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El amor en la literatura
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Apolo

¿Puede amarse a más de una mujer? ¿Puede partirse el corazón en tantos pedacitos? Deseo no es amor. Sexo no es amor. Aventura de cama no es amor.

ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 14 DE ENERO DE 2015 14:34 h
estatua Apolo, Estatua del Pothos / Virgi.pla (Flickr - CC BY-NC-SA 2.0)

Decir a cualquier hombre que es un Adonis es comparar su belleza corporal con la que le atribuyen al dios fenicio del mismo nombre. Decirle que es un Apolo es atribuirle un cuerpo de lujo, cuerpo cien, el no va más de la belleza masculina.



Si nos atenemos a los caprichos que dicta la mitología griega el de Apolo era el cuerpo más hermoso que se pueda imaginar. No hay corazones perfectos, es cierto, pero sí hay cuerpos que semejan la obra de arte de un ignoto escultor. Eso de lo que más importa tanto en un hombre como en una mujer es la belleza del corazón, la pureza del alma, no deja de ser otro mito a medio camino entre el deseo y la realidad. Descubrir en una persona sus virtudes sensibles y espirituales requiere un tiempo, un conocimiento previo, un acercamiento mínimo. En el caso del cuerpo es diferente. El hombre y la mujer, los adolescentes principalmente, creen enamorarse de los cuerpos bellos que ven en las películas o en las pantallas de la televisión. Y suspiran con los versos de Antonio Machado:




Tu cuerpo es una custodia

toíto lleno de escalones

para subir a la gloria.




Con permiso del poeta, el cuerpo que actualmente nos sustenta no sube a la gloria. Es solamente una organización transitoria. No sólo las plumas hacen bello a un pájaro.



Cuenta la leyenda de los griegos que Apolo poseía un cuerpo de exacta arquitectura humana, una columna de carne y huesos que cantaba la armonía. Los poemas homéricos, la ILIADA y la ODISEA, que reflejan una diversidad de estratos históricos, también ensalzan la belleza de sus personajes principales. Mucho de lo que logran, como en las aventuras del italiano Giovanni Casanova en el siglo XVIII, lo debían a la belleza varonil de sus cuerpos.



El bello dios helénico, Apolo, fue hijo de Zeus, divinidad suprema del panteón griego, conocido entre los romanos como Júpiter, y de Latona, hija de titanes astrales. Fue muy amada por Zeus. De esta pareja nacieron dos hijos gemelos, Apolo y Artemisa.



A propósito, ¿cómo engendraban los dioses de la mitología griega? ¿Así, como lo hacemos nosotros, mortales del siglo XXI? Dudo que fueran a habitaciones de lujo en hoteles de cinco estrellas o bajo los puentes del Sena.



 



Fuente de Apolo y Minerva - Palacio Real de La Granja (Segovia) 14-1-2013 197 / Jose Javier Martin Espartosa (Flickr - CC BY-NC-SA 2.0)



Si Apolo fue para el culto griego uno de sus principales dioses, no lo fue menos su hermana, si bien se dice de ella que era una deidad contradictoria y compleja. Según la leyenda aunque Artemisa era virgen protegía a las mujeres que iban a dar a luz, pero también las mataba caprichosamente con sus flechas. En Éfeso, antigua ciudad de Asia Menor, en el mar Egeo, se le consagró un templo que estuvo considerado como la sexta maravilla del mundo antiguo. Según una tradición bastante fiable, allí, en Éfeso, vivió y murió la Virgen María alrededor del año 66 de nuestra era y allí fue enterrada. De Éfeso quedan ruinas bien conservadas que los turistas visitan en sus viajes a Turquía. Desde Estambul son transportados en pocas horas.



Hubo otra Artemisa, reina de Halicarnaso, quien hizo elevar un monumento a la memoria de su esposo Mausolo –de aquí la palabra mausoleo-. De estas ruinas no queda casi nada. Sus mejores esculturas se exponen en el Museo Británico de Londres.



Un capricho del actual gobierno cubano llamó Artemisa a una nueva provincia del país, entre Pinar del Río y La Habana. No está claro si las autoridades pretendieron honrar a la primera Artemisa o a la segunda.



Según registran las crónicas de la mitología griega, además de dios apuesto Apolo fue también un dios guerrero de gran valentía. Su padre, Zeus, le ordenó trasladarse a Delfos y fundar allí un santuario. Apolo obedeció. Cuando llegó a Delfos el lugar estaba bajo el dominio de un monstruo sanguinario, la serpiente Pitón, que guardaba el antiguo oráculo de Temis. Apolo, como un David ante Goliat, mató al réptil. Hecho esto, se retiró al valle del Tempé para purificarse de la muerte de Pitón. Ni siquiera los dioses se libran de las supersticiones, tan extrañas a la razón y a la fe religiosa.



