“Tengo contra ti que has dejado tu primer amor” (Apocalipsis 2:4).
La queja anterior fue dirigida por el Cristo resucitado y ascendido a los cielos a la Iglesia que se reunía en la ciudad de Éfeso.
En tiempos del Nuevo Testamento Éfeso era una próspera ciudad situada en Asia Menor. Fue capital de la provincia romana de Asia. Llegó a estar considerada como centro mundial del comercio y del tránsito entre oriente y occidente. Era célebre por el templo de Artemis, asimilada a Diana, una de las siete maravillas del mundo antiguo.
El apóstol Pablo fundó la Iglesia en Éfeso en torno al año 51, en el curso de su segundo viaje misionero. Once años después escribe una bella carta a esta Iglesia, alabando el amor que sus miembros profesaban “a todos los santos”. Unos 33 años más tarde la situación de la Iglesia era distinta. El amor se había enfriado. Llegamos al año 95, cuando Juan redacta el Apocalipsis. En el segundo capítulo de este polémico libro Cristo se pronuncia contra la Iglesia en Éfeso acusándola de haber perdido su primer amor.
Entre la fundación de la Iglesia y la pérdida del primer amor habían transcurrido 44 años. En tan relativamente corto espacio de tiempo, ¿puede malograrse un amor? Aquí se trata de amor espiritual, amor a Dios, amor a Su Palabra, amor a la Iglesia. Trasladando la enseñanza a la vida material, a la vida de la carne, al amor en la pareja, ¿puede perderse el primer amor? La actriz Cristina Castaño dice que “es imposible mantener una pareja de por vida”. Añade: “empeñarte en que dure toda la vida es una mochila que te impide disfrutar del momento”.
Según el Instituto Nacional de Estadística, en el año 2012 se rompieron en España 110.764 parejas entre nulidades, separaciones y divorcios. Un estudio publicado por el periódico de Barcelona LA VANGUARDIA establece que España es uno de los países del mundo donde la tasa de rupturas matrimoniales es más alta, un 61%. Sin embargo, otros países europeos superan a España en el cese de la convivencia sentimental: la palma a nivel mundial se la lleva Bélgica, con un 70%, Portugal, 68%, Hungría, 67% y la República Checa, 66%.
¿Por qué se rompen los matrimonios? Simplemente, acaba el amor. No hay otra explicación. Ni siquiera la infidelidad lo justifica, porque el auténtico amor cree y perdona.
El amor termina cuando se pierde el primer entusiasmo; cuando disminuye la pasión; cuando la razón se antepone al corazón; cuando cesa la comunicación; cuando no se le cultiva.
El amor acaba cuando nunca existió; cuando uno de los dos se cansa de amar sin ser correspondido; cuando la vida en común deriva en rutina insoportable; cuando lo que se creía amor era sólo perturbación carnal.
Los compositores musicales españoles Ana Magdalena y Manuel Alejandro popularizaron una canción sobre tema triste: la muerte del amor. El poema es bello, tiene ideas y dice verdades, pero sus versos cantan al amor que perece. Por esto es triste. Helo aquí:
“Porque el alma se vacía
Como el cántaro y la nube,
El amor acaba.
Porque suave se desliza
Como sombra la caricia,
El amor acaba.
Porque el sentimiento es humo
Y ceniza la palabra,
El amor acaba.
Porque el corazón de darse
Llega un día que se parte,
El amor acaba.
Porque se vuelven cadenas
Lo que fueron cintas blancas,
El amor acaba.
Porque llega a ser rutina
La caricia más divina,
El amor acaba.
Porque somos como ríos;
Cada instante nueva el agua
El amor acaba.
Porque mueren los deseos
Por la carne y por el beso,
El amor acaba.
Porque el tiempo tiene grietas,
Porque grietas tiene el alma,
Porque nada es para siempre
Y hasta la belleza cansa,
El amor acaba.”
Reflexionemos.
El amor puede acabar y de hecho acaba. ¿Pero siempre, en todos los casos? No. Los grandes amores, los amores que han hecho historia y que a diario se repiten en las vidas de seres anónimos, no acaban, no acabaron. Cuando el amor es tan alto como las escaleras del tercer cielo, cuando es más ancho que los planetas medidos de extremo a extremo, cuando es más profundo que la suma de todos los mares, cuando es tan extenso como el camino que conduce desde la tumba al trono divino, no acaba. No. Este amor no puede acabar.
