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Protestante Digital

 
 

Rafael Blanco y la obra en Cádiz

Compañero de Matamoros, fue preso, procesado y deportado por difundir el Evangelio en España en el XIX.

ORBAYU AUTOR Manuel de León 23 DE OCTUBRE DE 2014 14:39 h
Reverendo El reverendo Rafael Blanco

Una de las emotivas biografías sobre Rafael Blanco apareció en “El Heraldo” de Figueras. Decía: 




“Podemos afirmar que la causa evangélica en España ha perdido con la muerte de este ilustre pastor, uno de los propagandistas más distinguidos, por su oratoria, por sus vastos conocimientos teológicos y por su amor marcado a la propagación del protestantismo en España, de nuestro querido colega «El Cristiano"», de Madrid, copiarnos los siguientes datos biográficos del ilustre finado, escritos por D. José Crespo, que serán de interés. 

«D. Rafael Blanco nació el 19 de Febrero de 1846, en Málaga, Sus padres gozaban de una posición desahogada, Hasta la edad de diez anos permaneció con su familia en Málaga, habiendo sido monaguillo durante algún tiempo en la iglesia de San Juan. Toda su familia era católica romana. 

Marchó para aprender el inglés a Gibraltar, y allí fue iniciado en el Evangelio por su hermano de medre D. Manuel Matamoros, que había sido convertido por la predicación del pastor Ruet. 

De regreso a Málaga, acompañaba a Matamoros en sus evangelizaciones. A veces se reunían por la noche en casa, y para prevenirles de la aproximación de algún policía, desde el escalón de la puerta, en que se sentaba, silbaba un aire ya convenido. 

Volvió a Gibraltar para traer Biblias, Nuevos Testamentos y porciones de las Escrituras a Málaga; y como la entrada de estos libros en España estaba terminantemente prohibida, la señora de Ruet le cosía en el interior de su ropa cuantos libros podía. Como no llevaba bulto alguno, no necesitaba pasar por la aduana; y con sus manos en los bolsillos y silbando, diariamente pasaba los libros como un muchacho despreocupado. Este llegó a efectuarlo bastantes veces y, gracias a Dios, que le protegió, nunca ocurrió nada desagradable. 

Toda la familia se trasladó a Barcelona, donde Matamoros fue preso, procesado y trasladado a Granada, donde la Audiencia le condenó a presidio por «pretender cambiar la  “religión del Estado”. Esta pena le fue conmutada por la de destierro.  Antes de estos hechos el Sr. Blanco fue a Inglaterra y a Holanda a estudiar, permaneciendo en dichos países poco tiempo. Regresó a España, y fue a reunirse con Matamoros a Bayona, donde celebró su primera conferencia pública el 12 de Junio de 1864, en un Club Español, hablando sobre el cap. 9 de la Ep, a los Hebreos. 

Después de pasar poco más de un año en el Mediodía de Francia pasó a Suiza, y en Lausanne hizo sus estudios en la Facultad libre de Teología del Cantón de Vaud, terminando en 1872. Regresó a España, comenzando su sagrado ministerio el día 10 de Junio de dicho año en la ciudad de Jerez de la Frontera, donde continuó hasta el día 1 de Febrero de 1881, que llegó a Cádiz para hacerse cargo de la obra en dicha capital. Diez y seis anos después salió para Córdoba a dirigir esta Misión y las anejas de Montoro, el Carpio y Villafranca. 

No ha desmayado en su celo, su fe y su esperanza ni un solo instante. El último hecho que lo acredita es su viaje a la Misión de Montoro el día 5 de Marzo, a pesar da hallarse enfermo y aún en contra del ruego de sus hijas. A todo respondía que era su deber. En dicho pueblo, y a consecuencia de los últimos temporales, se recrudeció en su catarro crónico, pues se vio detenido por una avenida de aguas al extremo de una empinada calle, donde sufrió un pequeño sincope. y al tomar el coche hubo de ir en el pescante por falta de sitio, bajo una lluvia pertinaz. 

