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Amor y sexo en la mitología griega
 

Ulises y Penélope

Penélope ha quedado en la historia y en el arte como heroína de una sociedad ideal, representante femenina de la astucia, la lealtad y la tenacidad.

ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 21 DE ENERO DE 2015 10:25 h
Cuadro Odysseus und Penelope / Johann Heinrich Wilhelm Tischbein (Public Domain)

Los amores verdaderos -los hay falsos- los que tienen raíces profundas en el corazón, no se apagan, no mueren, aunque los enamorados estén separados por miles de kilómetros o por otras tantas millas marinas. Hay gente que ha muerto y de alguna manera demuestran que se siguen amando. Al encanto y la magia del primer amor nadie puede predecir su muerte. Se ama más cuando se está separado del amor por un imposible.



Este fue el caso de Ulises y Penélope, a quienes 20 años de separación no consiguieron matar el amor. La historia la cuenta Homero en la ODISEA.



Homero fue un poeta épico griego del que se sabe muy poco. Algunos autores han dudado de su existencial real. La mitología griega lo sitúa nacido en Esmirna hacia el año 850 antes de Cristo. Se le considera autor de la ILIADA y la ODISEA, dos grandes obras poéticas de la antigüedad que entre ambas suman 27.800 versos.



El poeta y escritor italiano del siglo XIX, Giacomo Leopardi, dijo en sus días que “Homero es el padre y el perpetuo príncipe de todos los poetas del mundo”.



La ODISEA entretiene la historia de Ulises y Penélope. Otro italiano de la misma época que el anterior, el poeta y filólogo Manara Valgimigli, especializado en historia y mitos de la Grecia antigua, al comentar la ODISEA afirma que “Ulises es la figura más rica de humanidad que la poesía griega ha creado, con su riqueza singularísima de prudencia y valor, de curiosidad y de inteligencia, de generosidad impetuosa y de calculada frialdad, de lucidez y de cautela, de segura presteza y de obstinación, de fe y de duda, de ardentísima y activísima astucia, los temas y los motivos mayores y menores de todo el poema”.



Para algunos críticos de ambas obras, ODISEA, en muchos aspectos, es una continuación de la ILIADA.



La acción del poema se sitúa en Ítaca, una de las actuales islas jónicas situada frente a la costa occidental de Grecia.



En los veinticuatro cantos que componen la ODISEA  abunda toda clase de personajes: amigos y enemigos de Ulises, los que quieren matarlo y los que quieren salvarlo, reyes y princesas, criados y señores, magos, hechiceros, encantadores, palaciegos, políticos, guerreros y mujeres, muchas mujeres. Además de Penélope, su esposa, figura principal de la obra, con quien contrajo matrimonio en Ítaca, otras que murieron de amor por él y otras más que le hicieron daño. Ya se ha dicho que la mujer es alternativamente la alegría y la desdicha del hombre. Puede ser un agua pura que refresca o un agua profunda que ahoga. Metidos en Grecia, nada impide recordar aquella frase del filósofo Diógenes, siglo IV antes de Cristo: “Así como no hay nada mejor que una mujer buena, no hay nada peor que una mala”.



Poco original. Lo mismo se ha estado diciendo, hasta el día de hoy, desde que el mundo es mundo.



La leyenda dice que la guerra de Troya, fechada en torno a los siglos XIII y XII antes de Jesucristo, por tanto unos cuatro o cinco siglos antes de que Homero escribiera la ODISEA, fue provocada por Paris, hijo del rey troyano Príamo, quien raptó a Helena, esposa de Menelao, al mismo tiempo enamorada de Ulises. Los jefes griegos se embarcaron hacia Tróades para tomar parte en la guerra, entre ellos Melenao y Ulises. Este, mediante la estratagema del llamado caballo de Troya logró la conquista de la ciudad.



Diez años estuvo Ulises en Troya, separado de su esposa Penélope y de su hijo Telémaco. Al cabo de ese tiempo decidió volver a su palacio en Ítaca, pero el viaje de regreso no le fue tan fácil como el de partida.



 



Penelope, Estatua antigua en el Vaticano / Project_Gutenberg (Public Domain)

Otros diez años anduvo vagando, enfrentándose a numerosos peligros y aventuras dignas de la imaginación de Cervantes. Dar noticias de tantos y tan grandes sucesos supondría reescribir la ODISEA. Entre los más relevantes se incluyen algunos de los que a renglón seguido se enumeran: en el país de los cicones se enfrenta al saqueo de la ciudad; en la isla de los cíclopes se atrae la ira de Poseidón, dios de los mares, tras dejar ciego al hijo de éste; navega con la gente que le acompaña por las islas Eolo y Circe, en el país de los cimerios realiza una evocación a los muertos; el mito afirma que llega a conversar con el alma de su madre Anticlea y con otros guerreros muertos; también con el adivino ciego Tiresias, quien le señala la peligrosa ruta que debe tomar para regresar a Ítaca.



