Se arrimaba a las personas que acudían gozosas a la llamada de
firmes y adelante, huestes de la fe, sin temor alguno, que Jesús nos ve..., y cuando le llegaba el turno para que oraran por él, decía:
—No, no, yo no he venido para que usted ore por mí. Me he acercado para aprender el método.
—¿Qué método?,¿el Grönholm?
—Sin insultar, por favor, que estamos en el templo –y con la cabeza gacha volvía a su banco confundido.
Sin embargo, pese al esfuerzo que hacía por no molestar, la curiosidad lo llevó a convertirse en el moscón del culto, y claro, como era iluso...
—¿Qué haces aquí otra vez?, dijo el dueño del brazo propulsor pocos días después.
—Es que quiero aprender a hacer esto que usted hace, por eso me acerco lo más posible, para no perder detalle.
—Y eso..., ¿por qué?, ¿cuál es la finalidad divina que te trae a curiosear este don?, dijo el empujador un poco mosca, haciendo pareja con el moscón iluso.
—Porque... –decía titubeando– de niño quise aprender a llamar la atención y lo que conseguí fue que todo el mundo me llamaran tonto. Quizás ahora logre algo y llegue a triunfar en lo divino ya que en lo humano..., he fracasado.
—¿Tú?, ¿triunfar tú?, vamos, ¡por favor!
Pero tan pesado se puso que el dueño de todo poder le enseñó breves nociones con tal de que le dejara tranquilo.
—Anda, ahora ve y practica un poco por ahí, que yo tengo muchas cosas que hacer, ¡ala!
—¡Gracias!, dijo el iluso todo esperanzado.
Mas cuando ya salía del lugar donde habían celebrado aquella reunión clandestina, oyó la voz instructora que lo llamaba.
—Escucha y recuerda esto: Hay personas que tenemos en las venas el don de tirar y otras que tienen el de caer de espaldas. Otras tienen el de oponerse a la caída, estos son los que siempre se colocan detrás del elegido, para evitarle el duro destino, ¡pero ojo!, el impedimento de estos no van contra el Espíritu, no confundas, ¿entendiste?
—Lo voy captando.
—Otras tienen el don masificado del silencio. Es como jurar voto de oír, ver y callar, pase lo que pase, nunca se pronunciarán. De estos piensa lo que quieras.
Algo iba comprendiendo, pero no contento, se fue a preguntar a los del valle de los caídos del gozo y de la paz. Ellos le dieron su versión de lo que sentían con la experiencia y le animaron a que probara.
—No te arrepentirás.
La verdad sea dicha. Mucho de cierto debía haber en todo aquello y como todo aquello creía y como tantas sesiones había visto en directo y en vídeo y tanto había preguntado, el iluso pensó, dentro de lo que se puede pensar teniendo tales dificultades que si a la distancia de poco más de un metro, el golpe resultaba tan enriquecedor, la clave del gozo debía estar en la longitud del trayecto, y quiso intentarlo.
Un domingo, tras una larga sesión de empujes, caídas y votos de silencio, salió de la iglesia con un propósito firme en su vida: Ser tirador de si mismo. Dejar huella. Innovar.
Se encaminó hacia el bloque de viviendas más alto de su ciudad. Subió a la azotea y sin pensarlo dos veces, porque una sola ya era mucho pensar y se tiró al vacío, convencido de que cuanto más largo fuera el trayecto, más paz sentiría su espíritu al llegar al valle de los caídos por el gozo. Y tenía razón.
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