El deseo de ganar

Imagínate que eres la hija número veinte de una familia de veintidós. Imagina que cuando eres niña tienes la pierna izquierda paralizada, y tu madre y tus hermanos tienen que darte masajes en las piernas porque no puedes andar ¿qué futuro te espera? ¿Crees que podrías llegar a ser campeona olímpica? Eso fue exactamente lo que le ocurrió a WILMA RUDOLPH, que ganó las carreras de los 100 y 200 m lisos en los juegos olímpicos celebrados en Roma, año 1960.

El deseo de ganar es contagioso. Cuando tienes a tu lado a una persona triunfadora, que es capaz de luchar contra todas las adversidades, tú mismo te conviertes en un ganador. Pase lo que pase, sólo piensas en seguir adelante y darlo todo ¡y eso que sólo hablamos de un juego!

Si mencionamos la victoria más importante que existe ¿qué dirías? Dios nos dice que nos preparemos para "ganar almas", para ser verdaderos "salvavidas". Ganar un alma es arrebatarla al peor enemigo que existe, el diablo, y llevarla a la gloria desde el mismo momento que se entrega a Dios. Ganar un alma es explicarle todo lo que Dios ha hecho en tu vida y ofrecerle la posibilidad de que pueda ser real en la suya. Ganar un alma es darle sentido y significado a la existencia de los que nos rodean ¡Es una conquista que supera cualquier otra experiencia!

Observa el ejemplo de muchos en la Biblia. Aprende de ellos su sensibilidad, su ponerse al lado de la persona que sufre, su demostración del amor de Dios..., pero, sobre todas las cosas, fíjate en el ejemplo de un hombre como Pablo, que fue capaz de renunciar a todo lo que era para dedicar su vida a ser un conquistador. Conquistaba vidas para el Señor, y es que ¡Dios mismo nos dice que el que gana almas es sabio!

Gran parte de nuestras actividades en la vida no tienen mayor repercusión que la que puede durar unos pocos días. Ganar almas es una conquista que dura por toda la eternidad: un día sabremos cuántas personas han encontrado sentido a su vida y ahora disfrutan de la vida eterna como fruto de nuestro trabajo. Ese día seremos mucho más felices que hoy porque sentiremos el gozo de que alguien, con lágrimas de alegría en sus ojos, nos diga: "Gracias a que Dios te ha utilizado a ti, estoy aquí. Tú has sido mi salvavidas".