El tráfico de seres humanos y la respuesta de la iglesia, un artículo de Abraham (Abey) George.
Una chica es víctima del tráfico de seres humanos a través de ciudades e incluso naciones, engañada y coaccionada a servir a una docena de clientes al día en un sórdido y sucio burdel en una de los distritos rojos en una bulliciosa metrópoli de India. Si rechaza a un cliente, es objeto de violación y violentos abusos físicos por parte de una banda que le dejan cicatrices indelebles, físicas, psicológicas y quizá espirituales. Se encuentra en una tierra extraña, sujeta a abusos indescriptibles por parte de extraños que pagan por violarla, golpearla y finalmente se ve resignada a la nueva realidad de su vida.
Un hombre joven quiere visitar a su hermana que vive en otra ciudad, pero no dispone de los medios para hacer el viaje. Pide prestados 10 dólares a un prestamista local y se compromete a trabajar para él para pagar el pequeño préstamo. Pronto es objeto del tráfico entre países, con su mujer y sus seis hijos, trabajando 18 horas al día cociendo ladrillos bajo el sol abrasador. Una década y media después, aún no ha terminado de trabajar. La deuda, inexplicablemente, aún no ha sido pagada.
UN CRIMEN UNIVERSAL
Estas historias, desafortunadamente, son demasiado frecuentes en todo el mundo hoy en día. El tráfico de seres humanos es un crimen global que afecta a casi todos los países en todas las regiones del mundo, y las estadísticas son impactantes:
ABUSO DE PODER
El tráfico de seres humanos puede ser entendido como un proceso por el que se recluta a personas en su comunidad a manos de traficantes usando el engaño y/o alguna forma de coacción para atraerlas y controlarlas. Es el conflicto entre los poderes y la vulnerabilidad de la gente. Gary Haugen de Misión Justicia Internacional, define esto y la injusticia en general, como un abuso de poder y explotación del débil por el fuerte. Como cristianos, esto tiene que ser algo que se grabe en nuestros corazones y mentes.
¿QUÉ DICE LA BIBLIA?
Las Escrituras contienen muchos mandamientos explícitos sobre “practicar la justicia” (Miqueas 6:8) y defender al oprimido: “aprended a hacer el bien, buscad la justicia, reprended al opresor, defended al huérfano, abogad por la viuda” (Isaías 1:17). No son referencias incidentales, sino que constituyen el tema central de la Biblia. La preocupación por el oprimido y el maltratado son un tema constante. Está profundamente enraizado en la historia de Israel.
Torah: Yavé les liberó de la opresión en Egipto y ahora espera que ellos sean a su vez liberadores. La ley Mosaica está repleta de ejemplos. Cada tres años, por ejemplo, se pedía a los israelitas que traigan el diezmo de su producción para los que no tenían heredad, los forasteros, los huérfanos y las viudas. (Deuteronomio 14:28, 29).
Profetas: Los profetas se hacen eco y reiteran estos requerimientos. Isaías, por ejemplo, condena a los que tienen poder y “aplastan” y “muelen las caras de los pobres” (Isaías 3:14-15).
Evangelios: Los Evangelios continúan el tema. Jesús no vino a iniciar una religión, sino más bien a anunciar un nuevo “reino,” una nueva forma de vida. Las buenas noticias de Jesús no eran sólo señalar la cuestión del pecado o la caída espiritual del hombre, o cómo llegar al cielo y evitar el infierno. Tratan de la venida del Reino de Dios a la Tierra así como es en el cielo.
El reino del que Jesús hablaba no es una forma futura de existir, o un lugar distante, sino algo que estaba pasando en esta Tierra aquí y ahora. A Dios no hay que entenderle sólo como Creador o gobernante sobre toda la creación, sino que su reino debía verse ahora explotando en las vidas de su pueblo de forma que afectara cada aspecto de sus vidas. Esta había de ser una nueva realidad dinámica que tuviera absoluto dominio en las vidas y decisiones de su pueblo.
Amonestando a los fariseos por su falta de justicia y misericordia, Jesús dice: “Habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad”(Mateo 23:23). En todos los demás sitios, Jesús elabora su mensaje cuando lee la antigua profecía: “El Espiritu del Señor esta sobre mi, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el ano favorable del Señor” (Lucas 4:18-19).
¿CUÁL ES NUESTRA RESPONSABILIDAD?
Evidentemente, si un cristiano se encontrara en un puesto de responsabilidad donde pudiera influir en la cuestión del tráfico de seres humanos, tendría la responsabilidad de seguir claramente los mandamientos de las Escrituras respecto a ejercer la justicia. Sin embargo, gran parte de la iglesia tiene poca o ninguna proximidad directa con esta cuestión. ¿Aun así, tienen responsabilidad?
Quizá la mejor respuesta se encuentre en la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37):
Jesús reconoce en la pregunta del intérprete de la ley, la tendencia humana de intentar librarnos de toda responsabilidad, declarando que ciertas personas no son responsabilidad nuestra.
Con este mandamiento final: “ve y haz tú lo mismo,” Jesús borra los límites que el letrado intenta poner y señalar que aquellos que verdaderamente participan en la vida del Reino viven la ley en plenitud “siendo prójimos”- llevando shalom a todos los que experimentan quebrantamientos en torno a ellos.
No hacer nada, parece sugerir Jesús, sería confabular con la creación quebrantada permitiendo que el hombre continúe sufriendo y muriendo.
