No miréis sólo hacia arriba mutilando el Evangelio e impidiendo que los valores del Reino se esparzan por nuestro suelo.
Difícilmente entrarán en el Cielo aquellos que en la práctica de su religiosidad se olvidan de las miserias que se dan en el Suelo. En la vivencia de la espiritualidad cristiana, el cielo y el suelo se tocan, Dios y el hombre se conjuntan, el más allá y nuestro aquí y nuestro ahora se sincronizan. Quien contrapone lo que ellos creen de arriba, del cielo, con lo que es de abajo y dan la espalda a los que se arrastran por los suelos, no han entendido la espiritualidad cristiana.
Si queremos vivir el cristianismo con autenticidad no sólo debemos preocuparnos de tener un compromiso con Dios mientras miramos al cielo, sino que debemos trabajar nuestro compromiso con el mundo mirando al suelo en responsabilidad con los pobres, con la justicia y con la ética en las relaciones humanas. Así, los valores del Reino de los Cielos que nos deja Jesús se nos dan para que se encarnen y den su fruto en el Reino de los Suelos. Es la única manera de cumplir con el aserto de la oración modelo de Jesús: “Hágase tu voluntad como en el cielo así también en el suelo”.
El reinado de Dios no es solamente ultramundano, sino que irrumpe en nuestro suelo con el nacimiento de Jesús. Un suelo en donde se dan tantas miserias y sufrimientos entre los que son los condenados de nuestra historia. Con Jesús el cielo y el suelo se unen. El problema es que muchos de los que quieren seguir a Jesús olvidan el suelo y quisieran estar más cerca de los ángeles que de los hombres, que de sus prójimos. Es un error. No se dan cuenta que el Reino de Dios “ya” está en el suelo y quiere ser un fermento de transformación en medio de nuestro peregrinaje en el mundo.
Cuando oramos la oración modelo, el Padre Nuestro, exclamamos “venga tu reino”, que venga a nuestro suelo y que lo encarnen los agentes de liberación que deben andar por caminos y veredas esparciendo los valores que transformen los sufrimientos de este suelo por el que caminamos en nuestra vida terrestre. Debemos regar el suelo con la lluvia que viene de lo alto y une lo de arriba y lo de abajo transformándolo en una única dimensión: el amor que debe ser una prioridad tanto en el cielo como en el suelo. Amor a Dios y amor al prójimo que se dan en relación de semejanza. Es cuando el Reino de los Cielos desciende y se funde con el Reino de los Suelos.
“Mi reino no es de este mundo”, no significa en modo alguno que estemos eliminando nuestro compromiso con el suelo, sino que el Reino que “ya” está entre nosotros no se debe usar los valores antibíblicos que conforman un mundo injusto y en contracultura con los valores bíblicos, los auténticos valores dignificadores. El cristiano debe caminar en compromiso por los suelos en donde están los sufrientes del mundo, pero agarrándose a los valores de lo alto y sin identificarse con el poder político, ni con el poder económico, ni con los valores consumistas, sino que tiene un lema que asusta: “Los últimos serán los primeros”, uno de los valores estrella entre los valores del Reino que debemos esparcir encarnándolos entre el barro que se da en el suelo como forma de rescate de los débiles.
El Cielo y el Suelo por donde se esparce el reino de Dios. Quizás uno dependa del otro y necesita ese descenso de lo alto del hijo de Dios que se hace barro, que se hace suelo, tomando naturaleza humana para dignificar a todo hombre, para salvarlo, para traer justicia a los humanos, a sus criaturas, para dignificar tanto el cielo como el suelo poniendo en relación de semejanza el amor a Dios y el amor al hombre. Quien no entiende y practica esto, ni entiende lo que es el Cielo ni lo que es el Suelo aunque quiera seguir erróneamente a su Maestro con la mirada puesta solamente arriba olvidando la horizontalidad del Evangelio. Éstos pueden dar tranquilamente la espalda al grito de los pobres, al gemido de los despojados y oprimidos. Para ellos no existe el suelo.
Quizás sea Jesús quien con una mano se agarra al Cielo y con otra a la Tierra, al Suelo, formando un puente de dignificación. El brazo vertical de la cruz de Jesús que se eleva hasta el cielo y el horizontal que parece extenderse por los suelos en los que vivimos los humanos. Esperanza para los pobres y marginados de la historia, a la vez que posibilidad de salvación para todos.
Quizás sea difícil encarnar el Reino de Dios en el suelo, en medio de un valle de lágrimas que le cubre, pero estamos llamados a ello en la práctica de la misericordia y en el servicio. Los creyentes debemos vivir empapados de los valores del Cielo para ir luego por el mundo esparciendo estos valores por el Suelo como forma de liberación de los oprimidos e injustamente tratados, para ser movidos a misericordia cubriendo el mundo, el suelo, la tierra con un manto de amor.
Los cristianos también debemos ser puentes entre el cielo y el suelo haciendo que el cielo descienda a nuestro suelo y lo divinicemos, que sería como humanizarlo. Jesús era Dios a la vez que humano, muy humano y enfrentado a todo lo inhumano que hace que el hombre, en muchos casos, sea una fiera para su propio hermano, un cainita al que Dios sigue preguntando que dónde está su hermano obligándole a bajar sus ojos al suelo para redimirse también en la ayuda al prójimo en donde se refleja su amor a Dios. Así, pues, no miréis sólo hacia arriba mutilando el Evangelio e impidiendo que los valores del Reino se esparzan por nuestro suelo, a ras de tierra, por todo el mundo independientemente de su situación de raza, situación económica o social.
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