Maurice Sendak, el autor e ilustrador de libros para niños que vio el lado oscuro de la infancia, murió el martes pasado de un derrame cerebral, a los 83 años. Su inquietante libro Donde viven los monstruos (Alfaguara) fue adaptado recientemente al cine por Spike Jonze. Su obra nos enseña que, con la nostalgia, uno tiende a idealizar una época cuando nos parece que éramos realmente inocentes.
Este duro retrato de la infancia como territorio salvaje y del niño como un monstruo nada inocente, apareció pocas semanas antes de que el presidente Kennedy fuera asesinado en Dallas el año 1963. Era un libro extraño, con un formato horizontal y siniestras ilustraciones, que mostraba la compleja y atormentada personalidad de su autor, un hijo de inmigrantes judíos de Polonia, nacido en Brooklyn (Nueva York) en 1928.
Sendak se ha convertido hoy en día en un autor de culto. Ha escrito e ilustrado más de un centenar de libros, pero ésta sigue siendo su historia más conocida. Se ha adaptado varias veces al cine como cortometraje de animación, y se ha hecho incluso una ópera de ella. El escritor vivió solo, tras la muerte de su compañero homosexual durante cuarenta años, un psiquiatra llamado Eugene Glynn. Algo que sin duda reforzó el tremendo aislamiento en que ha vivido desde su adolescencia.
UNA HISTORIA LLENA DE RABIA
El protagonista de
Donde viven los monstruos comete tantas tropelías en casa, mientras juega vestido de lobo, que su madre le llama monstruo. Lleno de rabia, parece tan descontrolado en su torbellino de maldad y destrucción infantil, que amenaza a su madre con comérsela. No es extraño que acabe en la habitación castigado sin cenar…
Enfadado con su madre, en el libro Max no escapa de casa, sino que en su habitación se crea un mundo fantástico, que en la película se encuentra tras navegar y llegar a una isla. En la soledad, el niño habita en la imaginación de un universo paralelo que nace de una ira apenas controlada.
El estado iracundo de Max potencia que en su mente construya un lugar diferente, donde poder hacer lo que quiera sin que nadie le diga nada. Max da así rienda suelta a sus actos, intentando ganarse el aprecio de unos monstruos, que finalmente le hacen rey.
MUNDOS IMAGINARIOS
A finales de los noventa, el director de cine, Spike Jonze, se hizo famoso con Michael Gondry por una serie de historias neo-surrealistas, que revelaban su pasado de creadores de
videoclips. Sus anteriores películas,
Cómo ser John Malkovich (1999) y
Adaptation (El ladrón de orquídeas, 2002), no son productos para todos los públicos. Tienen un sentido del humor que resulta algo marciano para la mayoría de la gente…
En Donde viven los monstruos se dan, como en sus anteriores películas, dos niveles de representación de la realidad, que nacen del deseo expreso de sus personajes de querer ser siempre otro. El personaje de Max (interpretado maravillosamente por el niño Max Records) tiene padres divorciados. Su madre (la hechizante Catherine Keener) tiene ahora un compañero (el actor independiente Mark Ruffalo) y él una hermana (con amigos que se burlan de él).
En la película, Max –también disfrazado de lobo– se comporta como un salvaje, imponiendo sus deseos y caprichos a los demás. Una noche discute con su madre, abandona la casa y, tras correr por el bosque, se sube a una embarcación para emprender un viaje a donde viven los monstruos(literalmente el título es
Donde están las cosas salvajes) y poder actuar sin reproche alguno.
¿TODO DEMASIADO OSCURO?
Liberado de presiones familiares y sociales, se coloca en una posición de poder. El niño se convierte así en monstruo, con la tiranía que deriva del capricho y el despotismo salvaje de alguien sin control. La complejidad del comportamiento de Max y su relación con los monstruos, crean así situaciones de cierta violencia.
La película tiene por eso pasajes de gran tensión, casi terror, nada habituales en una obra que parece dirigida al público infantil. La falta de una espectacularidad artificial en el planteamiento visual –las figuras son muñecos o actores disfrazados, no imágenes virtuales–, crea paradójicamente una cercanía que puede ser demasiado impresionable para ciertas retinas. La crítica americana la ha calificado por eso de demasiado “oscura, quizá no del todo para niños”…
La pregunta es si esta es una historia realmente oscura, o las críticas no son más que un reflejo de una sociedad que sobreprotege a los más pequeños.
Vivimos en una cultura que no acaba de entender al niño. Pasamos de una dictadura educativa a una relajación en las costumbres y hábitos, que hace que ahora se estén buscando de nuevo los límites.
En principio, no hay ningún motivo para no enfrentar al niño con temas como la muerte, la humillación, la violencia o la tristeza. Aunque hay contenidos para los que los niños no tienen capacidad de entendimiento. La lectura en ese sentido tiene que ser siempre crítica, acompañada de un adulto, pero el niño ha de poder enfrentarse a emociones como la ira, la rabia, la venganza y la frustración, que están ahí y nadie puede negar.
FABULA PARA ADULTOS
El adulto encuentra esta historia turbadora, al descubrir mucho de sí mismo en este niño, que se cree el centro del universo. Cuando sentimos que se nos ha negado el amor o la atención que merecemos, ¿no nos decimos también a nosotros mismos que estaríamos mejor sin esos familiares o amigos? Cuando vemos los fallos y faltas de todo lo que nos rodea, ¿no miramos también nosotros a los que tienen responsabilidad con desprecio, como si nosotros lo pudiéramos hacer mejor? Y cuando nos vemos a veces abrumados por toda la miseria que hay en este mundo, ¿no quisiéramos nosotros también escapar o destruir lo que no nos gusta?
Así como Max tiene que verse a sí mismo reflejado en los monstruos, también debemos nosotros hacerlo, seamos niños o adultos. Cuando vemos un mundo lleno de defectos, en el que no es fácil conseguir la felicidad, y las cosas son más complicadas que intentar satisfacer a una u otra persona, o corregir un error, nos sentimos inmensamente frustrados. Descubrimos así nuestra inseguridad e inmadurez, la vulnerabilidad y debilidad en que vivimos.
EL ABRAZO DEL PADRE
Como la sabiduría del Predicador de Eclesiastés expresó hace miles de años, no importa lo lejos que viajemos buscando la felicidad, o cuánto nos esforcemos para traer sentido y esperanza a un mundo que carece de ella, nuestros mayores esfuerzos nos dejan la impresión de una existencia absurda y fútil. Da igual lo que consigamos para nuestros jefes, padres, líderes o gobernantes, siempre nos quedamos con la impresión de que esto no lo podemos arreglar, y finalmente tenemos que morir...
El fracaso de Max en traer felicidad y armonía al mundo sobre el que reina, nos sirve para darnos cuenta de que no somos reyes ni salvadores, o el centro del universo. Es así como podemos ver más allá de la desesperanza y la falta de sentido del mundo que nos rodea, a Aquel que puede vencerlo, el verdadero Rey, nuestro Padre celestial.
Si la conclusión de Eclesiastés puede parecer el remedio – “el fin de todo discurso oído es este: Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque este es el todo del hombre” (12:13)–, podemos ver también con Max que este no es el final de la historia. Debemos rendirnos de nuestra rebelión, pero también regresar a los brazos de un Padre cuyo amor y poder es mayor que el de ningún rey. Solo Él nos podrá dar paz y armonía.
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