¿Tan necios somos los humanos, los cristianos, que aún no nos hemos dado cuenta que Dios es el gran ausente, el gran oculto y mudo cuando estamos de espaldas al dolor de los pobres y oprimidos?
A veces no hay respuesta. Dios calla. No se da por entendido. ¿Es simple silencio o es que la respuesta es tan importante que se muestra en el Dios silente a la espera de la explosión de su voz como un megáfono que nos puede atronar. Cuando notamos el silencio de Dios, es que éste tiene que decirnos algo importante y urgente. Aunque parezca una contradicción, cuando el humano, de forma insolidaria y de espaldas al prójimo, está absorto en sus ruidos pensando que con ellos va a atraer la respuesta de Dios, éste calla hasta que, finalmente, nos damos cuenta de que Dios no sólo es que no oye nuestros ruidos, sean litúrgicos o no, sino que se siente molesto con ellos.
Muchos nos quejamos cuando vemos que Dios no contesta. Incluso podemos llegar a gritar. Podemos llegar a increpar a Dios: ¡Señor, tantos años de evangelización en España y parece que no hay respuesta! ¡Tantos años orando por… y sin respuesta! Nos quejamos y queremos nosotros convertirnos en la voz de Dios porque notamos su ausencia, oímos su silencio como algo atronador a nuestras conciencias. Llegamos a gritarle con pomposas oraciones, pero sólo hay una no-respuesta: se da el silencio de Dios.
Normalmente, la falta de respuesta es porque aunque oremos a Dios mirándole de frente, lo hacemos mientras damos la espalda al hombre, al abandonado, al triste, al pobre, al marginado. Cuando cerramos nuestros oídos al grito del prójimo sufriente, el cierra su boca ante nuestros ruegos. No hay respuesta. ¿Tan importante es el hombre para Dios que si no estamos reconciliados con él el Altísimo cierra sus oídos y sólo podemos encontrar al Dios silente o al Dios que cierra sus oídos para no escuchar nuestras oraciones en el entorno de insolidaridad para con el prójimo?
Yo preguntaría: ¿Tan necios somos los humanos, los cristianos, que aún no nos hemos dado cuenta que Dios es el gran ausente, el gran oculto y mudo cuando estamos de espaldas al dolor de los pobres y oprimidos? Pues eso bíblicamente está tan claro que extraña que aún muchos no se hayan dado cuenta. Leed a los profetas y seguid la línea del gran Maestro.
Nosotros seguiremos preguntando ¿por qué tanto ruego, Señor, y no me respondes y sólo oigo tu silencio? En el Antiguo Testamento muchos religiosos insolidarios increpaban a Dios de forma similar y Dios plantea sus quejas ante el profeta: “¿Por qué, dicen, ayunamos y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido?”. Los hombres, dirá el Santo de los Santos, no recibirán mi respuesta mientras no sepan que a mí se llega a través de la práctica del amor y de la búsqueda de la justicia para con el prójimo apaleado, necesitado, empobrecido o sufriente. ¿Aún no habéis aprendido eso?
Dios le dice al profeta: Mira. Lo que ocurre es que se da una disfunción que sella mis labios e impide mi respuesta. ¿Sabes lo que pasa? Es esto: Acuden a mí como si hubiera hecho justicia. Esa es la denuncia de Dios contra los religiosos insolidarios de espaldas al dolor de los pobres y oprimidos.
Hay que echar fuera la esquizofrenia espiritual. Eliminemos esa esquizofrenia de buscar constantemente el rostro de Dios, mientras practicamos la injusticia o pasamos de largo ante la opresión de los débiles. Es entonces cuando Dios calla, cuando guarda silencio como muestra de desaprobación. Si en estas circunstancias de pecado lo buscamos, sólo encontramos al Dios silente, al Dios mudo. Dios se molesta con nuestros ruegos u oraciones insolidarias y no se da por entendido.
La esquizofrenia, el gran fallo el error Dios lo pone de manifiesto ante el profeta para que lo haga conocer a aquellos que se quejan de falta de respuesta. “Me buscan día a día, y quieren conocer mis caminos, como gente que hubiese hecho justicia”. Dios clama contra aquellos que, sin hacer ni buscar justicia, buscan al Señor. Algo propio de una esquizofrenia espiritual. Nunca, nunca, nunca lo encontrarán.
Isaías 58 nos va a decir: Si no haces justicia ni partes tu pan con el hambriento, déjate de rituales y no te atrevas a buscar mi rostro. No me encontrarás. No oirás mi voz. Sólo vas a encontrar al Dios sordo ante tus demandas. No te atrevas a pedir que yo responda, jamás conseguirás escuchar mi voz. Para ti sólo existirá el Dios silente, el Dios mudo, el Dios ausente. Sólo te sentirás agobiado por el gran silencio de Dios que truena con más fuerza que una tormenta ampliada por un gigantesco megáfono. El silencio de Dios es terrible y puede cubrir la tierra con un aislante que deje en la soledad silenciosa a los insolidarios que no hacen justicia ni comparten.
Es por eso que previo a nuestras peticiones, oraciones o rituales, está la reconciliación con el hermano, la solidaridad con el débil, la búsqueda de la justicia social, restituir al agraviado y hacer justicia al huérfano y a la viuda. No vayas antes a los atrios de Dios, ni intentes pedirle bendiciones para tu evangelización, para t ritual o para tus necesidades. Primero está el compromiso con el hombre.
Quizás lo que ocurre cuando sólo apreciamos al Dios silente es que nuestro oído es limitado y no puede captar el furor de Dios que nos grita superando todos los límites del oído humano, los límites de la capacidad de escucha de nuestra conciencia.
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