Su última enfermedad ha sido larga y penosa, dándose bien cuenta de que se acercaba el final de su vida. El día entes de su muerte, con voz fatigosa, pidió que se le cantara el himno: «Mas cerca oh Dios de Ti” ; y aunque no tenia fuerzas para cantar, ni para hablar, repetía algunas palabras para demostrar que nos seguía en espíritu. Al fin, a las seis de la mañana del día 29  marzo de 1881 durmió en la paz del Señor. 

Su sepelio, verificado a las cinco de la tarde del día siguiente, ha sido una verdadera manifestación de duelo, asistiendo también los niños de la escuela con su profesor al frente. El culto en lo casa mortuoria emocionó a los asistentes. Lo presidió el Rdo. D. Guillermo Douglas, quien leyó el salmo 90 e hizo una ferviente oración. En el Cementerio dirigió la palabra a la concurrencia el Rdo. D. Enrique Llndegaard, tratando sobre lo efímero de la vida y sobre el amor de Dios, que entregó a su Hijo para rescatar al pecador perdido; tocando a la conciencia y al corazón de los concurrentes sobre la necesidad de depositar nuestra confianza en Cristo. Reciba la distinguida familia del finado nuestro más sentido y sincero pésame…”




 



Templo de Cádiz



Manuel Carrasco también escribió una nota biográfica aparecida en “Revista Cristiana” de la que extraemos algunos datos. Carrasco también pretende con esta biografía de Rafael Blanco dejar asentado el movimiento protestante sobre la verdad y conocimiento de los hechos, para evitar fantasías. En algunos casos se muestra muy duro con algunos aspectos del protestantismo.



Dice:




“Además, perteneció nuestro biografiado a la generación que vio los comienzos de la Obra protestante española en los tiempos modernos; y sobre esto se han propagado tantos errores y se ha fantaseado tanto, que el que conoce bien los hechos se ve en graves apuros, si quiere restablecer la verdad y evitar de herir el amor propio de no pocas personas. Pero el historiador honrado debe amar más la verdad que la aprobación y el aplauso de amigos y conocidos.

Nació D. Rafael Blanco en Málaga, en 1846, y su padre, como San José, fue de oficio carpintero. En la antigua calle de los Jinetes, de esta ciudad, tuvo durante mucho tiempo su taller de carpintería, en donde se criaba una prole de cuatro ó cinco hijos, unas veces con más, otras veces con menos desahogo, según venían los tiempos y las circunstancias. Cuando más necesitado estaba de la ayuda de su compañera, quedó viudo el Sr. Blanco, y el infortunio parecía cebarse en él. Pero no

se amilanó. Era apuesto, vestía con elegancia y estaba todavía verde. Así es que conquistó el corazón de Dª Dolores García, viuda de un militar, con la que contrajo segundas nupcias. Esta señora aportó al matrimonio algunos intereses y un jovencito, hijo que hubo de su primer marido. Ese jovencito era el bien conocido D. Manuel Matamoros.

Es bien sabido que para muchas personas el alivio material, en lugar de ser un beneficio y un estímulo, resulta una desgracia. Y esto sucedió al Sr. Blanco. La elevación en categoría social a la que creía haber ascendido, aumentó las necesidades de la familia y amenguó el trabajo de la carpintería; y como donde se saca y no se mete pronto se ve el fin, la familia de Blanco se veía reducida a vivir casi exclusivamente de los bienes de D ª. Dolores García y de su hijo Manuel.

Allá por el año 1857 , tiempo de agitación y de revueltas políticas, existía en Málaga una logia de carbonarios, a la que pertenecía el joven D. Manuel Matamoros. En ella se tropezó con dos o tres hermanos que pretendían profesar una nueva religión que se adaptaba, según ellos, a sus ideas políticas. Era el Protestantismo, que venía propagando secretamente por España un tal D. José Vázquez, agente al servicio de un Comité escocés, y D. Francisco de Paula Ruet, pastor español establecido en Gibraltar.

