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Primeras congregaciones (17)
 

La obra evangélica en Puerto de Santa María

El rev. Roe escribe en octubre de 1877: “En el Puerto de Santa María la Misión está en un estado floreciente, estuve en el culto de apertura de la nueva iglesia y fue muy sorprendente y confortador lo que vi”.

ORBAYU AUTOR Manuel de León 08 DE OCTUBRE DE 2014 15:51 h
Tugwell El Rvdo. Lewen S. Tugwell, capellán de la colonia inglesa de Sevilla e iniciador y entusiasta promotor de la Obra Episcopal en España

En el mes de noviembre de 1873, los reverendos Tugwell y Doolan ayudados por Vicecónsul británico, Mr. Campbell, excelente cristiano y amigo de los protestantes, decidieron establecer una misión para Algeciras y Puerto de Santa María. Este Cónsul era un rico comerciante que exportaba vinos a Londres y su esposa tomaba mucho interés por el Evangelio, teniendo cerca de su jardín un templo protestante para su familia y  amigos. A principios de 1873 ya se había establecido una escuela, con muchas dificultades, en una casa arrendada y la obra quedaba en manos del misionero Mr. S. A. Binion y la escuela bajo los hermanos José Morán y Manuel Morán como maestro y auxiliar respectivamente.



Una vez iniciada la escuela diaria, se establecería otra para dar instrucción religiosa, una Escuela Dominical, para la formación y conocimiento de la Biblia. Esto alegraría a todos por el buen resultado dado, muy especialmente a la esposa del Vicecónsul, Mr. Campbell y también sus hijas, pues a pesar de las amenazas de los sacerdotes a las madres de los niños, se pudieron ir celebrando. No obstante las amenazas crecieron y padres con grandes familias temieron perder sus puestos de trabajo, por lo que sacaron de las escuelas a sus hijos. El resultado, sin embargo, supuso un aumento de niños en las escuelas, aunque los católicos romanos abrieron también escuelas para contrarrestar la eficaz labor de la Misión. El número de niños y niñas llegó a cien, a pesar de la inquina de los Jesuitas, de los esfuerzos de la Asociación de Mujeres Católicas, que comenzaban a establecer colegios en la ciudad y el bombardeo de la propaganda en circulares, revistas y periódicos.



Un viernes de enero de 1875 un miembro del Ayuntamiento de la ciudad, el Sr. Nicolás,  visitó las escuelas. Antes de marchar, una vez inspeccionadas, dijo: 




  • “Yo he sido siempre un hombre liberal, y recuerdo que hace algunos años fui un refugiado y me encontré en una villa protestante en medio de otros refugiados políticos. La población de aquel lugar simpatizó con nosotros muy afectuosamente y nos invitaba a sus casas, Asistí también a alguno de sus cultos y por ello tuve la oportunidad de aprender que los protestantes eran tan buenos como nosotros. ¿Sabéis por qué tenéis tanta oposición aquí? Porque no limitáis vuestra propaganda a los adultos, sino que enseñáis vuestras doctrinas a muchos niños de padres católicos romanos” (i)



En la primavera de 1876 los progresos eran visibles en las escuelas, donde ya las visitaban cerca de doscientos niños y nunca bajaban de los ciento cincuenta. También se habían establecido clases nocturnas para mujeres a las que asistían unas nueve, y lo mismo se con los hombres, que después de sus trabajos se esforzaban por una formación mejor, llegando a una cifra de cuarenta y seis adultos. Así mismo, el Sr, Mayorga, fundó la Asociación de Jóvenes Cristianos que contaba con veintiún miembros.



Se conoce al acta de un sepelio realizad en el cementerio de Puerto de Santa María. Los terrenos de este cementerio habían sido comprados por el Vicecónsul en 1861 y luego cedidos al Gobierno británico que los dedicó a cementerio protestante. El acta decía:




  • “En el día de la fecha (1877) a las ocho de la mañana, yo D. Manuel Mayorga, Evangelista de la Iglesia Española Episcopal Reformada en esta ciudad, di sepultura en el Cementerio de los Ingleses, al cadáver de un niño de nueve años de edad, llamado Eduardo Castejón Lara, hijo que fue de don Eduardo Castejón Tapia y doña Consolación Lara y Flores, vecinos de esta ciudad. Falleció a las ocho de la mañana el día once del mes y fecha indicadas, en la cale de las cruces nº 53. Y para que conste lo firmo en El Puerto de Santa María a doce de octubre de mil ochocientos setenta y siete. Firmado y rubricado: Manuel Mayorga y Manzano



A finales de 1877 el señor Mayorga se fue para Sevilla para hacerse cargo de la Misión en el barrio Triana. La obra que dejaba atrás crecía de día en día y esperaba que muchos se unirían a los que habían de ser salvos. Un miembro de la congregación que se había trasladado a San Fernando había abierto su casa para hacer cultos casi todos los días. La congregación oscilaba entre 100 y 150 personas y en las escuelas Dominicales entre 114 muchachos y muchachas de promedio y 28 de hombres y mujeres.

