Antes que a ustedes, le conté esto mismo a Victoria, una mujer sin norte que conocí el mes pasado. Se sentía como yo hace algún tiempo y decidí contarle mi historia. Ahora somos amigas.
Le hablé de mi pasado, de los complejos que desde mi nacimiento venían adornando mis días. La causa principal fue, primeramente, mis padres. Habían perdido una hija de seis años en un accidente. En mí pusieron todas sus esperanzas. Recibí su mismo nombre, y por más que se empeñaron..., no me parecía en nada a mi difunta hermana. Ella era rubia, yo morena. Ella espigada, yo metidita en carnes. Ella era dulce, bondadosa, yo agria y contestona. Fueron muchas las veces que me lo echaron en cara. Para ellos fui una decepción, pues jamás cumplí ni cumpliré sus expectativas. ¿Soy culpable de ser como soy, de ser yo misma?
Nació mi hermano. Con él llegó un poco de alegría a casa. Esto hizo que me viera más descargada de las comparaciones que sufría. Sin embargo, estuve obligada a servirle. “El niño quiere esto”, “el niño lo otro”, “tráele al niño”, “dale al niño”. En fin..., acepté mi servilismo con tal de contentarlos, con tal de ganarme su cariño. No obstante, nada de lo que hacía les parecía bien.
En el colegio me tomaron manía. Fui la oveja negra de la clase. No lograba memorizar los temas. No lograba entender las matemáticas. Odiaba la física. En el recreo casi siempre estaba sola.
¿Saben cuál es la frase que más se ha repetido en mis oídos a lo largo de los años? “No vales para nada”. Con ella dormía. Con ella despertaba. Esa amargura consumía mis entrañas. No tenía ilusiones. No soportaba embarcarme en ningún proyecto por miedo al fracaso. Todo lo nuevo empezó a aterrarme... ¡Cuántas veces deseé no haber nacido!
“No vales para nada” se grabó de tal manera entre los surcos de mi cerebro que pensé que jamás lograría sacármela, pero..., ¡qué grande es Dios!
Recuerdo que era julio. Hacía un calor espantoso. Iba paseando por la playa y vi un librito pequeño abandonado en la arena. Me pareció un nuevo testamento y no me equivoqué. Las iglesias siempre me han dado miedo, te hacen sentir culpable, sin embargo, lo cogí y me senté en una roca próxima a la orilla para echar un vistazo a su contenido. Al dirigir mis ojos a la primera página vi escrito a mano: “Tú vales mucho para Dios” (con el tiempo supe que era el eslogan de un programa evangélico que aparecía los domingos por la mañana en televisión). Decidí continuar leyendo al darme cuenta de que aquel librito parecía no hablar de nombres de iglesias sino de la vida de Jesucristo... Lloré como nunca antes había llorado. No sé qué pensarían las personas que pasaban cerca aunque, en aquel momento, eso era lo que menos importaba.
Leí, además, que Jesús había muerto por mis pecados porque yo valía mucho para Él y me invitaba a formar parte de los suyos. Allí, en mi soledad interior, mirando al mar, a pesar de estar rodeada de tanta gente, le dije que le quería formando parte de mi vida.
Han pasado los años y aún conservo aquél Nuevo Testamento. Estoy casi segura de que alguien lo dejó a propósito en aquél lugar para que alguien que se encontrara perdido pudiera encontrarlo. He aprendido algunos textos de memoria, de ellos me alimento cada día.
Porque él dice en las Escrituras: “En el momento oportuno te escuché; en el día de la salvación te ayudé.” Y ahora es el momento oportuno. ¡Ahora es el día de la salvación![*]
No puedo extenderme mucho más en este escrito, sólo les anuncio que mi amiga Victoria, la mujer que oyó mi historia antes que ustedes, también ha llorado su desgracia antigua y al mismo tiempo su nueva alegría. También ama a Jesús.
Para terminar les digo que ahora valgo porque sirvo al Rey de Reyes. Me he entregado a Él. He puesto en sus manos todas mis parcelas interiores para que las gobierne. No se equivoquen, creer en Dios no es un talismán contra la mala suerte. Creer en Dios y servirle es un planteamiento de vida. Es querer hacerlo todo por amor a Él. No estoy libre de enfermedades, ni de las penurias que todos padecemos, ni de equivocarme. Simplemente les expreso que tengo un motivo para vivir, que ese motivo ha cambiado mis días y mis noches, que me ha dado una paz que antes no conocía, que me ha concedido un camino cuya meta merece la pena si se empieza aceptando la salvación en el Hijo de Dios, quien murió por mis pecados en la cruz y resucitó para darme a mí, la que no servía para nada, la que nunca cumplió las expectativas de nadie, vida eterna.
Sirvo y lo que hago sirve. Para Él siempre he sido importante, lo supiera yo o no lo supiera. Me cuidó desde que estaba en el vientre de mi madre para hacerme suya, sin que yo lo entendiera todavía.
Para Él, mi ser, valía la pena desde el principio de los tiempos. Por Él fui redimida de todas mis faltas. Si Jesús vino a servirme por amor, si le he entregado ya mi corazón...,
¿qué puedo hacer sino servirle?
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