Desde este punto inundaba Ruet las poblaciones y los campos andaluces de folletos religiosos, que se encargaban de esparcir los numerosos contrabandistas que traficaban con la plaza inglesa. En el verano de 1857 hubo en varios puntos de Andalucía algaradas revolucionarias en sentido republicano, y Matamoros, viéndose comprometido, huyó a Gibraltar, en donde buscó a D. Francisco Ruet, del que tenía conocimiento por los protestantes malagueños. La sublevación de las partidas republicanas fue ahogada en sangre. Noventa y ocho de los más culpables, o más infortunados, fueron fusilados. Entre ellos se encontraban el coronel D. Joaquín Serra y varios otros afiliados al Protestantismo sevillano. Pocas semanas permaneció Matamoros en Gibraltar, durante las cuales tomó contacto con los protestantes y se instruyó algo en las nuevas doctrinas; y al regresar a Málaga, una

vez tranquilizada la situación política, no titubeó en propagarlas entre sus amigos políticos, entre los cuales se contaban Villarrazo, dueño de una tienda de ropa; D. José González Mejías, sastre en la tienda de Villarrazo; D. Juan Vivas, carbonario y medidor de granados en la albóndiga; Juan Flores García, operario en el martinete de Girón y hermano del célebre escritor Frasquito Flores García, recientemente fallecido en Madrid a consecuencia de un horrible accidente (i).

Al poco tiempo, en 1858, se vio precisado Matamoros a marchar a Sevilla en compañía de otros quintos que, como él, fueron destinados a la ciudad del Betis. Varios meses llevaba ya de servicio, en el que obtuvo los galones de cabo, cuando entabló relaciones con un tal Bonhome, barbero de oficio y muy metido en política y en la nueva religión. Como era uno de los corresponsales que en Sevilla tenía Mr. Nogaret, pastor protestante de Bayona e intermediario entre un Comité francés y los protestantes españoles, puso en conocimiento de Matamoros que dicho Comité andaba buscando un agente para la propaganda, y lo alentó a que solicitara la plaza, pues no dudaba de que la obtendría si él, Bonhome, le recomendaba. Matamoros, que no titubeó nunca en ejecutar lo que había pensado, escribió enseguida a Mr. Nogaret, y, sin esperar la contestación, se rescató del servicio; hipotecando para ello una casa que poseía. En Málaga pasaron entonces por grandes apuros él y su familia. Escribía carta sobre carta a Mr. Nogaret, pintándole su precaria situación y los sacrificios que había hecho creyendo segura la plaza de agente. Gracias que a la sazón arribó a Málaga don José Vázquez, el cual quedó encantado de Matamoros, y lo recomendó con eficacia para que el Comité de París lo empleara en Cataluña. Por fin llegó el nombramiento y el envío del primer dinero; y en el mes de Agosto de 1859 se embarcó Matamoros para Barcelona, acompañado de la familia de Blanco, para la cual se mostró un protector cariñoso.

Hemos entrado en estos detalles, que parecen ajenos al asunto que tratamos, con el fin de rectificar errores que, desde hace muchos años, vienen propagando los autores que se han ocupado de estos sucesos. Los hechos son lo que son, y no tales cuales los hombres deseamos que sean.

Pocos meses duraron la paz y la tranquilidad en el hogar de los Blancos. Matamoros fue preso en Barcelona, y la correspondencia que le cogieron reveló a las autoridades las ramificaciones que el sedicente protestantismo tenía en España. En Granada, Málaga, Sevilla y Jaén numerosas personas fueron detenidas. Reclamado por la Audiencia de Granada, fue Matamoros trasladado a aquella ciudad, y su familia vióse obligada a regresar a sus antiguos lares malagueños.