La ninfa Calipso se enamora de él y lo retiene durante meses; al fin, obligada por una orden de Zeus, le concede la libertad.



Más conocido es el canto de las sirenas, episodio repetido incluso por aquellos que no saben nada de Homero, ni de la ODISEA, ni de Ulises. En la mitología griega, las sirenas eran hijas de Melpóneme y Aqueloo. Personificaban simultáneamente los encantos y los peligros de la mar. En la ODISEA tienen un papel importante; situadas en el acceso al estrecho de Sicilia, impulsaban a los navegantes mediante el encanto de sus voces tras los escollos. Ulises quiere escuchar esos cantos. Cuando cruza el golfo de las sirenas tapa con cera los oídos de sus compañeros encorvados sobre los remos, pero no sus propios oídos. Manda que lo aten al palo mayor de la nave, con orden terminante de no desatarlo aunque él lo pida; quiere oír y conocer aquél mortal canto de las sirenas inmortales.



Antes de regresar al palacio que abandonó para capitanear la guerra de Troya, Ulises sufre numerosas penalidades. Todos sus acompañantes mueren al comer carne de vacas que pertenecían al dios Helios.



Imposible seguir un orden cronológico de los acontecimientos. En la ODISEA no lo hay.



La princesa Nausícaa, también deslumbrada de su porte varonil, pide a su padre Alcínoo que ponga a su disposición una nave para que llegue a Ítaca.



Entra en escena Minerva, diosa de la mitología romana, asimilada a la Atenea griega. Le transforma en un mendigo viejo y decrépito, harapiento, a fin de que no sea reconocido, y Ulises se encamina al palacio del que salió. Su hijo Telémaco es el primero en reconocerlo. También lo hacen antiguos criados. A la vista de Penélope, la pareja se une en un abrazo interminable.



¿Qué ocurre después? Al texto de Homero se han dado dos principales interpretaciones diferentes. Una, la clásica, afirma  que mientras Ulises estuvo ausente Penélope fue acosada por muchos pretendientes. Ella les dice que contraería un nuevo matrimonio cuando terminara de tejer un sudario en el que estaba trabajando. Para mantener el mayor tiempo posible este tejido en elaboración, deshacía por la noche lo que creaba durante el día y de esta forma llegar a los veinte años de ausencia con el corazón y el cuerpo inviolables, fiel al amor de su esposo.



Una segunda versión es menos romántica. Sostiene que cuando Ulises, ya en palacio, tiene conocimiento del asedio al que era sometida su esposa, con la ayuda de su hijo Telémaco y algunos servidores mata a todos los pretendientes, hijos de las mejores familias de Ítaca. Después de esto, quienes ponen un final bonito a la tragedia dicen que Ulises vive feliz con su esposa, su hijo y su anciano padre Laertes.



No fue así, dicen otros, sino que Ulises acusa a Penélope de haber atraído ella misma a los pretendientes y la mata también.



No la mata, escribe un tercer grupo de analistas, simplemente la repudia. Ella marcha a Esparta y luego a Mantinea donde muere por la acumulación de años. El dilema se reduce a dos interrogantes. ¿Fue Penélope absolutamente fiel a Ulises durante los veinte años de separación o se entregó a otros hombres?



Si fue fiel es digna de admiración. La fidelidad conyugal es una virtud que ennoblece. Se equivocaba el novelista ruso Antón Chejov cuando se le ocurrió decir que sólo las feas y las viejas son fieles, porque no pueden hacer otra cosa. Falso. En cualquier mujer casada, joven o vieja, fea o guapa, sana o enferma, la infidelidad hacia el marido constituye una violación del compromiso matrimonial. Es así, por muy anacrónica que suene la frase. Si, como indica la primera de las dos versiones Penélope guardó a Ulises fidelidad de corazón y de cuerpo, merece ser aplaudida.



Al contrario, si sucumbió a los deseos carnales de sus pretendientes, como apunta la segunda interpretación, entonces Penélope pierde todo su encanto. La infidelidad femenina es una quiebra de la propia estimación como persona, aún cuando la víctima sea el marido deshonrado. El escritor romántico francés Henri Stendhal dice en su novela EL ROJO Y EL NEGRO que la infidelidad es algo contra natura.



Fiel o infiel, Penélope ha quedado en la historia y en el arte como heroína de una sociedad ideal, representante femenina de la astucia, la lealtad y la tenacidad. En cuanto a Ulises, es recordado como el personaje más fascinador que nos ha legado la mitología griega.  


 

 


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