No entraré en el absurdo que inunda algunas, muchas iglesias de falsos iluminados a los que se les admira y obedece con la reverencia y las ansias que no son capaces de ofrecer a Dios.
¿Qué es un profeta? El profeta en la Escritura realiza dos funciones: puede ser lo mismo que un predicador (el que habla por boca de Dios algo que concierne al presente) o alguien que predice el futuro. Tomado del libro ¿Por qué no la mujer? Editorial Jucum.
El/la* profeta de Dios forma parte del cuerpo de Cristo. Se habla en las congregaciones de la importancia de ocupar no un lugar en un banco sino un puesto útil. Se insiste en que todos, cada uno tiene un cacho de carne, un órgano, un músculo, una gota de sangre con la que trabajar para que, el grupo, unísono en todo su conjunto, funcione.
...así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo y estamos unidos unos a otros como miembros de un mismo cuerpo.
Ro 12:5.
El cuerpo humano, aunque está formado por muchas partes, es un solo cuerpo. Así también Cristo. De la misma manera, todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, fuimos bautizados para formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu; y a todos se nos dio a beber de ese mismo Espíritu.1 Co 12:12-13.
El cuerpo tiene partes visibles que se adornan y llenan de prestigio. Gustan, se lucen y se saca partido de ellas. Tiene también otras zonas que se tapan por ser consideradas menos dignas de estar expuestas a la luz.
Sin embargo, son igualmente importantes para el buen funcionamiento del conjunto. Por ejemplo, a mí se me ocurre comparar (perdonen el atrevimiento) al profeta con esa parte que tratan de esconder tras las prendas íntimas. Aceptar su destape puede producir escándalo, pues denuncia, habla y critica lo que nadie quiere escuchar ni saber, pone el dedo en la llaga del mal. Al contrario de los que huyen de la realidad, él se manifiesta.
Son numerosos los que en las congregaciones votan para que el pecado permanezca escondido en el trastero y así poder seguir cometiéndolo. Cuando deciden abrir la puerta es sólo para que entren más atrocidades, no para dejarlas salir y exponerlas a la luz. A la luz saca la cara buena de la moneda para seguir engañando.
El profeta no gusta a nadie. Molesta su presencia, avergüenza. Él lo sabe. Es consciente de su tarea. Sufre. Teme. Llora. Enferma. Maldice su suerte. Se siente tremendamente solo, despreciado. Los de su grupo ni dieron, ni dan, ni darán la cara por él. Nadie cuida al profeta verdadero.
El designado no puede engañar para quedar bien, para recibir beneficios, para ser bien mirado. Vive entre la espada y la pared y, en bastantes ocasiones, querría ser parte grata. De esto tenemos ejemplos en la Biblia.
Si los profetas que expresan el mensaje de Dios lo pasan mal, podemos imaginar cómo viven aquellos que, siendo designados, todavía guardan silencio gracias a su cobardía. Cobardía que puede estar alimentada al ocupar otros puestos que no le corresponden y le han sido ofrecidos para que calle. Profetas cobardes también los vemos en las Escrituras.
¿Hay partes nobles e innobles? El profeta auténtico, el enviado de Dios, trabaja contracorriente. Recibe quejas del ojo y de la mano; de la cabeza y de los pies; de la oreja y de la boca, pero no por eso deja de ser del cuerpo porque
Dios ha puesto cada parte del cuerpo en el sitio que mejor le pareció. Si todo fuera una sola parte, no habría cuerpo; pero lo cierto es que las partes son muchas, aunque el cuerpo solo es uno.1 Cor 12:18-20.
Si el conjunto careciera de esa zona que lo regula, ¿qué ocurriría?
El cuerpo humano, aunque está formado por muchas partes, es un solo cuerpo. Así también Cristo.
1 Co 12:14.
Permítanme continuar comparando al profeta con esa parte donde termina la columna y aparecen las piernas. Cuando la necesidad llega, él, unas veces con sumo valor y otras con miedo, hace una declaración. Habla y actúa para el bienestar del organismo, pero su puesta en escena suele parecer inoportuna y maliciosa. Rompe la rutina. Descuadra el orden del día. Enfada.
Cuando esa función que realiza el profeta se silencia, los que le amordazan, los teatreros eclesiales, mienten diciendo que buscan luz, exclaman a Dios que les muestre el camino y lloran desconsoladamente.
Existe la tónica general de procurar apagar la luz que muestra el profeta. Al apagarla, el cuerpo se descompone y se pudre en la negrura.
Porque esa zona se considera inmunda, los profetas no suelen salir bien parados en su misión.
Tienen poco que ganar y todo que perder. Son sabedores de su estatus y lo asumen. Les tocó, no saben el motivo de su desventura y no tienen elección. No pueden ejercer otra función más que la que ejercen.
También ocurre que, en las iglesias, una vez pronunciado su mensaje, estos suelen acabar en el mismo lugar donde tienen por costumbre ir los desechos naturales. Los más pudientes tratande ocultar sus profecías, les prohíben expresarse, los persiguen para que se asusten y huyan o le examinan con lupa para reprocharles sus defectos, aunque el profeta de ninguna manera es ni se siente perfecto. Se sabe parte imperfecta, encabezada por Cristo que da la perfección. El profeta se incluye en la miseria, es miseria como todos los demás, lo sabe, igual que sabe que los dedos ajenos le señalan a él para incordiarle.
El poseedor de este don no lo eligió por voluntad propia, no obstante, se ve obligado a luchar para que el cuerpo y él mismo se limpien,
diciendo la verdad con amor debemos crecer en todo hacia Cristo, que es la cabeza del cuerpo.
Ef 4,15.
¡Dichoso el hombre que no sufre por lo que dice
y a quien no acusa la conciencia!
¡Dichoso el hombre al que no le falta el ánimo
ni ha perdido la esperanza!
Eclesiástico 14,1-2
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* Me refiero a profetas hombres y mujeres, ambos existen por designación divina, aunque en el texto no vuelva a especificarlo.
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