La noticia de estas prisiones conmovió al mundo protestante, y de todas partes llegaban a los presos testimonios de simpatías. Esos protestantes extranjeros suplieron ampliamente a todas las necesidades de los perseguidos y de sus familias; pero en esta ocasión, como en otras muchas, no faltaron almas miserables que tomaron pretexto de las persecuciones para explotar a los cristianos extranjeros. Matamoros había gestionado para que sus amigos ingleses recibieran en Inglaterra y dieran educación al hijo de su padrastro, Rafael Blanco, y a su hermanito Enrique, hijo este último de D. Rafael Blanco y de Dª. Dolores García, madre de Matamoros.

Estos dos muchachos estaban destinados a ser el principio de un colegio que se había proyectado fundar en Inglaterra para la educación de niños protestantes españoles. ¡Cuán ignorantes estaban estos señores de lo que se llamaba entonces Protestantismo español! Rafael Blanco y su hermano fueron, pues, expedidos a Inglaterra. Ellos constituían las primicias de esa nutrida tanda de niños y adolescentes que se enviaron primero a Inglaterra, después a Francia y finalmente a Suiza. Muchos de ellos, la mayoría, recibieron del Protestantismo el pan gratuito que se comieron, educación y cultura, sin los cuales hubiesen sido toda su vida unos simples peleles, que es a lo que su posición social los llamaba. En pago de estos beneficios, ellos y sus respectivas familias han vuelto la espalda a su bienhechor o se han convertido en sus enemigos. Verdad es que toda la culpa no es de ellos, sino que la comparten con los que remitiendo chicos al extranjero, con promesas falaces a los padres, deseaban dar pruebas de los grandes resultados obtenidos por sus trabajos misioneros.

Salieron los presos de su prisión para ser desterrados del suelo patrio. Matamoros emprendió entonces un viaje triunfal por Francia y Holanda, en donde fue extraordinariamente admirado y agasajado. De Holanda pasó a Inglaterra, pero aquí padeció un terrible desengaño. Por hechos y cosas que sería largo de contar, se había enajenado las simpatías de sus protectores britanos, y tan severos se mostraron que rompieron con él, y ni aun quisieron guardar por más tiempo, mientras se hallaba un sitio de refugio, a los niños españoles que allí tenían. El proyectado colegio vino, pues, a tierra. Los amigos holandeses se prestaron  gustosos a recibirlos y  Rafael Blanco y sus compañeros de peregrinación hicieron rumbo hacia los Países Bajos.  En el comité de París contaba Matamoros con amigos devotos, y éstos decidieron establecer el colegio en Bayona, bajo la dirección de Mr. Nogaret, y la ayuda pecuniaria de los simpatizadores holandeses. Allá, pues, fueron trasladados los errabundos muchachos. Pero tampoco pudo cuajar el colegio en Bayona. A los dos años salió Mr . Nogaret harto de colegio y de españoles. Se trató de disolverlo y de  enviar cada muchacho a su casa. Pero Matamoros no se daba por vencido. Gestionó y obtuvo de sus amigos suizos que los jóvenes españoles fueran enviados a Lausanne, en aquel tiempo pequeña y tranquila ciudad. Allá fueron, pues, Rafael Blanco y otros españoles.

Este pasó allí ocho o nueve años, estudiando Teología en la Facultad de la Iglesia Libre, en la que se licenció. F ue estudiante serio, aplicado y de sanas costumbres. El Cantón de Vaud imprimió en su espíritu un sello que nunca se borró. La Teología reinante entonces en dicha Facultad se incrustó en su alma de modo indeleble. En los años posteriores, cuando se enteraba de las nuevas tendencias teológicas que manifestaban la Iglesia Libre y su Facultad de Teología, se le crispaban los nervios. Habían puesto sus manos profanas en el Arca Santa de la infalibilidad bíblica, y el tesoro sagrado de la ortodoxia tradicional se derrumbaría de seguro, para daño de la Iglesia de Cristo. El permaneció firme en todas las creencias e ideas que recibiera en su juventud. En esta materia, creía él, la Iglesia no puede progresar. Lo que llaman luz y progreso, no son sino tinieblas y retroceso.