Si en España, tomada como ejemplo en los números citados hubo el año 2012 un 61% de divorcios y parejas rotas, quiere decir que hubo también un 39% de parejas que permanecieron unidas. A estas parejas no se les acabó el amor. ¿Por qué se las tiene en cuenta menos que a las otras?
Se ha dicho que los matrimonios entre personas pobres son más propensos a la separación, al divorcio. Esto tampoco es siempre verdad. Las personas que realmente aman no dejan de hacerlo por la falta de recursos económicos. Saben que su amor es auténtica riqueza.
Una emisora de radio en la capital de México celebró hace unos años un concurso para saber si el amor podía sobrevivir en una situación de pobreza. El concurso fue ganado por un matrimonio anciano residente en Aguascalientes, capital del estado del mismo nombre, en el noroeste de México. En la carta enviada a la emisora de radio, entre otras cosas decían:
“Nos casamos hace 45 años. Éramos muy pobres. A lo largo de nuestra vida juntos ha mejorado muy poco nuestra situación económica. Creemos que el hecho de no haber tenido hijos ha contribuido a no salir de nuestra pobreza. Ahora tenemos 70 años. Moriremos pobres. La única riqueza que hemos compartido ha sido nuestro amor. Éste sí que ha aumentado con los años. Si el bienestar económico supusiera el enfriamiento del amor que nos tenemos, preferimos seguir viviendo en la pobreza”.
La dirección de la emisora envió a dos redactores a Aguascalientes. Hablaron con los vecinos, visitaron a los ancianos y certificaron que todo cuanto habían escrito en su carta era verdad.
El científico español Severo Ochoa, Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1959, perdió a su mujer en 1986. El cumplió 86 años en 1992. Desde la muerte de su esposa, quien era la base de su existencia, el galardonado científico perdió el gusto por la vida. En varias ocasiones afirmó que quería morir. En declaraciones a un periodista asturiano, Severo Ochoa dijo: “La mayor felicidad está en el amor, y al haber perdido mi amor he perdido también mi felicidad. No hay mayor dicha que ésta; una vida perfecta tiene que estar llena de amor. Yo viví plenamente, porque estuve muy enamorado. Cuando me preguntan qué es lo mejor de la existencia, yo respondo de una manera rotunda que el amor”.
Las tormentas de la muerte no acaban con el amor, porque el amor es el espacio y el tiempo hechos sensibles.
Uno de los libros más vendidos en España a principios de los 90 fue el titulado SEÑORA DE ROJO SOBRE FONDO GRIS. En cinco meses, desde septiembre de 1991 a enero de 1992, se agotaron 17 ediciones del mismo. Su autor era el famoso novelista y periodista Miguel Delibes, nacido en Valladolid en 1920 y fallecido en marzo del 2010.
El contenido del libro, una deliciosa lección de humanismo, gira en torno a la esposa del escritor, muerta a los 48 años de una enfermedad incurable. Todo el libro es una asignatura de amor, de ese amor sublime que materializa las páginas del Cantar de los Cantares.
Como a Severo Ochoa, a Delibes le pesaba la existencia sin la mujer a la que amó tan profundamente. “Ella era mi motor”, dice, “y el motor se había averiado…Entonces llegaba a la conclusión de que la actividad creadora es imposible si alguien no te empuja por detrás, no te lleva de la mano”.
El título del libro responde a su propia experiencia vital. La mujer amada supo infundir una sensación de belleza y color al fondo gris de la existencia cotidiana.
Con la muerte de su amor, a Delibes se le murieron muchas cosas en la vida.
“Tengo contra ti que has dejado tu primer amor”, dijo Cristo a la Iglesia en Éfeso a través del apóstol Juan. No se trata aquí del entusiasmo que la animaba en los primeros años de su existencia, sino del amor profundo, incondicional y generoso hacia Cristo.
En esta sociedad del siglo XXI hay más amores que mueren que amores que inmortalizan.
Están desapareciendo las parejas ideales. El amor eterno se está convirtiendo en una utopía. Tras años de convivencia –en ocasiones sólo meses- ambos se descuidan y matan el sentimiento. El amor eterno que un día se juraron desapareció por falta de ilusiones. Se llega a la insatisfacción, luego a la rutina, de ahí a la infidelidad, y al final todo acaba. Afortunadamente, no siempre es así. Pero así no debería ser nunca.
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1. Parte del material utilizado en este artículo ha sido tomado de mi libro DIMENSIONES MÁGICAS DEL AMOR, Editorial Clie, Tarrasa 1993
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