Promiscuidad es el término que de un tiempo a esta parte se ha introducido en el lenguaje cotidiano para definir cierto comportamiento.
La mitología es el marco en el que las creencias antiguas quedaron plasmadas, siendo el vehículo que sirvió para transmitirlas de generación en generación. Suponía el intento de dar respuesta a muchas preguntas que los seres humanos se hacían sobre su origen, el del mundo y el por qué del estado de cosas actual. No era histórica, porque no estaba basada en hechos reales, y por tanto le faltaba una base de sustentación que le diera consistencia y credibilidad. No es extraño que, llegado un momento, se produjera su derrumbe al no poder aguantar la prueba de lo razonable y lo verosímil. De ese modo lo mitológico quedó asociado con lo legendario y falso.
Pero la mitología en ninguna manera ha muerto, aunque sí en la forma de personajes como Júpiter, Zeus, los cíclopes o las ninfas, ya que existen mitos actuales que pretenden erigirse en verdades incontestables que nadie ha de atreverse a discutir. Uno de los tales tiene que ver con la disyuntiva en la que se nos pone entre hipocresía y promiscuidad. Es sabido que la promiscuidad ha sido elevada por nuestra sociedad a la categoría de logro e incluso de virtud. No es que tal valoración sea algo nuevo, pues ya hubo culturas pasadas en las que era conceptuada así, pero la novedad reside en el poderío que ha adquirido, superando todo lo anteriormente conocido. Por un lado, el desmedido énfasis en los derechos individuales ha llegado a convertirse en un coladero en el que tienen cabida no sólo los derechos legítimos sino también toda suerte de ambigüedades y aberraciones a las que se da el nombre de derechos. Por otro lado, el arma tan potente que es la tecnología nos proporciona la capacidad para instantáneamente acceder a todo tipo de contenidos promiscuos o pornográficos. Estos dos factores aunados, derechos y tecnología, han magnificado la promiscuidad hasta cotas inimaginables.
Promiscuidad es el término que de un tiempo a esta parte se ha introducido en el lenguaje cotidiano para definir cierto comportamiento. Es una de esas palabras que tienden a suplantar a otras que tienen matices que ya no son aceptables y resultan anticuadas y ofensivas. Procede del latín y significa "mezcla", por tanto algo que es impuro. Es decir, promiscuidad sería lo mismo que impureza y cuando se aplica al terreno de la sexualidad, que es en el que se usa normalmente, no quiere decir otra cosa que impureza sexual. Pero como impureza sexual tiene connotaciones morales pecaminosas y eso es más de lo que modernamente se puede soportar, se ha recurrido al término de promiscuidad, que no las tiene, al menos en apariencia. De ese modo podemos hablar tranquilamente de una persona promiscua sin estar señalando nada moralmente reprobable. Es más, la promiscuidad estaría repleta de ventajas: Libertad, placer, auto-realización, etc.
Si alguien osa denunciar la promiscuidad como lo que realmente es, un camino ruinoso que lleva al desastre, automáticamente se le sitúa en la alternativa de ser un hipócrita, porque previamente se ha establecido, de manera interesada, que no existen más que estas dos opciones: O tolerancia sin ambages hacia la promiscuidad o hipocresía basada en un puritanismo trasnochado. Los mismos evangelios se utilizan para presentar estas dos alternativas, con pasajes en los que Jesús perdona a personas promiscuas y condena a quienes las condenan a ellas. La conclusión, totalmente manipulada y manipuladora, es que Jesús estaría a favor de la promiscuidad y en contra del rígido fariseísmo con su estrecha moral sexual.
Como nadie quiere ser conceptuado como un hipócrita, no queda otra salida que la de asumir y aprobar la promiscuidad. Este es el engaño en el que se nos quiere meter a toda costa, habiendo de hecho quienes han sucumbido al mismo. Este planteamiento cerrado de antemano y solamente con dos opciones posibles ha sido elevado a la categoría de mito intocable. Pero como todos los mitos es falso, pues se cae por su propia inconsistencia cuando se le somete a una investigación rigurosa.
El libro de Proverbios, con sus tres mil años de antigüedad, es una buena cura que nos puede librar de la falsa dicotomía en la que algunos quieren que quedemos atrapados. Llama a las cosas por su nombre y concretamente se refiere a la promiscuidad como camino de muertei, que acaba en la destrucción de quien lo recorre. Nada, pues, hay en el mismo que sea magnífico ni digno de admiración, sino que es fuente de oprobio y vergüenza por la serie de pérdidas encadenadas que produce, pérdidas que van desde cuestiones intangibles, como el honor, hasta otras más tangibles, como la hacienda.
Tras denunciar el fracaso de esa senda, ese libro habla de otra muy diferente, que es también distinta de la de la hipocresía. Es la senda de la vida, la vereda de los justos, en la que la honra, la inteligencia, la verdad, la alegría, la paz y la plenitud son el galardón para quien camina por ella. No es el sendero de la simulación o la pretensión fingida; no tiene nada que ver con la afectación o la ostentación religiosa externa. Está repleta de realidad y, por tanto, es la vía que los sustentadores del mito de las dos alternativas, que son la promiscuidad y la hipocresía, quieren que desconozcamos. Pero alguien vino para hacer posible que conozcamos esa tercera vía y así poner en evidencia a los que procuran sepultarla. Ese alguien es Jesucristo, que condena la promiscuidad y la hipocresía a partes iguales, pero que recibe al promiscuo y al hipócrita que claman por dejar de serlo.
i Proverbios 2:18; 5:5
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