Con estas ideas y convicciones, se dispuso a entrar en España, después de ser consagrado al santo ministerio, para trabajar en la propagación de las creencias evangélicas. Cuatro años hacía ya que las puertas de su patria se habían abierto de par en par a todas las ideas cuya propagación había estado hasta entonces prohibida. Su corazón rebosaba de júbilo cuando pisó el territorio español. Al fin podía realizar los ensueños por tanto tiempo acariciados. La España del despotismo político y de la intolerancia religiosa había roto las cadenas que la esclavizaban, y un porvenir lleno de risueñas esperanzas se dibujaba en el horizonte, si, como todo lo hacía creer, el pueblo español se decidía por la reforma religiosa. ¡Cuantos desengaños hubo de sufrir este joven reformista español!

Era en 1872 ; contaba entonces D. Rafael Blanco veintiséis años. Aceptó el puesto que le ofrecía la Iglesia Unida de Escocia en Jerez de la Frontera, para misionar en ella en unión del pastor D. José Viliesid, que , desde hacía dos o tres años venía sembrando las nuevas doctrinas en la ciudad del buen vino. Una mies abundantísima se presentaba en aquel campo misionero; y se creyó necesario reforzar el personal, porque un solo hombre no bastaría para tan vasta labor. Testigo mudo y frío de estas esperanzas, hoy fallidas, es el gran templo que entonces se construyó en un extremo de la ciudad, destinado a encerrar la cosecha.

Por espacio de unos nueve años trabajó D. Rafael Blanco en Jerez, y allí empezó a dar señales de ese espíritu ordenado, metódico, minucioso y un tanto ordenancista que siempre le distinguió. A pesar de los desengaños, su celo no disminuyó; y su fe parecía enardecerse, a medida que las dificultades aumentaban.

Hay que decir, en honor de él y de D. José Viliesid, que, siendo dos polos opuestos por el espíritu y el temperamento, trabajaron en unión perfecta, sin que la más leve sombra de disgusto viniera a entibiar la amistad que los unía. Por aquel tiempo, 1880, hubo necesidad de significar al pastor de Cádiz que se buscara otra ocupación. Estaba sostenida esta obra por un Comité escocés, regentado por la bien conocida Mrs. Peddie, y a quien representaba en España el pastor escocés D. Enrique Duncan, que por espacio de muchos años pastoreó en Córdoba. La misión de Cádiz necesitaba un hombre activo, serio y consciente de su deber. Allí no había sino ruinas. La pequeña grey se había esparcido por la negligencia de sus pastores. Don Rafael Blanco fue trasladado a Cádiz, de cuya obra se hizo cargo en Febrero de 1881. Diez y seis años, he leído, trabajó allí. No diremos que hiciera milagros, porque éstos no son ya de nuestro tiempo; pero sí que logró reunir una pequeña congregación de trece miembros, a la que infundió con su palabra y su ejemplo verdadera piedad cristiana y un sano espíritu de sacrificio. Deseoso de poseer un edificio propiedad para la obra evangélica, estimuló a la pequeña congregación a que diera ella el ejemplo del sacrificio; y, peseta tras peseta, aquellos miembros pobres llegaron a reunir hasta quinientas.

A las dificultades nacidas del campo en que trabajaba, le vinieron otras más íntimas y más dolorosas. Un hermano suyo, carpintero de oficio, Cristóbal Blanco, que en tiempos anteriores había comido abundante pan de los protestantes, solicitó su ayuda y protección. Don Rafael lo puso al frente de la Escuela de niños, puesto que desempeñó varios años, con las deficiencias naturales del que de súbito pasa del taller al magisterio. Don Rafael sobrellevaba, resignado, estas contrariedades, hasta que, no pudiendo más, hubo de despedirlo de la Escuela. Los católicos, al acecho siempre de todo lo que puede ocasionar daño a los evangélicos, catequizaron a D. Cristóbal, prometiéndole el oro y el moro, hasta que lograron que él, su mujer y sus hijos hicieran una mentida abjuración. Y decimos mentida, porque Cristóbal Blanco no fué evangélico sincero, y sólo se hizo pasar por tal cuando de ello resultaba algún beneficio. Pero lo que se propusieron los católicos lo obtuvieron, que fue armar ruido y dar un grave disgusto a D. Rafael Blanco.

