Con el cogote en el cabestrillo

Quería figurar y esto le hacía daño. Para ser aceptado se esforzaba en tener contento al personal. De tanto sucumbir a los deseos ajenos, Cerete, se volvió ignorante en cualquiera de las materias. Es más, se convirtió en un ser orgulloso y atrevido si se le avisaba de su error. 

Por agachar la cabeza en demasía, llegó el día en que no pudo enderezarse. Tuvo que acudir a urgencias. Allí rápidamente le hicieron un cabestrillo a la medida de su cogote. Al doctor le costó sudor y lágrimas volver a enderezarle el cuello pues tenía las cervicales petrificadas. Para que le ayudaran necesitó a cuatro personas más, entre ellas el guardia de seguridad que vigilaba en la puerta. Lo consiguió y lejos de desalentar a su paciente, le dio esperanzas. Esto se cura, le dijo, lo superarás si llevas este cabestrillo un tiempo. 

Aunque a Cerete le fue duro adaptarse a la nueva posición, disfrutó al poder mirar directamente a los ojos de los demás. Hasta entonces se había acostumbrado a asentir, a hacer lo que le pedían. Su intención era caer bien al mundo entero. Por este motivo tenía las manos quemadas de ponerlas con frecuencia sobre el fuego, por guiarse en las decisiones que tomaban los otros antes de enfrentarlas con su inteligencia.

Pobre Cerete. Todo le admiraba. Todo le asustaba. Temía discutir. Temía decir que no. Temía oponerse. Temía que le miraran mal.

Como decía, con el cogote en cabestrillo podía ver a los que tenía enfrente y descubrir que, en cuestión de ignorancia, eran igual que él. Sin embargo, querían superarse. Superación: virus que mejora a las personas. Cerete se sintió contagiado por él. A partir de ahí, su vida comenzó a ser menos insulsa. Se le despertó el gusanillo del estudio que andaba vagueando en su cerebro y procuró que no se le volviera a dormir. Aprendió a razonar. Ya podía pensar. Nunca antes lo había hecho y confesó que era un verbo extraordinario. Mejoraba. Se había equivocado en tantas decisiones que se sentía Cerete a la izquierda, muy afligido por su comportamiento, por lo atrevido que había sido y porque averiguó que le habían usado para fines ajenos a los suyos. Entendió que dejarse manipular le había hecho desdichado. Cada vez que se sentía mal por el tiempo pasado, recordaba las palabras recibidas en urgencias: Esto se cura, esto se supera. Se sintió libre de su enfermedad y condena. Su buena voluntad y obediencia ciega durante años no le sirvió de nada pues, cuando dijo basta, cuando los que se tenían por listos, los que habían sacado partido de él se dieron cuenta de que estaba curado, le dieron de lado, cosa que a Cerete le importó un pito. Supo que la ignorancia consentida es pecado, le impedía formarse y llegar a la verdad. 

Si le viesen ahora parece otro, da gusto estar con él. Hay que ver lo que hace un simple cabestrillo puesto en condiciones.