El palomo de esta historia era un ave molestón, embustero y, lo peor de todo, asesino, pues creía que los que no pensaban como él, debían morir (profesión antagónica a la de su padre). Era, además, traicionero, pues no se enfrentaba cara a cara a los que odiaba sino que los mataba por la espalda. Así fue como hizo que desaparecieran al menos 25 palomos del palomar donde vivía (bastante amplio, por cierto).
El palomo de nuestra historia quiso huir sin cumplir condena pero como todo grupo que se precie, aquél tenía sus reglas y sus cárceles. Para encontrarlo hizo falta una gran bandada que se encargó de su busca y captura. Como quien la sigue la consigue, pudieron arrestarlo, pero, claro está, nunca llegó a cumplir su castigo completo. Las leyes de su palomar estaban previstas de tal forma que, por ejemplo, 3.000 años de condena se quedaban en realidad en 18 jornadas.
Su enjaulamiento le produjo tal depresión que casi muere al primer día sin esperanzas de resucitar al tercero. Luego dejó de comer y se opuso a vivir de aquella manera. Hasta prohibió a los palomos enfermeros que lo cuidaran y lo alimentaran por sonda.
Aquél encierro le pareció injusto al palomo asesino, pues le quedaban más crímenes que cometer. Aún no había terminado su misión.
A base de transfusiones de sangre en contra de su voluntad, mimitos y paseos vigilados por los parques que le rodeaban para que estirara un poco las entumecidas patas, se fue recuperando. La vida le regresó al cuerpo. El hambre al pico. La fuerza a las alas. La habilidad al cerebro. Se mostró afable. Se defendió bien ante los que le acusaban (o quien sabe si los atemorizó con su mirada). La cosa es que en primer lugar, antes de la libertad total, le permitieron cierta independencia. Entraba y salía de la jaula y cada día daba un pasito más allá de lo permitido, alejándose de su encierro hasta que alzó el vuelo y nadie ha vuelto a verlo.
Unos dicen que estudia nuevos trinos en el extranjero; otros que se ha ido a preparar proyectos de nidos nuevos; los menos dicen que está enfermo mortal; y dos o tres que arrepentido. El resultado es que los temores de casi todos los palomos buenos se cumplieron. Sospechaban su fuga y eso fue lo que ocurrió. ¿Hacia dónde fue?, ¿hacia el norte?, ¿hacia el sur?, ¡quién sabe!
Los de buena voluntad exclamaban: ¡Vaya, vaya como nos equivocó el palomo!
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