La iglesia es el vehículo de Dios para llevar shalom al quebrantamiento y la opresión en el mundo. Para que la iglesia anuncie de forma creíble que Dios es Dios y que su nuevo mundo ha empezado, nos recuerda N T Wright, tiene que estar “participando activamente en la búsqueda de la justicia en el mundo, tanto local como globalmente, y celebrando alegremente la buena creación de Dios y su rescate de la corrupción.” Sin esta interacción activa con los quebrantados que están a nuestro alrededor, nuestra proclamación se queda en una mera sombra del Evangelio glorioso que se nos ha encomendado proclamar.
ASÍ QUE, ¿QUÉ DEBE HACER LA IGLESIA?
1. Ser la voz profética de transformación.
EL objeto de la iglesia se hizo claro en las palabras de Jesús – ser la voz profética de transformación en este mundo – y sin embargo históricamente se ha doblegado a las corrientes filosóficas predominantes del momento. La iglesia debe reconocer que se estableció en primer lugar y sobre todo para llevar la buena noticia transformadora de la justicia de Dios que rescata a este mundo quebrantado.
2. Mantener viva la esperanza.
La escalada de tráfico con seres humanos y el abuso y la opresión que inevitablemente les siguen, puede intimidar a la mayoría de la gente. Cuando se combina con una patente falta de capacidad para cambiar las cosas, puede llevar a la mayoría de la gente a la desesperanza.
Sin embargo estas situaciones de injusticia pueden ser caldo de cultivo para la esperanza. La iglesia debe continuar abordando cuestiones como el tráfico de seres humanos, a nivel menor y mayor, de forma que presente el cuerpo de Cristo como el último presagio de esperanza-de la realidad de la resurrección incorruptible en el futuro, y, quizá más importante, de la que se hará viva en el presente en la vida de millones de personas en el mundo, que simplemente ya no lo tengan.
3. Implicarse en el trabajo.
La iglesia ha estado históricamente en primera línea en cuestiones de educación, sanidad, orfanatos, alimentación del hambriento, y abolición de la esclavitud en algunas partes del mundo. Desafortunadamente, ha estado notablemente ausente casi siempre en el tráfico de seres humanos que afecta a casi todos los países. Hay mucho que el cuerpo de Cristo global puede hacer para cambiar las cosas:
Animar a la gente joven a que ejerza carreras que ayuden a proteger y a cuidar a las personas víctimas de abusos. Las carreras que impliquen el desempeño de la ley, son evidentemente las ideales, pero hay otras muchas vocaciones que pueden proporcionar la justicia. Artistas, músicos, escritores, productores, misioneros, los que trabajan por el desarrollo, trabajadores sociales y consejeros, todos pueden usar su voz y sus habilidades para abogar y preocuparse por las víctimas del tráfico de seres humanos.
Levantar la voz en nombre de las víctimas del tráfico de seres humanos en comunidades de todo el mundo. La iglesia global, como porción importante de la población del mundo, tiene una voz fuerte que puede presionar a gobiernos locales y federales para distribuir recursos para combatir este comercio, concienciar y crear una exigencia de justicia, presionar a los negocios internacionales y locales para monitorizar y limpiar sus cadenas de abastecimiento.
Dentro de la iglesia, existe la necesidad de enseñar los principios bíblicos de justicia y punto de vista de Dios sobre las mujeres y los niños, hablar de la pornografía y de la objetización de la mujer, animar a los grupos de hombres a hablar de la explotación y la violencia y cómo afecta a mujeres y niños, y animarles a convertirse en protectores y a abogar por las mujeres y niños más vulnerables.
Las escuelas y seminarios bíblicos deben incorporar un análisis robusto de la teología de la justicia en su currículum y programas de estudio para que los futuros pastores y líderes de la iglesia global tengan la pasión, visión y capacidad para levantarse en favor de los que necesitan protección.
Las congregaciones necesitan ánimo para implicarse en estos asuntos, y no apartar a estos delitos y sus víctimas de la vista; implicarse con estas víctimas como si fueran parte de su propia familia; vigilar para detectar señales de estos crímenes en su propia comunidad; y comunicarlo a las autoridades.
Los cristianos también pueden acudir a organizaciones como Misión Justicia Internacional, que puedan tener operativos en su área para intervenir a favor de estas víctimas. Pueden ofrecer voluntariamente tiempo, habilidades o recursos en albergues o en otras dependencias en su área que cuiden de las víctimas rescatadas de estos abusos. En nombre de estas víctimas deben estar dispuestos a arriesgar su reputación, cuentas bancarias y seguridad personal.
Con todo esto y sobre todo, los cristianos pueden interceder globalmente y sin descansar a favor a los hombres, mujeres y niños con los que se está traficando, por el comercio y la opresión en todo el mundo a diario.
La iglesia tiene que creer que verdaderamente puede ser un agente de transformación en este mundo quebrantado y herido. Si lo hace, se convertirá sin duda en parte del proceso de Dios de hacer nacer su shalom al mundo.
La iglesia puede levantarse contra el azote del tráfico de seres humanos y males por el estilo, como quedó patente en un encuentro reciente de cristianos en Filipinas llamado Forum Libertad (Forum Freedom), organizado conjuntamente por el Consejo Filipino de Iglesias Evangélicas, la Conferencia Episcopal Católica de Filipinas, y el Consejo Nacional de Iglesias de Filipinas. Juntos lanzaron un Movimiento Interconfesional Filipino contra el Tráfico de Seres Humanos que facilitará un empuje común para abogar, cuidar de las víctimas y cooperar con los gobiernos para acabar con el tráfico de seres humanos en el país.
Abraham (Abey) George es Director de International Church Mobilization con la Misión Justicia Internacional. Abey obtuvo un Master de Divinidad en el Bible College de Asia del Sur en Bangalore, India, y un Master en Teología en Teología Histórica del Trinity Theological College en Singapur. Fue ordenado pastor en las Asambleas de Dios.
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