo sobrenatural ¿qué nos queda? Un Dios rebajado a la categoría racionalista del deísmo. Es decir, un dios que no es Dios.
Sin embargo, al lado de esta acertada insistencia en la importancia de lo portentoso, puede surgir una obsesiva fijación por lo sobrenatural per se. Y de esta manera es como nacen todo tipo de promotores de fraudes engañosos, que encuentran un terreno abonado en el anhelo del corazón humano por algo más que lo natural. Una de las características de los últimos tiempos es precisamente la multiplicación masiva del engaño, sustentado por la abundancia de prodigios sobrehumanos. Dado el tremendo poder de apelación que tiene todo lo que está por encima de lo ordinario, muchos van a ser arrastrados para seguir peregrinas doctrinas, al dar por sentado que el prodigio garantiza la veracidad del hacedor del mismo. De hecho, el personaje descrito en Apocalipsis como el falso profeta puede realizar grandes señales mediante las cuales cautiva a las naciones.
La cuestión que se plantea mediante el prodigio es la siguiente: ¿Cómo no va a ser auténtico el mensajero y el mensaje si a ambos los respalda tal fenómeno? Según este planteamiento lo sobrenatural es decisivo para dilucidar la verdad de lo que se enseña. ¿Acaso el mismo Jesús no argumentó de ese modo para que la gente creyera en él, en vista de las cosas extraordinarias que podía hacer? Por lo tanto, si él echó mano de esa razón de peso, es factible seguir su ejemplo, pues la contundencia del prodigio es lo concluyente. Pero hemos de ir con cuidado en este terreno, no sea que nos den gato por liebre, siendo preciso, antes de llegar a conclusiones apresuradas, ser cautos.
Hay dos elementos a tener en cuenta: El prodigio y el mensaje. Si el prodigio es real pero el mensaje es torcido, da lo mismo cuán impresionante pueda ser el milagro que podemos estar seguros de que estamos ante una patraña. Es decir, no es el prodigio el que fija la veracidad del mensaje sino que es el propio mensaje el factor determinante que muestra la procedencia del prodigio. Y la única manera fiable que tenemos de comprobar la autenticidad de cualquier mensaje es sometiéndolo a la prueba irrefutable de la Palabra, con lo cual llegamos a la conclusión de que es la Palabra el criterio final y definitivo que hemos de emplear en este asunto, lo mismo que en cualquier otro.
El caldo de cultivo propicio donde cuajan todo este tipo de engaños es allí donde hay ignorancia de la Palabra o donde habiendo conocimiento intelectual de la misma no hay disposición para ponerla en práctica. Por eso, la ignorancia y el rechazo de la verdad se convierten en grandes aliados del error sobrenatural.
Es cierto que Jesús empleó el argumento de lo milagroso para ayudar a la gente a que creyera en él. Pero sustentando ese elemento milagroso estaba la verdad de su mensaje, una verdad que muchos no estuvieron dispuestos a recibir. De hecho, cuando se rechaza la verdad de forma persistente, es Dios mismo quien permite que el engaño se presente en toda la fuerza de su seducción, para atrapar al que no ha querido creer en ella. Por eso haré de la Palabra mi indumentaria cotidiana, sabiendo que esa Palabra me proporciona la clave que me libra del error.
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