El uso de la misericordia

Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.

¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? 

Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo

No quiero pasar de largo ante tu dolor. 

Eres mi prójimo, es por ello que deseo detenerme y hacer uso de la misericordia, un atributo divino sin el cual me volvería semejante a los que andan inmisericordes por el sendero de la vida.

Te escucho, te miro. Empleo acciones aparentemente insignificantes para regalarte lo que de otra manera me sería difícil poderte ofrendar.

Siempre has estado ahí, pero no siempre me he percatado de tu existencia.

Perdona mi desatención, mi falta de empatía. Perdona que no me haya parado a mirarte y atender tu demanda.

Voy tan aprisa, sometida al austero tic-tac del reloj, que en ocasiones omito lo realmente importante y me pierdo en otros menesteres.

Cuando presto mis oídos para que estos oigan las palabras que necesitan con apremio ser escuchadas, estoy aplicando aceite y vino en las heridas de quien lo precisa.

Al apartar de mí el sonido estridente de la urgencia, me detengo a mirar descubriendo en los ojos del necesitado un poco de mi misma necesidad, de los temores y la pesadumbre que no tienen dueño y que nos pertenecen a todos.

Tu necesidad es mía cuando comparto mi humanidad contigo. Soy carne y sangre igual que tú. El espíritu que mora en mí me hace ver que para acercarme a Dios he de ser compasiva con el desamparado. Para tocar lo divino, tengo que aprender a ser humana y no una humanidad que me esclaviza al pecado, sino esa humanidad que me hermana con el desamparado.

Mientras enervan las fuerzas para lograr llegar un poco más allá, muchos miran desde el peldaño más bajo cómo los de arriba viven esa vida que ellos sólo sueñan.

Los obstáculos son parte del trayecto, solventarlos no está al alcance de todos.

Sé que cuando miro, alguien recibe mi mirada. Cuando hablo mis palabras llegan a algún oído.

Hay una necesidad palpable, notoria, pero es mucha la necesidad disfrazada, trastabillada, oculta.

Labios que esbozan sonrisas en un rostro en el que los ojos no trasmiten más que tristeza.

Aparente felicidad emergente de un corazón compungido y hastiado.

Quiero hacer uso de la misericordia en una sociedad que grita silenciosamente cuanto necesita una mano extendida.