El Rev. Roe en carta de 21 de octubre de 1877 decía:




  • “En el Puerto de Santa María la Misión está en un estado floreciente. Una casa grande ha sido recientemente tomada para atender al número creciente de niños en las escuelas y ante el gran incremento habido en el número de asistentes a la Iglesia. Yo estuve en el culto de apertura de la nueva iglesia y fue muy sorprendente y confortador lo que vi”



Al marchar el Sr. Mayorga la Misión pasó a las manos del Sr Joaquín Domínguez, el 14 de marzo de 1878. Todos los datos que aporta el Sr. Domínguez son positivos en cuanto al crecimiento de la iglesia y escuelas, aunque no tanto en que la organización eclesial no contase con misioneros nativos, aunque estaban ejerciendo el pastorado sin título. A finales de 1878 el Rev. F.J.C. Morán de la “Colonial and Continental Chruch Society” dibujaba el estado organizativo de la iglesia en España de esta manera:




  • “En conclusión, dos cosas se necesitan para el trabajo en España: Unos fondos para extender las operaciones, a fin de llevar el puro Evangelio a aquellos que están hambrientos y sedientos por la verdad; y, en segundo lugar, una inconfundible organización de la iglesia, con un obispo (inglés o español) a su cabeza. Cada agente que vi, y todos los amigos ingleses y españoles con quienes hablé, los cuales tienen un gran interés por la extensión de la verdad en España, hablan de esto como de una angustiosa y lamentable necesidad, la de llegar a una urgente regulación, concentración y unión; siendo de la opinión de que no parece existir nada mejor para la mente española que la sencilla organización de la Iglesia de Inglaterra”.



Sin embargo, no obstante la buena marcha de la Misión esta obra de Puerto de Santa María tuvo que cerrarse por falta de medios. La Sociedad de Ayuda decidió clausurarla con un balance que hacía el Sr. Domínguez al 31 de marzo de 1879 de 500 reales por la venta de mobiliario.



Todo lo expuesto contrasta con los informes católicos sobre el Puerto de Santa María  “había una capilla con pocos miembros y una escuela con veinte o treinta niños que la frecuentan porque dicen los padres que aprenden más que en las escuelas públicas”. Como ya hemos considerado anteriormente, el Instituto Evangélico de Teología que durante treinta y siete años funcionó en el Puerto de Santa María, fue uno de los logros protestantes en esta ciudad para la formación de nuevos ministros de culto. Sin embargo a consecuencia de un lamentable incidente en esta ciudad, se logró dar un impulso al asunto doloroso de la libertad religiosa en la cuestión de los cementerios. De la “Revista Cristiana” de octubre de 1884  tomamos algunos datos referidos a unos comentarios del diario El Globo de Madrid que faltaban a la verdad. Este diario daba cuenta del fallecimiento y entierro en el Puerto de Santa María de una joven “que ni los católicos quisieron darle sepultura, porque servía en casa de unos protestantes, ni estos, porque la joven era católica”. La noticia no era exacta por lo que Rafael Blanco quiso dar la réplica al Globo cosa que no consiguió. Si tendría eco en “La Provincia Gaditana” en el nº 359 en el que, después de manifestar su “inmensa veneración por el dogma y su sumiso respeto a las autoridades eclesiásticas”, censura a estas y a la autoridad civil por el atropello cometido con el cadáver de la susodicha joven y con su infeliz madre, que con lágrimas y ruegos suplicaba a ambas autoridades permitiesen dar decorosa sepultura al inanimado cuerpo de su hija; lo que no logró.



Declaraba Rafael Blanco por medio de “La Crónica de Cádiz”, “que la joven Rafaela Martínez era protestante, y era la verdad. 




  • La difunta joven era cristiana evangélica; y no servía en casa de ningún protestante ni en parte alguna; residía con su familia. Desde muy niña ingresó en nuestra escuela, de donde salió perfectamente instruida en las primeras letras, y en la religión del puro Evangelio de Cristo, a la que ha permanecido fiel hasta el último instante de su vida.

  • Con frecuencia, durante su enfermedad, rogaba a su madre, que bajo ningún pretexto permitiera la entrada en su cuarto a ningún cura. Una piadosa señora la visitaba, le leía las palabras consoladoras de nuestro amado Jesús, y oraba con ella. Algunas horas antes de fallecer, hallándome en el Puerto, fui llamado a casa de la enferma, de cuyos labios salieron palabras de confianza y de resignación cristiana.

