A sus 77 años, Leonard Cohen ha grabado un disco asombroso –Old Ideas–, lleno de ideas tan viejas, pero fáciles de olvidar, como nuestra mortalidad. Aunque ha sido descrito para la prensa como su álbum “más abiertamente espiritual”, está lleno de las habituales obsesiones de este cantautor judío canadiense –convertido al budismo zen– por el sexo, la muerte y Dios.
Es el propio Ser Supremo quien se dirige a él –como “este perezoso bastardo que vive en un traje” –, desde la primera canción (Going Home), que le anuncia su último viaje…
Voy a casa sin mi carga
Voy a casa, tras el telón
Voy a casa sin el disfraz que llevé
Todo parece indicar que estamos ante el momento solemne del escenario de una gran despedida. El suave sonido del órgano y unas susurrantes voces femeninas, nos reciben en torno a la cama del moribundo, que en vez de apretarnos la mano y besarnos en la frente, pronuncia sus últimas palabras con la sabiduría de saber que está cerca la hora de su partida…
No tengo futuro
Sé que tengo pocos días
Y el presente no es tan agradable
Sólo hay muchas cosas que hacer
(Darkness)
LA GRAN DERROTA
Lo secular y lo espiritual, lo sagrado y lo profano, se reúnen en esta meditación final llena de quietud y gracia, tristeza y vida. En el discurso que dio al recibir el Premio Príncipe de Asturias el año pasado, habló de “la gran derrota inevitable que nos espera a todos”. Todas las canciones de este disco las ha grabado de madrugada
–en el estudio que tiene en el garaje del jardín de la casa que se ve en la portada
–, antes que empiecen a cantar los pájaros y suene ningún coche. Es “como si cada pieza espera, trémula, el amanecer, sin ninguna garantía de que, esta vez, la oscuridad no vaya a ser permanente” –observa Joe Levy en
Rolling Stone–.
Las palabras de Dios –al principio de este disco– echan en cara al nieto del rabino, que se ha dedicado a escribir canciones sobre sus amores y fracasos, cuando tendría que haber traído el mensaje de Dios. El artista nacido de una de las más importantes familias judías del Québec en 1934, dejó la poesía en 1967, para hacer dinero con la música, a pesar de su limitada voz. Ha buscado en la meditación y la oración, lo que no ha encontrado en el LSD o en los muslos de una mujer. Intentó ser monje budista de 1993 a 1996 en la montaña de Mount Baldy, pero ahora sólo hace de chófer de su maestro zen, Roshi, que tiene ya 105 años
–como cuenta su biógrafa, Sylvie Simmons, en la única entrevista que ha dado el artista al publicar este disco, para la revista
Mojo–.
Muéstrame el sitio,
donde quieres que vaya tu esclavo.
Muéstrame el sitio
que he olvidado, no lo sé.
(Show Me The Place)
DE VUELTA A CASA
Cohen vive solo en una casa de dos pisos en Los Ángeles, encima de su hija Lorca
–llamada así en homenaje al poeta granadino, amado desde su juventud–, que tiene ahora un bebé con el nombre de Viva
–nacido de su amistad con el cantante homosexual Rufus Wainwright
–. Cuando descubrió que su agente se había quedado con el dinero que tenía guardado para su jubilación, Leonard tuvo que volver a la carretera después de quince años –algo que nunca le ha gustado–, haciendo una gira interminable en el 2010, cantando tres horas cada noche. Ahora disfruta mirando sus dos viñas, sentado en su pequeño balcón, al lado de una mesa con una planta de romero, o haciendo ensaladas orgánicas en su cocina.
Conocido por su perfeccionismo, trabaja con un ordenador Mac
–que le proporcionó gratis Apple con tutor incluido, a la vez que a otros escritores famosos canadienses, como su amigo el poeta Irving Layton
–. Así se enfrenta a lo que Layton llama “la inescapable vileza de hacerse viejo”. Su madre, hija de un rabino lituano, solía decir sin embargo, que “mientras se tiene salud”, no hay que preocuparse. El abuelo de Cohen había escrito una voluminosa obra sobre el Talmud, pero su madre no era ninguna fanática religiosa.
Encendían velas el viernes por la noche, hacían oraciones e iban el sábado a la sinagoga por la mañana, pero iba a una escuela laica y tenía una niñera irlandesa católica, por quien empezó a conocer el cristianismo.
