Nuestro cometido es glorificar a aquel que se levantó de los muertos y que nos muestra cada día que gracias a Él tenemos vida.
PERO MARÍA ESTABA FUERA LLORANDO JUNTO AL SEPULCRO; Y MIENTRAS LLORABA, SE INCLINÓ PARA MIRAR DENTRO DEL SEPULCRO…
Y VIÓ DOS ÁNGELES CON VESTIDURAS BLANCAS, QUE ESTABAN SENTADOS, EL UNO A LA CABECERA Y EL OTRO A LOS PIES, DONDE EL CUERPO DE JESÚS HABÍA SIDO PUESTO.
Y LE DIJERON: MUJER, ¿POR QUÉ LLORAS?
LES DIJO: PORQUE SE HAN LLEVADO A MI SEÑOR, Y NO SÉ DONDE LE HAN PUESTO
JN 20 :10-18
¡Pobre María! Que desilusión al ver la tumba vacía.
¿Olvidó prontamente las promesas que Jesús había hecho mientras estaba aún con ellos? o simplemente no había entendido las palabras del maestro.
Lo cierto es que aquella mujer que había experimentado la liberación de su cuerpo esclavizado por siete espíritus, se hallaba envuelta en lágrimas, desconsolada ante la pérdida de Jesús.
Incrédula, creía que el cuerpo de su Señor había sido robado. Sus lágrimas tenían sentido, pues neciamente lloraba la pérdida total y física de lo último que quedaba de aquel gran hombre.
JESÚS LE DIJO. MUJER, ¿POR QUÉ LLORAS? ¿A QUIÉN BUSCAS?
ELLA, PENSANDO QUE ERA EL HORTELANO, LE DIJO: SEÑOR, SI TÚ LO HAS LLEVADO DIME DÓNDE LO HAS PUESTO, Y YO LO LLEVARÉ.
Aferrada a la idea del robo, cegada por el dolor, no distinguió la voz de Jesús, seguía amedrentada, pidiendo un cuerpo inerte al que rendir un último homenaje.
JESÚS LE DIJO: ¡MARÍA! VOLVIÉNDOSE ELLA, LE DIJO, ¡RABONI!
Al oír su nombre, comprendió que aquel que le hablaba era el maestro, ese Jesús que tan ansiosamente buscaba.
¡MARÍA! … El corazón le saltaría de contento ante la súbita presencia de su Señor.
El cilicio en el que estaba sumida se transformó en gozo, pasando del entristecido luto al júbilo. Entendiendo que Él siempre había estado ahí, cerca de ella, atisbando aquellas lágrimas sin sentido, aquel llanto equivocado.
Cuantas veces vertemos nuestras lágrimas en una ociosa búsqueda de aquello que está tan cerca de nosotros, y pese a saber la grandeza de Dios en nuestras vidas nos enrolamos en tristes historias donde omitimos su presencia y derramamos nuestro llanto ante la ausencia del Maestro. Sólo cuando oímos nuestro nombre nos ocurre como a María, somos conscientes de que en realidad Él siempre ha estado ahí, y que la tumba quedó vacía.
Humanamente tenemos la necesidad de llorar. Verter nuestro llanto y así poder paliar la angustia, la frustración, el temor o la ira. Es un acto de desahogo aprobado por Dios. Pedimos a Dios entre lágrimas que derrame sanidad sobre aquellos seres a quienes amamos, que solvente una necesidad económica, que haga desaparecer de nuestras vidas esas escenas tristes que nos condicionan el presente, esas lágrimas son consentidas. Sin embargo, las lágrimas equivocadas son aquellas que derramamos dudando del poder de Dios, aquellas en las que ponemos en entredicho la soberanía de aquel que todo lo puede.
Muchas veces en medio de la tormenta dudamos de quien es el que guía nuestros pasos, aquel que durante toda nuestra vida nos ha ido mostrando sus credenciales de amor, de protección, de providencia parece ser un desconocido.
No podemos olvidar que la tumba ha quedado vacía, que las lágrimas junto al sepulcro no tienen sentido, que nuestro cometido es glorificar a aquel que se levantó de los muertos y que nos muestra cada día que gracias a Él tenemos vida y no una vida cualquiera, sino una vida sobreabundante.
Hoy al acercarte a Él recuerda que aunque el sendero por el que puedas transitar se muestre en ocasiones difícil, con mil recodos que te invitan a la desgana. Él es aquel:
Que obra milagros.
Que levanta al caído.
Que eligió a los débiles para avergonzar a los fuertes.
Un Jesús que derramó su sangre por ti.
Que sintió el dolor de la lanza en el costado y el dolor de los clavos en su carne lo sufrió por ti y por mí.
Un Jesús que aún hoy remueve piedras y deja los sepulcros vacíos.
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