Nublar la vista

Da la impresión que va a ser más grande que la tuya ¿no? –dijo Antonia con una alegría extraña.

—Sí, eso parece, ¿cómo te has enterado?
—Simplemente estando atenta, observando como te va la vida desde la ventana de mi cocina..
—Pero... ¿puedes verme?
—¡Claro!, hay horas en las que no hago otra cosa.
—¡Ah!
—Los obreros empezaron ayer a las ocho en punto, justo cuando le preparaba el desayuno a mi Carlitos, así que vete haciendo a la idea de que perderás el panorama tan precioso que hasta ahora has estado disfrutando, incluidas las puestas de sol.
—Bueno, no creo que sea para tanto, mujer.
—No te engañes. Yo te digo que es para tanto y para más. Se te acabó salir a la balcón y encontrarte el cielo abierto. Se te acabó eso de abrir la puerta y contemplar el paisaje. Se te acabó ver el conjunto de la ciudad bajo una noche estrellada.¡Qué pena!-decía sin mostrar ninguna pena- da la impresión de que, además, van a levantar un muro más alto que el de Berlín. Vamos, yo lo levantaría.
—Mujer, no me asustes.
—No te asusto, simplemente te prevengo.
—No sé lo que harán, no conozco a esos futuros vecinos.
—Les he visto con mis prismáticos. Se acercaron ayer sobre las 13 horas, justo antes que los albañiles cortaran para el almuerzo. Son personas mayores y a partir de cierta edad, la gente busca tranquilidad y seguridad, ya lo sabes.

La alegría que sentía Antonia porque a Mari Carmen le iban a construir, justo delante de su casa, otra vivienda que evitaría que viese el paisaje, no se concibe.

De la misma manera no se entiende la lucha de quienes quieren conseguir nublar los ojos de los que tienen miras espirituales más nobles y eso les provoque un cosquilleo y un placer inexplicables.