Afirmamos, mientras entonamos, que por ti, dejamos todo atrás, que cualquier camino mundano queda ya lejos de nosotros, que no volveremos a pecar. Y lo repetimos no se sabe cuántas veces.
Pero tú, Señor, no pesas las palabras vanas que pronuncian nuestros labios, pesas los corazones. Los nuestros.
Hay veces que los himnos parecen servir para mantener nuestro status espiritual. Hacen que nos sintamos bien durante un rato. Nos despejan la mente. Nos descargan la conciencia. Pero..., ¿te sientes bien tú con nuestro canto?
Con alabanza intentamos mentirte, a veces en privado, a veces en público, ante una gran multitud de congregados. Lo sabemos. Lo sabemos porque nuestra hipocresía se torna en sofoco que nos va subiendo hasta la cara mientras procuramos ofrecerte engaño tras engaño, falsas promesas tras promesas falsas. Porque el color de nuestros rostros canta, a la vez, nuestra infidelidad.
Fingimos ante ti una espiritualidad tan grande... ¡Cómo si en algún momento consiguiéramos engañarte sin que te dieras cuenta! ¡Qué poco respeto te tenemos!
Mas seguimos entonando sin saber lo que decimos. Sin querer saberlo porque si conociésemos hasta donde llega nuestro compromiso diciendo lo que decimos...
Tú sí lo sabes, tú no pesas las palabras vanas que pronuncian nuestros labios, pesas los corazones. Los nuestros. ¿Alcanzamos el equilibrio adecuado en tu balanza?
Cantamos lo que no realizamos. Cantamos lo que no creemos posible. Cantamos promesas que no cumpliremos. Cantamos lo que no sentimos como si fuese la realidad de nuestras vidas...
Y cantamos, cantamos, cantamos...
Saltamos. Bailamos. Confesamos tu nombre mirando la mosca que vuela al son de la misma música que nos sirve para mentir mientras cantamos... Es más, cuando ante tu presencia estamos congregados, te glorificamos desunidos, en singular. Lo que debería ser una alabanza plural de las voces de tu pueblo que se ha reunido ante ti, se convierte en aislamiento del otro que está cerca. “Yo te amo”. “Te adoro” decimos, y no “Te amamos”. “Te adoramos”. Alzamos nuestras voces para que pueda oírse bien que te estimamos más que el otro. Y pedimos a cambio protección particular, bendición personal, que nos concedas estar sentados a tu derecha o a tu izquierda cuando estemos en tu reino.
A ti, Señor, no te sirve el peso de las palabras que pronunciamos, esas que, una vez escapan de nuestros labios, se quedan anidando en la concentración del aire y se esfuman luego porque no eran reales. Tú pesas el valor del corazón. El nuestro.
Sin embargo, sí valoras nuestra voz cuando de verdad pesan tus palabras en nuestros corazones. Entonces..., entonces sí que disfrutas de nuestras alabanzas. Porque entonces, te sientes orgulloso de las hijas e hijos que forman tu pueblo. De la fidelidad y del compromiso que hacia ti tenemos. Porque entonces, nuestra proclamación se nos transforma en alimento. Porque entonces, tu llenura nos rebosa hasta tal extremo...
Enséñanos, Señor, enséñanos lo correcto. Enséñanos a serte perfectos. Muéstranos las maneras que te agradan aunque pensemos que ya las sabemos. Queremos darnos cuenta de lo estamos haciendo mal, de lo que no te agrada, de lo que no mereces.
Señor, no tengas en cuenta nuestras distracciones, nuestro no merecer estar en tu presencia.
Estamos dispuestos a hacerlo a corazón lleno.
Mi canción, sin el orgullo de su traje, se ha quitado sus galas para ti. Porque ellas estorbarían nuestra unión, y su campanilleo ahogaría nuestros suspiros.
Mi vanidad de poeta muere de vergüenza ante ti, Señor, poeta mío. Aquí me tienes sentado a tus pies. Déjame sólo hacer recta mi vida y sencilla, como una flauta de caña, para que tú la llenes de tu música.
Obra escogida de Rabindranath Tagore
Si quieres comentar o