Para Pablo, el amor es más importante que los dones milagrosos (1ª corintios 12:28-31).
Platón concebía el amor como el más perfecto de los sentimientos. Goethe lo consideraba como una afinidad electiva, fuente y origen de las demás funciones. El célebre poeta cubano Nicolás Guillén imaginaba el amor como una explosión contenida, un trueno sordo rodando en las venas, estallando allá arriba bajo la sangre, en una nocturna tempestad. La también cubana Dulce María Loynar, tan excelsa en la composición del verso como su paisano Guillén, quería medir el amor con una cinta de acero, una punta en la montaña, la otra clavada en el viento.
Siguiendo la línea de Platón y anticipándose a Goethe, San Pablo habla del amor como el más excelente camino de los millones que surcan la tierra.
No creo exagerar al decir que el capítulo 13 en la primera epístola que el apóstol escribe a los corintios es una de las páginas más bellas de toda la Biblia.
Con este capítulo me ocurre lo mismo que con el Salmo 90. Si no indicara que fue escrito en forma de oración por Moisés, no lo creería. Moisés fue un caudillo, un guerrero, un estratega militar, un conductor de masas. El Salmo 90 parece obra de un poeta, de un filósofo, de un humanista.
El apóstol Pablo destaca en las páginas del Nuevo Testamento primero como un revolucionario que atropella y mata, después como un constante luchador contra las herejías que surgían en las iglesias, hasta el punto de que en una ironía sangrienta contra los judaizantes en Galacia dice de ellos que mejor fuera que se mutilasen todos, al estilo de los eunucos. Sin embargo, en el himno al amor que entona en el citado capítulo de la epístola a los corintios aparece otra vez en la Escritura el poeta, el filósofo, el psicólogo, el sociólogo, el humanista. Nada que ver con el otro Pablo.
El apóstol sabe que los dones del Espíritu tienen un gran valor sobrenatural. Pero en un estilo cargado de lirismo añade que el amor los supera a todos. Para Pablo: El amor es más importante que los dones milagrosos (1ª corintios 12:28-31).
El amor es más importante que el don de sanidad (12:13).
El amor es más importante que el don de lenguas (12:13).
El amor es más importante que el ministerio profético (12:29).
El amor es más importante que el ministerio apostólico (12:29).
El amor es más importante que el ministerio de la enseñanza (12:29).
El amor es más importante que el lenguaje angélico (13:1).
El amor es más importante que la profecía (13:2).
El amor es más importante que la sabiduría (13:2).
El amor es más importante que la ciencia (13:2).
El amor es más importante que la fe (13:2).
El amor es más importante que la esperanza (13:13).
El amor es más importante que la generosidad (13:3).
El amor es más importante que el sacrificio del cuerpo (13:3).
El amor es el camino más excelente de la vida. La necesidad de amar es parte de nuestra naturaleza. En los trece versículos que tiene el capítulo Pablo trata del amor terreno. La Biblia habla de siete clases de amor: El amor de nosotros hacia Dios: “Amarás a Jehová Dios de todo tu corazón” (Deuteronomio 6:5). El amor de Dios hacia nosotros: “De tal manera amó Dios al mundo” (Juan 3:16). El amor de Cristo: “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1). El amor entre cristianos: “Si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros” (1ª de Juan 4:11). El amor al prójimo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). El amor con perfiles eróticos (Cantar de los Cantares).
En esta carta a los corintios Pablo trata del amor humano, esencialmente humano. El amor como cemento sólido que una a hombres y a mujeres, a niños, a adultos y a ancianos; amor que empieza y acaba en amor limpio, amor sin instinto sexual alguno; amor exclusivo, sin el cual ninguna otra cualidad sirve para algo.
El amor es sufrido (vs. 4).
Cuando amamos de verdad y en plenitud poseemos la suficiente fuerza interior para aguantar al dolor. Como el amor, el sufrimiento reforma, transforma, nos hace más compasivos. Todos los grandes amores, en la literatura y en la vida real, han tenido un componente de sufrimiento. Amar es sufrir. No se ama hasta que no se sufre.