Hacía tiempo que entre D. Enrique Duncan, D. José Viliesid y D. Rafael Blanco se venía agitando la idea de fundar un colegio para formar jóvenes destinados al magisterio y al pastorado. Por fin, la idea cristalizó; se recaudaron fondos, con los cuales se compró una casa en Córdoba, en la calle de Candelaria, número 12, en la que se pensó establecer el proyectado instituto. Dicha casa, aunque es propiedad del llamado Presbiterio de Andalucía, fue inscrita en el Registro de la Propiedad a nombre don D. Enrique Duncan, el cual, habiendo fallecido en Inglaterra ha ya muchos años, dejó la casa en herencia a un hijo suyo, sin que hasta la hora presente haya habido medio de inscribirla a nombre de sus verdaderos propietarios. Aquí no se puede aplicar aquello de «¡Cosas de España!, porque los que intervinieron y han intervenido en esto han sido extranjeros.

Tampoco son cosas de España el haber establecido el Colegio en el Puerto de Santa María, en casa alquilada, poseyendo una en Córdoba, y eso porque así convenía al gusto del que vino a regentarlo. Fue éste el irlandés D. Guillermo Moore, que allá por los años 1872 y 73 tuvo obra en Madrid en el barrio de las Peñuelas. Ignoramos por qué causa renunció a evangelizar en España y regresó a su país. El hecho es que cuando se trató de dar principio al Colegio, D. Rafael Blanco tuvo la idea de proponer a la Iglesia de Irlanda que le cediera a su pastor D. Guillermo Moore para que se encargara de la dirección del proyectado Instituto teológico.

Aceptó éste con tanto más gusto, cuanto que, estando delicado de salud, necesitaba vivir en un clima meridional. No entra en el cuadro que nos hemos trazado hablar de la marcha y frutos de este Colegio, que viene funcionando desde hace treinta años. Sólo diremos que admiramos la fe de los que lo instituyeron y el esfuerzo gigantesco que han tenido que hacer sus catedráticos, poco numerosos por necesidad, para preparar jóvenes dignos de merecer el título de licenciados en Teología, lo que supone un trabajo hercúleo, si se tiene en cuenta que muchos de esos jóvenes, al ingresar, no poseían más instrucción que la primaria, y que los catedráticos unían a sus funciones las de pastor en sus respectivas iglesias.

En la preparación de sus lecciones sobre la Literatura griega y latina é Historia griega ponía D. Rafael toda su alma y ese espíritu ordenado y metódico que le distinguía. Este curso duraba, si nuestra memoria no se equivoca, tres años. Quizás no pudieron los alumnos sacar toda la substancia clásica que tales lecciones encerraban. Para ello se necesita conocer bien, o por lo menos medianamente, las lenguas de griegos y romanos, y ellos no podían hacer otra cosa sino saludarlas.

Más valioso que sus lecciones era el ejemplo de hombre recto, íntegro, piadoso, ordenado y esclavo de su deber, que D. Rafael daba a sus alumnos. Las lecciones pueden olvidarse y se olvidan con frecuencia, pero no se olvida tan fácilmente el ejemplo vivo de cualidades y virtudes que no abundan en España. Aunque el Instituto del Puerto fuera el amor de sus amores, vióse D Rafael obligado a separarse de él, por haber sido llamado a laborar en Córdoba, allá por el año 1897.

Encontró aquí, como en Cádiz, un campo lleno de ruinas espirituales. A limpiarlo y a edificar de nuevo empleó las energías de su alma, todos los que tienen alguna experiencia de estas cosas saben el trabajo ímprobo y la perseverancia que esto supone.

