De profesión, sus labores

DE PROFESIÓN, SUS LABORES
Diríase que fue hace un millón de años.

Pero duró hasta ayer mismo.

En el espacio reservado a la profesión de la mujer que se ocupaba de las faenas de la casa, ponía el carné de identidad: sus labores. Es decir, las labores propias de su sexo, como explícitamente constaba en otros documentos, oficiales o no. ¿De su sexo? Sí, de su sexo. Cocinar, sexo. Fregar, sexo. Lavar la camisa del marido, sexo. Planchar la camisa del marido, sexo. Coser un botón de la camisa del marido, sexo. Quitar una mancha de la camisa del marido, sexo. Paris, sexo. Llevar los niños al colegio, sexo. Barrer, sexo. ¡Qué vida sexual más rica! ¡Qué sexualidad más constante e intensiva la de las españolas de los tiempos de Franco! Una bacanal continua. Y, sin embargo, no, muy al revés, todo lo contrario. Aquellas españolas, ahítas de sexo, debieran, pues, gritar: ¡Viva la castidad, la abstinencia y hasta el celibato! Tanto sexo no hay cuerpo que lo aguante.

¡Qué concepto más estrafalario y obsceno del sexo!

A pesar de que entre las labores propias de su sexo no figuraba, existía el sexo propiamente dicho, si bien, según las disposiciones vigentes y el catolicismo imperante, destinado exclusivamente a la procreación y, de paso y sin hacer ruido, a satisfacer los caprichos del hombre, dale, mujer, reposo al guerrero, cumple el débito conyugal aunque de mala gana o contra voluntad, para eso vino la mujer al mundo, para parir y hacer feliz al hombre, tan macho, tan jefe, con esa autoridad indiscutible, entre otras razones de enjundia, porque le viene directamente de Dios, según peregrinas teorías que se exponen en este capítulo. La mujer también tiene autoridad, faltaría más, pero poquita y no es divina porque no le viene directamente de Dios, sino del hombre, y subsidiaria de la que éste le concedió a través de la costilla que Adán dio a Eva para que germinara y saliera adelante. Tan generosa donación, a la mujer no le resultó gratis, o sea: la mujer, súbdita del hombre.

Increíble, pero cierto.

Dijéramos, sí, que de esto hace un millón de años.

Pero sucedió ayer.