¡Qué tiempos los de la peseta! Todavía no entiendo por qué nos cambiaron la moneda.Todas los días, después de recoger la cocina (poco había que recoger), las vecinas del corralón venían a casa a pasar el rato. No había televisión y jugábamos a la lotería. Así empecé, ¿o debo decir “me inicié”?, en el mundo del juego. Recuerdo que la primera vez que participé, mi madre me adelantó la paga del domingo: Una peseta.
Ya de mozuela encontré trabajo en una zapatería. El encargado y yo pronto nos hicimos novios. Como los domingos, mi entonces futura suegra, siempre se ponía enferma, nos quedábamos con ella, cuidándola y jugando al tute, que era lo que más la entretenía. Para ese tiempo, la cuota del juego la subimos a un duro. Por muy raro que parezca, nunca gané una partida.
En fin..., mi madre con las pesetas y mi suegra con los duros (Dios las tenga juntas en su Santa Gloria), me dejaron enganchada al juego, ¡maldito parné!
La verdad sea dicha, dejando dejado atrás las tardes de lotería y los domingos de tute, a mí lo que más me ilusiona es el cupón que compro cada mañana nada más salir de casa. Llevar ese papelito en el monedero me da vida. Siento como si algo grande fuera a sucederme al llegar el sorteo. Dicen que hay quien nace con estrella y quien nace estrellado, pues ni la devuelta me toca.
Para seguir probando suerte, compro décimos todas las semanas, juego a las quinielas sin tener ni puñetera idea de fútbol, meto en la bonoloto, en la lotería de Navidad, en la del Niño... Pero tengo el cenizo, ni un euro saco. Cuando no sé qué explicación dar en casa por la falta de dinero, pido prestado a los amigos.
Tengo dos hijos adolescentes, dos pura sangre que, salvo para echarme en cara que nunca estoy en casa y preguntarme qué hay de comer, no se dirigen a mí ni me hacen ningún caso... ¡Y yo pensando que cuando me toque el primer premio ellos van a ser los primeros beneficiados!
Mi marido lleva su propia vida, sus propias salidas, sus propias amistades..., puede que hasta me engañe. ¡Y yo pensando en que, cuando sea rica, le voy a comprar un coche de lujo, y un chalé, y un yate!
Si mi Juan estuviera más pendiente de mí..., si mi Javielillo, si mi Curro me quisieran un poco..., ¡quién sabe!, quizás no tendría que tirarme a la calle buscando otras ilusiones. Quizás no tendría que pedir un café en el bar de la esquina con la única expectativa de jugar un poco con la máquina tragaperras. Quizás no tendría que pasar las horas en el bingo jugando mis cartoncitos...
Tengo que reconocer que mi vida es un desastre, ¿ por qué?, pues porque creo que nadie me quiere, o yo no he sabido hacerlo bien o el mundo en que vivimos es un desastre, o las dos cosas.
He tenido los ojos cerrados mucho tiempo. No puedo seguir negando que tengo un grave problema. Un gran problema. Desde que me levanto hasta que me acuesto, estoy pensando en el juego, en la
manera de ganar dinero fácil, ¡maldita sea! Nada me satisface. Nada me consuela. Tengo que admitir abiertamente que soy ¡¡¡LUDÓPATA!!!, sí, óigalo bien ¡¡¡LUDÓPATA!!!, con mayúsculas, hasta los tuétanos. Y con mayúsculas también grito que ¡¡¡ESTOY SOLA!!! Sola con una existencia que me ahoga, sola con un cuerpo que me pesa, sola con un alma que no entiendo...
Cuando pienso en dejar de jugar siento que me pongo enferma. Quiero y no quiero. Me pasa que con solo ver el letrero del Bingo, ya me empiezan a sudar las manos. Me tiemblan. La adrenalina se me sube a la cabeza.
Sé que si solucionara este problema, mi familia me vería de otra manera, quién sabe si la cosa funcionaría de nuevo. Pero yo sola no puedo.
Cati, la vecina de al lado, conoce mi historia. La conoce porque su vida era muy parecida a la mía, y ha cambiado mucho. Bueno, ella insiste en que ha sido el Señor. Me habló de sus problemas mientras tomábamos café en su casa. Le conté mis cosas más íntimas. Dice que quiere ayudarme. Repetidas veces le he dicho, de mala manera, que me deje. Es que en el fondo tengo miedo. Sin embargo, insiste. Yo voy observando su cambio día a día, no hay más que verla. Lo suyo es real.
Creo que lo mejor será que le hable de nuevo, a ver que opina. A veces la oigo cantar por el patio de luces, mientras recoge la ropa de los cordeles. Canta cosas así a Jesucristo:
Dios, el más grande y digno de alabar
yo vengo a tu presencia a adorar,
yo doblo mis rodillas ante ti.
Dios, el más grande y digno de alabar,
me ayuda al enemigo derrotar
el gozo de mi vida eres tú.
Señor yo quiero levantar mi voz,
quiero agradecerte por tu obra en mi vida
Señor confío en tu grande amor,
sólo tú eres Dios eterno,
sólo tú transformas mi ser.
Las letras de esas canciones me hacen llorar. Me las he aprendido de memoria. Cati no sabe que, cuando canta, yo me acerco a la ventana para llenarme del contenido de esas palabras.
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