Dime de nuevo
cuando la suciedad del carnicero
es lavada por la sangre del Cordero.
(Amén)
CANCIÓN INACABADA
Su mundo se viene abajo, cuando muere su padre –un veterano de la Primera Guerra Mundial–, cuando Leonard tenía sólo nueve años. Adquiere entonces la seriedad que le ha acompañado toda su vida. Una melancolía y tristeza, que le han llevado a un páramo emocional, donde huye de toda frivolidad e inconsciencia. Su carácter enamoradizo le ha traído muchas decepciones, pero “si no se te rompe el corazón, es imposible conocer el amor”. En uno de sus primeros poemas describe al amante como “un cuerpo ambulante de dolor”. Para él, “esto es el amor, olvidarse de quién es uno”.
Teme que la muerte deje una canción inacabada: “Hay una canción en la que he estado trabajando durante muchos, muchos años. Tengo la melodía, hecha con la guitarra, realmente buena, y he intentado año tras año encontrar las palabras adecuadas. La canción me preocupa tanto que he empezado de hecho un diario como crónica de mis fracasos.”
Quiere escribir una canción de amor
Un himno de perdón
Un manual para vivir con la derrota
(Going Home)
“A no ser que la persona esté rota y sufriendo, física o psíquicamente, no va a enfrentarse a un examen espiritual” –piensa Cohen–. “Uno empieza a ser sabio, cuando se da cuenta que es sumamente infeliz aquí”. La gente intenta dar sentido a su vida de muchas maneras, pero el cantante de
Viejas ideas lo ha buscado siempre en la religión, algo que muchos no siempre han entendido. Ira Nedel cuenta en su biografía el encuentro del músico con Joan Baez en el Hotel Chelsea de Nueva York. Ella le hablaba de Gandhi, las drogas y la no violencia, pero a Cohen le interesaban más sus inquietudes espirituales que su conciencia social. Y como su admirado Dylan, tiene desde su juventud, siendo judío, una curiosa obsesión, por Jesús,
“Soy un pecador, pero amo a Jesús” –escribe en la colección de salmos de su libro de Oraciones–. “Estoy corrompido, pero en estos momentos, / cuando me encuentro contra la pared, / la oración es la única salida”. Ahora canta, recordando el prólogo del Evangelio según Juan:
LA PALABRA SE HIZO HOMBRE
Enséñame el sitio
donde la Palabra se hizo hombre
(Show Me The Place)
“La Palabra se hizo hombre” (Juan 1:14). Esa Palabra eterna, que no comienza en Belén, ni en el día de la Creación, sino que estaba desde el principio. No tenía origen ni causa, ni dependía de otra forma de existencia. Nunca hubo un momento cuando no estaba allí. No es evolución, ni resultado de herencia alguna, sino que al hacerse hombre en Cristo, perfora la Historia desde la eternidad, por la intrusión e irrupción del Eterno en la existencia humana.
La Palabra creadora hizo todas las cosas. Concibió y formuló la creación. Habló y así fue. Todo lo moldeó y construyó con su arte soberano. Es el Todopoderoso, que todo lo sostiene. Por lo que la energía última es Cristo.
La fuerza creativa, la fuente de toda energía, no es algo impersonal, ciego, caprichoso o malevolente, sino que es como Cristo. La creación no contiene nada que no sea como Cristo, siendo expresión coherente y fecunda de su mente.
Esta Palabra no es sólo Dios, sino que es Dios con Dios. Al hacerse hombre, no deja de ser quién era. Continúa siendo Dios. Se hizo esclavo (
Filipenses 2:7) –como en la canción de Cohen–, al tomar y asumir la naturaleza humana. Al hacerse hombre, se hizo carne. Por lo que la humanidad no está unida a Cristo como una máscara, un vestido o un miembro artificial. Tiene un cuerpo humano. No es una ilusión, sino algo real y tangible. Así sufrió hambre y sed, cansancio y dolor, rechazo y humillación, agonía y muerte.
Cristo conoce la experiencia de la que habla Cohen en este disco. Él también murió. Cuando la Palabra se hizo hombre, conoció, temió y probó la muerte (
Hebreos 2:9). Estuvo así entre nosotros, pero no nosotros con Él. Todos le dejaron, incluso el Padre – “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” –.
Estuvo entre nosotros sin Dios, “para llevarnos a Dios”. ¡Eso sí que será una vuelta a Casa!
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