La obra que mejor refleja el cristianismo de P.D. James dibuja un cuadro apocalíptico que, sin embargo, no está marcado por la desesperanza, ya que de él emerge un destello de luz que revela su fe.
Murió P. D. James, “la reina del crimen”, después de Agatha Christie – ¿qué tendrán las mujeres con los asesinatos? –. Esta escritora de novelas de detectives, al estilo clásico inglés, estaba en la tradición de autores cristianos como G. K. Chesterton o Dorothy Sayers, que han mostrado su fe en su manera compasiva de mirar al asesino.
Nacida en Oxford en 1920, su familia pronto se traslada a Cambridge, donde se siente despreciada por su padre. Pasa su adolescencia interna, pero al acabar el bachillerato, se va a vivir a Londres. Allí trabaja como administradora de una compañía de teatro. Al empezar la segunda guerra mundial, se incorpora a la Cruz Roja como enfermera. Casada con un médico militar, tiene dos hijas. Al regresar de la guerra, su marido es ingresado en un hospital psiquiátrico, hasta que muere en 1964.
La escritora tuvo que trabajar toda su vida, para mantener a su familia. Fue funcionaria hasta su jubilación, en 1979. Primero, en la administración de un hospital. Y luego, en el departamento criminal del Ministerio del Interior. Es así como adquiere un gran conocimiento de la burocracia, tanto del sistema judicial británico, como de la Seguridad Social. No se dedica a tiempo completo a la literatura, hasta su novena novela, “Sangre inocente” (1980)
Dos años antes de la muerte de su marido, publica su primera novela, “Cubridle el rostro” (1962). En ella aparece su personaje Dalgliesh, un policía aficionado a la poesía. Es hijo de un clérigo anglicano, aunque él se considera agnóstico y tiene ideas liberales, pero muestra la influencia de la fe de su autora. James era anglicana. Tenía dudas sobre algunas doctrinas, pero estaba en el patronato de la sociedad que defendía el Libro de Oración Común.
LA DECADENCIA HUMANA
El libro que muestra más claramente el cristianismo de James, es Hijos de los hombres, que fue llevado al cine por el director mexicano Alfonso Cuarón. Esta historia futurista nos muestra una sociedad cada vez más cercana, donde el hombre parece condenado a su destrucción. Este cuadro apocalíptico, sin embargo, no está marcado por la desesperanza, sino que de él emerge un destello de luz que revela la fe de la autora.
La acción de Hijos de los hombres transcurre en el 2027. Una terrible pandemia ha dejado estéril a la mayor parte de la humanidad. Al comenzar el año 2021, muere en una pelea el último ser humano, un joven de dieciocho años, en un bar de Buenos Aires. Nadie se daba cuenta que la fertilidad se estaba reduciendo tan dramáticamente, pero de la noche a la mañana, la raza humana ha perdido su capacidad de procrear. En 1994 se descubre que incluso, el semen congelado que se conservaba para hacer experimentos de inseminación artificial, había perdido su potencia. Es el fin del homo sapiens.
Las ideas conservadoras de James son evidentes en las razones que da para el origen del problema. El descenso en la población es debido a las actitudes liberales que se dan a partir de los años noventa, respecto al control de natalidad y el aborto. Se aplaza el embarazo por razones profesionales. Y las fuertes campañas que hay para aumentar el nacimiento de niños, no tienen resultados porque las familias buscan un nivel de vida superior. Este es un mundo donde la pornografía parece haber sustituido al sexo, financiada ahora con los fondos del estado.
Su visión del futuro coincide con autores como George Orwell en “1984”, en mostrar un gobierno absolutista, que domina con su burocracia el mundo. El protagonista es un doctor en filosofía llamado Theo Faron, un personaje solitario, divorciado y sin hijos, que enseña Historia en la Universidad de Oxford. Su primo es Xan Lyppiat, el dictador que se ha autonombrado Guardián de Inglaterra. Los niños nacidos en 1995 reciben el nombre de omegas. Son una generación consentida, dominada por la violencia, que exhibe una terrible crueldad y arrogancia. La lectura moral es obvia: “Si desde la infancia tratamos a los niños como dioses, nos exponemos a que en la edad adulta se comporten como diablos”.
