Los carrilanos de la crisis

No sé si, desgraciadamente, volverán los “carrilanos” al estilo de los que conocí antaño. Hoy, como resultado de la crisis económica que vivimos y que, cuando parece que algunos nos dicen que estamos saliendo otros nos hablan de posibles nuevas depresiones económicas en Europa, nos tememos la vuelta de muchos de los abandonados en el carril. ¡Terrible palabra, la de “carril o carrilanos”, en relación con los ambientes de pobreza y marginación!

Hoy, no se usa tanto esta palabra como hace 20 años en los que era usual el uso de la palabra “carrilanos” para aludir a los excluidos de casa y de patrimonio, a los “sin techo”, a los que se pasaban el día de un lado a otro sin saber dónde encontrar un pequeño espacio para echar raíces. Su vida transcurría por un carril de abandono y soledad. Yo voy a usar hoy también, como acercamiento a ellos y como inmersión en sus problemáticas, la palabra “carrilano”, pero la quiero usar no sólo con respeto, sino con empatía hacia su sufrimiento, con dolor y como mano tendida en lo que yo también pueda ayudarles.

Muchos de los carrilanos de hace entre dos y tres décadas eran jóvenes. Hoy da miedo pensar en esas épocas pasadas porque muchos jóvenes desempleados pululan por la ciudad. ¿Volveremos a ver, una vez más, las ciudades llenas de los antaño llamados “carrilanos”? ¿Volveremos a apreciar de forma clara y tangible que existe una ruta de los pobres, un carril de la vergüenza para todos nosotros, sendas de exclusión tanto para españoles como para inmigrantes? ¿Volveremos a ver una vez más gente triste deambulando, desempleados y al margen de los caminos de los integrados construyendo carriles de soledad? 

Tantos jóvenes sin trabajo pueden ir preparando el caldo de cultivo para alimentar estos carriles de solitarios abandonados que, sin rumbo fijo, se buscan la vida en soledad. Las dificultades de encontrar vivienda digna, los desahucios, la hambruna en que viven muchos niños españoles que se alivia gracias a muchos de los comedores escolares, la crisis de las ayudas asistenciales, los bajos salarios que hacen que muchos, aun trabajando vivan en dificultad social, van formando los focos de pobreza y de conflicto social de donde pueden partir carriles de soledad, carriles por donde circulan los abandonados de las sociedades desiguales e insolidarias. 

Muchos caminan o, quizás, caminarán en los próximos años abandonados, solos, marginados. En estos colectivos, si la sociedad no lanza redes de protección, se pueden ir creando unas pautas psicológicas especiales, propias de los focos de pobreza, mentalidades en donde se cree en el fatum o destino personal contra el cual no se puede luchar. Se pueden ir creando en los jóvenes y niños mentalidades de pobreza. La soledad acaba retrotrayendo la psicología de los habitantes del carril. Los hace más introvertidos y menos sociables. 

Muchos acaban desestructurados psicológicamente, se deshabitúan en cuanto a los horarios de trabajo, en cuanto a la disciplina de la vida para luchar por búsqueda de empleo, se cae en el desánimo, se pierde identidad, se acaba buscando la vida en el deambular de un lado a otro. De ahí a comenzar la vida de carrilano hay sólo un pequeño paso. Es como caer al fondo del abismo de la marginación social. De todas formas espero que el carril de los abandonados y solitarios no se llene en los próximos años. Quizás estemos a tiempo de tomar medidas fundamentalmente en la reactivación del empleo juvenil, de la protección de los desahuciados de sus viviendas, en la lucha social para que los niños no se impregnen de mentalidades de pobreza. 

Hoy sigue habiendo muchos solitarios en las grandes ciudades, pero lo más complejo y peligroso es que muchos otros se preparan para entrar en estos carriles de soledad. ¡Maldita crisis! ¡Malditos sean los culpables de ella, si es que no todos somos igualmente culpables! Espero que no os extrañe esto referido a nuestro hoy, nuestro aquí y nuestro ahora: Hoy los roperos de las ONGs o Asociaciones para Ayuda Social a personas “transeúntes” —término más socialmente correcto que el de carrilanos— y para familias necesitadas están llenos. Roperos que forman parte del carril, comedores de misericordia en los márgenes del carril, lugares donde se imparten desayunos o se dan bocadillos. Son como los puntos neurálgicos que todo carrilano debe conocer. Hoy muchos hacen o construyen su carril deambulando de un lado a otro, de ropero en ropero, de albergue en albergue, de comedor en comedor, intentando conseguir un desayuno en algún sitio o unas latas y un poco de leche en otros. 

Problema de los “carrilanos”: Están irremediablemente solos. Solos por grandes rupturas, por falta de empleo, por falta de los mínimos ingresos, por fuertes fracasos vitales, líneas en las cuales se pueden ir integrando muchos de los actuales jóvenes que pasan días y días, años y años deambulando por el carril mientras el trabajo les da la espalda como si fueran los malditos del tajo en donde deberían ganarse su jornal.

Muchos los miran, las iglesias los observan, muchos los ven pasar por las puertas de sus casas. Todavía hay algunos que se sienten movidos a misericordia y tienden su mano de ayuda convirtiéndose en las manos de Dios actuando en el mundo a través de sus criaturas y actúan, hacen, proponen.  Pero muchos otros miran con indiferencia. No quieren sentirse interpelados por la pobreza en España o en el mundo. Giran sus cabezas y tapan sus oídos para no oír los gemidos de los pobres “carrilanos” que no encuentran sitio para ellos en el mesón de la vida de los integrados. 

Muchos circulan o circularán en breve solos ante la indiferencia de muchos o ante la mirada de aquellos que piensan que son “habitantes del carril” por opción personal. Como si una persona, sin más ni más, pudiera renunciar a su vivienda, a su familia, a sus hijos, a cualquier tipo de proyecto compartido por una caprichosa opción personal, sin que hayan incidido grandes quiebros en su vida, grandes rupturas y grandes fracasos. 

La mayoría de la sociedad dormita tranquilamente. Ya no se buscan culpables, nadie busca responsabilidades ajenas, ni sociales, ni estructurales, ni individuales. Son simplemente los “habitantes del carril” a los que se mira con indiferencia o, a veces, con miedo. Un carril preñado de soledades con olor a sufrimiento o, en su caso, a vino barato. Van solos aunque rodeados de multitudes que ni siquiera les miran. La soledad puede acabar partiéndoles el corazón y desestructurando la psicología de estas personas. Muchos acaban cayendo en el total aislamiento social, en la marginación o en el entrar en la brega de buscarse la vida como “carrilanos” por una especie de fatum o destino personal.

Yo creo que los cristianos debemos ver cuál es nuestra responsabilidad ante los actuales “carrilanos” solitarios y abandonados o ante los “carrilanos” futuros impelidos por los efectos de las crisis económicas que azotan Europa o el mundo. La Biblia nos llama a compartir, a denunciar, a albergar, a ser buscadores de justicia, a elevar nuestra voz como un grito que no sólo clama al cielo, sino que se une a los gritos celestiales en demanda de justicia, de solidaridad y de un mejor reparto de los bienes de la naturaleza que deben ser para todos sin que se guarden solamente en los almacenes de los necios que sólo confían en las riquezas.