Querido Leonardo: ¡Me alegra que lloraras! Sé que esta primera frase con la que comienzo mi carta te puede resultar extraña, acabo de imaginar tu cara. Sin embargo, realmente me alegra que lloraras, no te avergüences. Considero que es un triunfo poder expresar las emociones.
Como me contabas en tu escrito, lo hiciste en público. En ocasiones durante la enfermedad de tu padre, y en el posterior funeral. Te felicito.
¿Por qué un hombre ha de ocultar el dolor que siente? ¿Por qué los hombres no pueden declarar sus penas? ¿Por qué la rudeza se asocia a vuestra condición?
Creo que esta libertad que precisaste ante familiares y amigos es un ejemplo a seguir para todos los de tu sexo que estaban presentes.
Ser vulnerable es sano para el espíritu, te llevará hacia otra manera de ser más humana. Sensibles nos creó el Señor, varón y hembra, los dos.
Aunque siempre has procurado guardar tu experiencia en intimidad
sé que, igual que yo, otros conocen la triste relación que tuvisteis. Cómo queriendo estar a su lado te rechazaba. Por eso, llorar demuestra la tristeza vivida junto a él. La falta de caricias, los besos nunca recibidos, las presiones en los estudios para que maduraras antes de tiempo como está estipulado para los chicos.
Y, sobre todo, los deseos que sobre él volcaste y se truncaron sin llegar a realizarse. Todo eso ha debido ser muy duro para ti. Confío en que puedas perdonarle. El paso del tiempo te ayudará en esto. No tuvo buenos maestros y fue una víctima más de la cárcel que encierra los sentidos primigenios. ¡Libéralos tú, Leonardo, como ahora estás haciendo!, hazlo por ti y por él. Véngate de la época que os tocó vivir, de esa y de lo que queda en el presente. Se hombre y se humano que muestra sus dolores y flaquezas sin temor.
¿Cuántos más hay perdidos en tan dañinas enseñanzas, sin iniciativa, esperando que alguien encabece la lista de liberados para poder seguirle?
Puedo imaginar en tu padre momentos de frustración sobre su comportamiento y tampoco supo hablarlos para no mostrarse débil. Los progenitores tenemos momentos de lucidez, Leonardo, momentos que no podemos traducir en hechos tangibles. No podemos porque no sabemos. Es más, nos acostumbramos a ciertos métodos, nos acomodamos a ellos y nos da vergüenza romperlos porque creemos que asumir nuestros errores nos desarma de todo aquello con que nos vistieron desde que asomamos la cabeza al mundo. Todo aquello que, sin ser cierto, creemos nos protege. No nos gusta que nuestros hijos vean nuestro verdadero ser interior.
Abraza y besa a tus hijos cuantas veces puedas. Sé que lo haces, perdona que te aconseje sobre lo que sabes. No te canses ni tengas miedo. Trasmíteles este amor que les tienes y aliéntalos también a ellos a hacer lo mismo contigo. Pídeles que te abracen, pídeles que te besen si olvidan hacerlo algún día. Pídeles que te hablen, que te cuenten sus miedos y frustraciones. Procura, si es que existe, eliminar el silencio entre vosotros. Esto te reconfortará, te ayudará a sanar y, a ellos, les dará la oportunidad de vivir de otra manera. Sin apenas darse cuenta, sacarán al mundo de la violencia machista y estereotipos en que se halla.
Hombres y mujeres hemos sido marionetas en los procesos de construcción sobre cómo debemos comportarnos. Nos han alentado a actuar de maneras determinadas, violencia y control para los hombres, ternura y aceptación para las mujeres. Es hora de cortar los hilos, ¿no te parece, Leonardo?
Besos, besos, besos. Todos sobre tu cara y tus lágrimas,
Isabel
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