SOMBRÍO FUTURO
Desde la novela de Ray Bradbury, “Fahrenheit 451” –llevada a la pantalla por François Truffaut en 1966– o “Cuando el destino nos alcance” (1973) –dirigida por Richard Fleisher–, el cine ha mostrado una especial fascinación por este tipo de historias. Hay muchos ejemplos en este sentido, como el clásico de Ridley Scott, “Blade Runner” (1982), o la extravagante pesadilla de Terry Gilliam en “Brazil” (1985). Más recientemente, está también la extraña incursión del británico Michael Winterbottom en un Londres apocalíptico, en “Código 46” (2003), o la muy publicitada “V de Vendetta” (2005) de James McTeigue. Toda una visión de un futuro en decadencia.
El mexicano Alfonso Cuarón es un realizador bastante ecléctico, que se ha movido en su filmografía desde el cine infantil de “La princesita” (1995) o “Harry Potter y el prisionero de Azkabán” (2004), a adaptaciones de clásicos de Dickens como “Grandes esperanzas” (1998), todas ellas con la cuidada estética que ha hecho famoso al cine británico. Aunque ha hecho alguna película en su México natal, como “Y tu mamá también” (2001), su trabajo tiene un carácter comercial, que prima al diseño de producción a la sustancia dramática o ideológica, que debiera sustentar un espectáculo como el de Hijos de los Hombres. La novela de P. D. James es aquí simplificada en una trama que carece de los diálogos trascendentes que dan peso a una acción, que en la película resulta algo trivial.
La realidad actual parece exagerada en su degradación social y paisajística. Es una Inglaterra de cielos permanentemente plomizos, aguas estancadas y edificios deteriorados. En este escenario, donde la violencia estalla imprevista, las autoridades recluyen a inmigrantes ilegales en campos de concentración y difusos grupos terroristas hacen constantes escaramuzas. Es así como aparece un mensaje de salvación por la esperanza del nacimiento de un niño, hijo de padre desconocido, que la película cambia de sexo –en el colmo de lo políticamente correcto–, para acabar ya de despistar al espectador. No obstante, Clive Owen es claramente una especie de José, acompañando a esa virgen negra, milagrosamente embarazada.
ESPERANZA CRISTIANA
En la novela, Theo es un hombre atormentado por la muerte de su hija, que hace naufragar su matrimonio. Al contemplar un suicidio en masa, se deja convencer por un grupo de disidentes para hablar con su primo y traerle sus reivindicaciones sobre el estado de los inmigrantes, los presos y las personas mayores. Uno de ellos ha sido religioso, pero sólo dos se declaran cristianos en un mundo donde la iglesia, ya no sirve más que para lugar de reunión de cualquier grupo social. Aunque evangelistas recorren las ciudades, vendiendo la salvación que ofrecen por televisión…
La predicadora más popular es la Dulce Rosie. Su evangelio es muy sencillo: “Dios es amor y el amor lo justifica todo”. En su pensamiento no cabe el mal. Por lo que “el infierno que Rosie presenta no es tanto un lugar de tormento como el equivalente de un hotel de cuarta categoría, incómodo y mal atendido, donde huéspedes incompatibles se ven obligados a soportarse durante la eternidad”. No se exigen sacrificios desmedidos: “Dios sólo desea que seamos felices”. Ya que “a mediados de los años noventa, las iglesias establecidas, y en especial la Iglesia de Inglaterra, pasaron de la teología del pecado y la redención a una doctrina menos intransigente, que combinaba la responsabilidad social con cierto humanismo sentimental”.
“Se ha intentado todo para curar la criminalidad del hombre”, dice James: “Sacerdotes, psiquiatras, psicólogos, criminólogos… ninguno ha encontrado la respuesta”. Es la naturaleza humana la que tiene que cambiar. Y ello sólo lo puede hacer ese Dios que habla a los hijos de los hombres en el Salmo que da titulo a este libro. Nos llama a dejar el camino de destrucción y volvernos a Aquel, que es nuestro único refugio de generación en generación. La esperanza está en ese Hijo, nacido milagrosamente, cuyo bautismo de agua y sangre, anuncia con la señal de la cruz, la posibilidad de una vida nueva.
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