Desde la aurora del mundo la serpiente, “el más astuto de todos los animales del campo que Jehová Dios había creado” (Génesis 3:1), ha estado presente en mitos y leyendas de todas las religiones paganas, de todas las leyendas, de todos los mitos; también en la historia inspirada de la Biblia. Para seducir a Eva hubo al principio del mundo una serpiente. En la Biblia hay diez vocablos distintos para indicar la serpiente. Una serpiente de bronce evitó la muerte de muchos hebreos en su caminar por el desierto. Al final de los tiempos, cuando arda la tierra, cuando se sequen los mares, cuando se apaguen las estrellas, cuando el último suspiro humano sea recogido en las alturas, la serpiente antigua, el diablo, será definitivamente aplastada por el poder de Cristo y arrojada al abismo.



La batalla de Apolo contra Pitón fue un acto heroico, sin duda. Lástima que el valiente dios no apareciera en el camino por donde paseaba Eurídice y hubiera evitado que otra serpiente mordiera a la joven y bella ninfa.



Apolo no poseía las habilidades musicales de Orfeo, pero también manejaba la lira con maestría. Sus poemas y sus cantos no habrían conmovido a los habitantes del infierno, como logró Orfeo. Pero la leyenda lo sitúa como dios de la música, aunque le iba más la guerra. Con su arco y su flecha era capaz de enviar al señalado una muerte dulce. Su hermana Artemisa lograba otro tanto. La leyenda homérica cuenta la historia de Marsías, un sátiro que retó a Apolo con la pretensión de que era mejor músico con su flauta que el dios con la lira. Marsías fue vencido y Apolo lo desolló después de colgarlo de un pino.



Así eran aquellos dioses a quienes la mitología de los pueblos aún piropean.



 



Apollo and Daphne / Damocles2012 (Flickr - CC BY-NC-SA 2.0)



Apolo, dios del día, divinidad del amor y de la belleza masculina, fue un gran amante. De Salomón, tercer rey de Israel, se escribe en la Biblia que tuvo mil mujeres, setecientas reinas y trescientas concubinas (primer libro de Reyes 11:3). Apolo no llegó a alcanzar esta cifra, pero fueron muchas las mujeres con quienes mantuvo relaciones sexuales, siempre según fuentes de la mitología griega iniciada por Homero. Con la ninfa Cirene engendró al semidiós Aristeo; con Talía, una de las musas, tuvo otro hijo. Iguales relaciones mantuvo con Urania, Marpesa, Casandra y otras, hasta con una princesa mortal llamada Leucótee. Estuvo muy enamorado de Castalia, una joven ninfa, que no le quería. Huyó de él y se zambulló en una fuente que había en Delfos, al pie del monte Parnaso, y desde entonces se llama fuente de Castalia. Sus aguas son tenidas por sagradas.



La mujer más significativa en la vida de Apolo fue, sin duda, Dafne. En la mitología griega era conocida como ninfa de los árboles. El dios Eros jugó con los dos: disparó  a Apolo una flecha dorada para que se enamorase de Dafne y a ésta otra flecha con punta de plomo para que huyera de Apolo. Cuanto más la perseguía el dios, más corría la diosa. Apolo, a pesar de su belleza, le provocaba desprecio y desdén. Cansada de huir, Dafne imploró ayuda al dios del río Peneo, quien la transformó en un árbol de laurel.



Muchas mujeres tuvo Salomón. Muchas mujeres tuvo Apolo. ¿Fueron en realidad amantes? Es decir, ¿ellos, llegaron a amar a tantas? ¿Puede amarse a más de una mujer? ¿Puede partirse el corazón en tantos pedacitos? Deseo no es amor. Sexo no es amor. Aventura de cama no es amor. El auténtico amor es uno, indivisible, incompatible. El amor es el camino, el nexo de unión entre un solo hombre y una sola mujer. Sirve de enlace y comunicación entre ambos y no puede extenderse a otros entre tanto los dos vivan. Es el amor, no el cambio, lo que hace avanzar el mundo. El cambio, a la postre, sólo acarrea desdicha. 


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

EZEQUIEL JOB
15/01/2015
13:07 h
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En este tema se dice: "El auténtico amor es uno, indivisible, incompatible. El amor es el camino, el nexo de unión entre un solo hombre y una sola mujer." Entonces donde queda el amor de los padres hacia sus hijos?, o que se llamaría a esto?. No hay que confundir deseo sexual con amor. El amor es sufrido, no busca lo suyo (no es egoista), no hace nada indebido (siempre hace lo correcto en todo), no se irrita, no guarda rencor, todo lo soporta, es decir, no hace maldad o daño a nadie(1Cor:13)
 



 
 
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