  • Fallece la enferma; reúnese la familia, tratan del sepelio y prevalece la opinión de que se condujera el cadáver al cementerio católico, «para evitar el qué dirán, y los perjuicios que les sobrevendrían perdiendo el trabajo en sus respectivos talleres; pues de seguro que si el entierro se hacia por lo protestante, serian arrojados de ellos. Este fue el acuerdo que llevaron acabo; y por cierto que no les salió la cuenta tan bien como esperaban, pues a más de otros disgustos tuvieron que salir de la casa en que vivían en el término de 24 horas.

  • Llega el cortejo fúnebre a la puerta del cementerio, y el capellán lo rechaza, fundándose en que la difunta no había recibido los auxilios de la iglesia romana. Mientras algunos de los acompañantes regresaban a la ciudad a dar cuenta de lo que ocurría a quien correspondía, el féretro yacía en el arrecife expuesto a los ardientes rayos del sol. Así permanece algunas horas para la salubridad de la atmósfera. La madre de la difunta acude en el estado que es de suponer, a las autoridades civil y eclesiástica, suplicándolas diesen sepultura en el cementerio católico al cadáver de su hija. Pero ambas se negaron; y la eclesiástica hubo de decir a la desconsolada madre: «Si ha muerto como un perro, que la entierren como un perro.»

  • No nos escandalicemos; el que tal lenguaje usó, cumplía con la letra y el espíritu del dogma o doctrina de su iglesia. El que no esté conforme, que no venere tal dogma, ni esté sumiso a tales autoridades eclesiásticas, y que lo haga sin hipocresía.

  • Al cabo, pues, de algunas horas llega la orden del alcalde para que el cuerpo inanimado de la desdichada joven fuese sepultado en las afueras del cementerio, en un sitio solo defendido por una débil valla de nopal, que no impide la fácil entrada en él. Todo esto ha ocasionado un escándalo mayúsculo, del que el elemento beato se aprovecha para infundir un gran terror en el pueblo contra los protestantes. Se ha dicho y publicado, que hecho semejante es impropio de un pueblo civilizado; tal vez: pero es lo cierto que está estrictamente ajustado al sistema papista, y que al obrar de ese modo, sus adeptos son consecuentes. Toda extrañeza además, ha de desaparecer considerando que el Puerto de Santa María es el cuartel general del jesuitismo en Andalucía. Esto basta y sobra para explicarlo todo.

  • Quizás a algún lector se le ocurra preguntar: «¿por qué no enterraron a la difunta en el cementerio civil?» Pues por una razón muy sencilla; porque no existe todavía en el Puerto, a pesar de la ley, de las reales órdenes y de un atento oficio entregado al Sr. Alcalde en sus propias manos, rogándole lo mandara construir. Y nótese que la congregación evangélica lleva ya de existencia en el Puerto cerca de diez años; y con escuelas en las que se instruyen un centenar de alumnos de ambos sexos. No obstante, ni el cementerio civil se construye, ni se pone coto al apedreo continuo de que es objeto la casa donde se hallan instaladas la capilla y las escuelas; a pesar de haber pedido repetidas veces a  la autoridad su valioso y eficaz auxilio. Pero nada, nada hemos conseguido. Mas aún queda algo que nuestros lectores deben saber, así como todos los alcaldes de España. Es el caso que el muy ilustrado y profundo filósofo arzobispo de Sevilla ha felicitado al alcalde del Puerto de Sta. María por su piadosa determinación de no haber dado sepultura en sitio católico a la joven difunta. (Crónica de Cádiz, núm. 1632).

  • “Hace unos cuantos meses, dice Rafael Blanco, falleció también en el Puerto una hermana evangélica cuyo sepelio lo efectuó el pastor de Jerez. Como no había cementerio civil, no hubo más remedio que mendigar al Sr. vice-cónsul de Inglaterra, don Carlos Campbell, un trocito de tierra inglesa en el cementerio de su propiedad; a lo que accedió generosamente con la caridad de un verdadero protestante. Sábese que en el presente caso el alcalde pidió al actual vice-cónsul, que es español, sepultura para la referida joven en el cementerio inglés; pero negóse este señor fundándose en recomendaciones terminantes recibidas de su predecesor con respecto a los enterramientos.

  • Y aquí termino la relación de este triste acontecimiento que nos muestra una vez más el encono y saña de los enemigos del Evangelio, y la paciencia y confianza que han menester cuantos quieran seguir las enseñanzas del divino Maestro, quien nos dice: «En el mundo tendréis apretura; mas confiad, yo he vencido al mundo.» San Juan 16, 33. De Vd. afectísimo amigo y hermano.



Rafael Blanco.



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(i) Contra vientos y mareas. Francisco Serrano. Clie 2000


 

 


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