No se puede evangelizar ni anunciar la llegada del Reino, si no asumimos sus valores entre los que están que los últimos serán los primeros.
A veces usamos un concepto muy restringido de lo que es evangelizar. Solemos pensar en el anuncio, en la verbalización de la palabra, en la comunicación de conceptos. Algunas preguntas: ¿Evangeliza quien no sirve o tiene los canales de comunicación cortados al no vivir su fe con coherencia? ¿Evangeliza la iglesia cuando anuncia, cuando proclama, cuando cumple con sus rituales, o todo queda en palabrería ñoña cuando no se sirve manchándonos las manos como buenos prójimos siguiendo las líneas marcadas por Jesús para la práctica de la projimidad?
Siguiendo las líneas proféticas, al que no sirve, al que no busca justicia, al que no se mancha sus manos en la ayuda al prójimo necesitado, ¿se le cierran los canales de comunicación con el Altísimo dejando inservibles sus rituales, sus alabanzas, celebraciones y fiestas solemnes?... Terribles preguntas. Leed los libros proféticos.
¿Acaso el anunciar, las celebraciones de culto a Dios, las oraciones, las ofrendas y el amor al prójimo en necesidad y el buscar justicia y misericordia no forman un todo imposible de separar y que sólo separamos a efectos didácticos y para entendernos? ¿Mutilamos la evangelización y la vivencia de la espiritualidad cristiana si eliminamos una de estas acciones? ¿Se rompe la integralidad si eliminamos de la evangelización el servicio o el servicio es también un elemento evangelizador?
Yo escribí una serie evangelística buscando ese conjunto integral que debe reinar en la vivencia y práctica de la espiritualidad cristiana que titulé: “Evangelizar: Compartir la vida, el pan y la Palabra”. ¿Se evangeliza también cuando se comparte el pan y la vida? Si olvidamos el servicio y la ayuda al prójimo necesitado, ¿podemos decir que estamos siguiendo las líneas evangelizadoras de Jesús? ¿Os habéis preguntado alguna vez que por qué Jesús lanzaba sus mensajes evangelísticos para todos, pobres y ricos, excluidos o integrados, pero siempre desde las perspectivas y posicionamientos de los pobres y los humildes? ¿Evangelizó Jesús con sus acciones, sus líneas de servicio, sus estilos de vida, sus prioridades y su relación con los proscritos y tildados de pecadores?
Quien no sirve, no evangeliza. Éste podría ser el lema que resume todo este artículo. Las palabras anunciadoras de un Evangelio redentor y liberador expresadas por una iglesia que no sirve al prójimo sufriente o por creyentes que están de espaldas al grito de dolor de los pobres, desclasados y excluidos de la tierra, no pueden hacer creíble el auténtico anuncio de La Palabra, de las Buenas Nuevas que hicieron de los pobres un destinatario nombrado específicamente, aunque el Evangelio era para todos, incluso para aquellos “sanos” de los que Jesús dijo que no necesitaban médico.
Es una irresponsabilidad y una mutilación de la tarea evangelizadora el querer evangelizar a los pobres sólo con rituales, celebraciones y ofrecimientos celestes, mientras se da la espalda a su dolor y no somos capaces, como ocurrió con el sacerdote y el levita de la parábola del Buen Samaritano, de sentirnos movidos a misericordia y compartir con ellos no sólo la Palabra, sino la vida y el pan.
No se puede evangelizar ni anunciar la llegada del Reino, si no asumimos sus valores entre los que están que los últimos serán los primeros, los valores solidarios del Reino, valores dignificadores que irrumpen en nuestra historia con la llegada de Jesús al mundo.
En la evangelización, la fe y el amor son dos conceptos tan interrelacionados, tan interdependientes, que evangelizar faltando alguno de estos conceptos sería una mentira. Recordemos una vez más la frase del apóstol Pablo: “La fe que obra o actúa por el amor”. En una relación similar estaría en la Evangelización la fe y las obras, las palabras y los hechos que avalan lo que decimos, los anuncios y las acciones, los sonidos y los gestos.
El mundo no tiene que sentirse retado solamente por lo que creemos o lo que somos. También tienen que estar interpelados y retados por lo que hacemos, por nuestra manera de vivir, por nuestra práctica del amor y de la misericordia. “¿Por qué me llamáis Señor, Señor y no hacéis lo que yo digo?”. En la evangelización tenemos que mostrarnos necesariamente también como hacedores de la Palabra, como servidores que siguen a un Maestro que nos ha dado ejemplo de servicio.
Otra pregunta: ¿Es la evangelización sólo anuncio o, en el plano de horizontalidad en la que se da toda evangelización, es también denuncia de las situaciones injustas que se dan en un mundo que abusa de los más débiles? ¿Hemos, pues, de asumir la denuncia en nuestra evangelización como así lo hicieron los profetas como voceros de Dios? Os dejo a vosotros la respuesta desde vuestras reflexiones bíblicas.
Así, pues, toda evangelización tiene que ser anunciadora y proclamadora, pero muchos que nos antecedieron, como fueron los profetas y entre ellos Jesús mismo, usaron también la denuncia como parte de la acción evangelizadora. Denuncia añadida a la acción liberadora, a la búsqueda de justicia y a la práctica de la misericordia.
La evangelización tiene que estar avalada por los hechos y, si también compartimos la vida, se convierte necesariamente en testimonio de vida que sin duda es una de las vertientes más importantes de la evangelización. También una evangelización hecha desde la fe que actúa a través del amor, comparte el pan. Y al compartir el pan como parte de un testimonio de amor a las personas, nos podemos sentir avalados para poder hablar de la acción social evangelizadora, la obra social evangélica como testimonio de vida evangelizador.
No nos extrañemos que haya personas que den la espalda al templo, a sus rituales y a sus anuncios. Quizás sea simplemente porque carecen de unas líneas evangelizadoras integrales donde nunca se deben cercenar la acción de misericordia, ni la búsqueda de justicia, ni la denuncia profética, ni la práctica de una fe que, necesariamente, tiene que actuar a través del amor.
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