No estamos bien informados de los resultados que obtuviera en Córdoba mismo; pero sabemos por oídas que en Montoro (ii)  logró formar un núcleo evangélico interesante. Desde luego se puede asegurar que dondequiera que trabajó puso la base sólida y buena, sobre la que otros podrán edificar. No fundó, que sepamos, ninguna obra nueva; pero tuvo la ingrata tarea de laborar en campos que otros habían arruinado, y en todos dejó el recuerdo de una vida intachable, toda entera consagrada a la Obra de Cristo.

Fué un hombre de constitución robusta, y poseía un estómago a prueba de bomba.

Su temperamento, como el de la mayoría de los hijos de su tierra, era vivo hasta la vehemencia. Vestía con pulcritud, y cuidaba su barba y abundante cabellera con esmero casi femenino. Su predicación sencillísima era más bien una conversación desprovista de todo adorno retórico. No titubeaba en usar vocablos gruesos y vulgares si creía que con ellos se hacía comprender mejor. Sucedía, a veces que, afligido por la incredulidad de los oyentes, se encolerizaba de santa cólera, y, como Moisés, rompía las Tablas de la Ley. Desaparecía entonces el predicador manso y paciente, y aparecía el profeta Elías con toda la vehemencia del malagueño.

Desde que recibió la consagración al santo ministerio se sintió, como el Apóstol de las gentes, un verdadero embajador de Cristo. En el desempeño de esta función ponía toda su alma, tomaba entonces aspecto hierático; el tono de su voz se hacía majestuoso; toda su persona se revestía de dignidad, y daba a todos la impresión de que aquel hombre estaba profundamente persuadido de la augusta función que desempeñaba en este valle de lágrimas.

En estos últimos tiempos su salud se resintió, y estuvo gravemente enfermo; pero se repuso, al parecer, si bien le quedó la diabetes, lo cual no fué óbice para que emprendiera sus ocupaciones habituales, visitando con puntualidad la misión de Montoro. Sorprendido aquí por uno de esos fuertes temporales que reinaron en Andalucía en el mes de Marzo, se agravó en su enfermedad, la cual se complicó con una apendicitis aguda. Y el 29 de Marzo este siervo fiel entró en el reposo de su Señor con la paz y serenidad del justo que sabe adonde va.

No debemos terminar estas líneas sin mencionar a la fiel compañera de D. Rafael, doña Sofía Détrey, modelo de esposas y de madres de familia. Nacida en Suiza, en un medio elevado y culto, se vio trasplantada a España, y en un medio diametralmente opuesto a aquel en que se había criado, y consciente de su deber, sus labios no profirieron una queja. Habituada a una sociedad culta, vióse en España aislada, rodeada de pobres faltos de la cultura más elemental, y su espíritu fuerte lo sobrellevó todo con heroísmo ejemplar. Madre de numerosa familia, pues dejaba al morir diez hijos vivos; cargada de un trabajo abrumador, tanto más pesado cuanto menos aficionado era su esposo a los niños, hallaba todavía tiempo para hacer de su hogar un sitio agradable, un asilo de paz, hospitalario a todos los amigos que a su puerta llegaban, los cuales eran recibidos con agrado encantador.

Mujer santa, mujer bendita, su alma brillará en la patria celestial con el esplendor de las almas heroicas y puras que han tenido su vida oculta en Dios.

Manuel Carrasco




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(i) Hacemos notar de nuevo que la clase social en la que se desarrolla el protestantismo del XIX es una clase media, en un país empobrecido e ignorante como era España, dentro del cual estaban desde el coronel Serra, el catedrático Vázquez hasta el operario de martinete Juan Flores, por citar alguno.



(ii) “The Christian observer” de 1862 publicaba un amplio artículo titulado  “Los protestantes y el protestantismo en España. Dice de Rafael Blanco: “ Regresó a España, comenzando su sagrado ministerio el día 1.0 de Junio de dicho ano en la ciudad de Jerez de la Frontera, donde continuó hasta el día 1.- de Febrero de 1881, que llegó a Cádiz para hacerse cargo de la obra en dicha capital. Diez y seis anos después salió para Córdoba a dirigir esta Misión y las anejas de Montoro, el Carpio y Villafranca”.


 

 


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