El amor es benigno (vs. 4).
Benigno es un adjetivo que, entre otras acepciones, implica generosidad e indulgencia. Ambas cosas debe ser el amor. En el fondo de cada alma existen tesoros escondidos de generosidad que solamente descubre el amor. Por otro lado, no pueden llegar muy lejos en las relaciones amorosas quienes no están dispuestos a ser indulgentes perdonando los errores de su pareja.
El amor no tiene envidia (vs. 4).
El amor verdadero –hay amores falsos- es bondadoso, tranquilo, equilibrado, sin los fuegos desordenados de la envidia. Se ha dicho que si la envidia fuese una clase de fiebre, toda la humanidad estaría enferma. Y si toda la humanidad consiguiera desterrar la envidia, la tierra toda estaría sembrada de amor.
El amor no es jactancioso (vs. 4).
Toda jactancia es mala, dice el apóstol (Santiago 4:16).
Tagore escribió que el humo se jacta con el aire y la ceniza con la tierra. En el amor todo termina cuando ella o él olvidan los buenos modales y se jactan de lo que son, de lo que saben, de lo que hacen, ninguneando los valores de la pareja. Actitud inútil, pues aunque calcemos zapatos de tacón alto siempre seguiremos siendo lo que somos.
El amor no se envanece (vs. 4).
Jactancia y envanecimiento son actitudes que andan cogidas de la mano por los caminos de la vida. Pero ¡pobre del amor que se alimenta de la vanagloria! Semeja al gallo que cree que el sol ha salido para oírle cantar. Es un amor que fatiga, enferma y muere.
El amor no hace nada indebido (vs. 5).
La frase se une con los dos defectos anteriores: jactancia y envanecimiento. No existe una píldora mágica para que el vínculo amoroso sea satisfactorio y duradero. El amor puede ser destruido cuando uno de los dos es causante de graves confrontaciones o adopten actitudes indebidas respecto al otro.
El amor no busca lo suyo (vs. 5).
La sentencia que sigue ha sido atribuida por unos a San Agustín y por otros a Santa Teresa: “Amado, todo lo bueno lo quiero para ti y todo lo malo para mí”. Respetando lo que el lenguaje puede tener de hiperbólico, en el amor el egoísmo separa, destruye, mata.
El amor no se irrita (vs. 5).
¡Difícil lo pone el escritor inspirado! ¿Dónde está ese amor incapaz de irritarse? ¡Hasta el corazón de Dios se irrita de vez en cuando! Cristo se irritó contra los fariseos que traficaban en el templo. La historia del amor es el drama de una lucha constante contra los sentimientos. Puede pasar de la alegría al enfado, del cariño a la irritación.
El amor no guarda rencor (vs. 5).
Amado Nervo: “¿Rencores? ¿De qué valen? ¿De qué sirven los rencores? No restañan heridas ni corrigen el mal”. Amar es encontrar una perla en los pliegues de la vida. El rencor y otras pasiones semejantes apagan su brillo.
El amor no se goza de la injusticia (vs. 6).
El amor no acepta ventaja alguna derivada de la injusticia; mucho menos se goza de los males que otros sufren. Nada de lo que una persona haga la envilece tanto como permitirse caer tan bajo y sentir placer por las injusticias que otros padecen. El médico no se alegra por las enfermedades justas o injustas de sus pacientes.
El amor se goza de la verdad (vs. 6).
Aquí se contraponen injusticia y verdad. El amor tapa cuanto puede las actitudes injustas y se complace en la verdad, esto es, cuando el amor va por el camino recto. Cuando la verdad no tiene un tiempo propio, es ahora y siempre.
El amor todo lo sufre (vs. 7).
Pablo inicia su himno a la alegría diciendo que el amor es sufrido. Ahora añade que el amor todo lo sufre. Hasta tal punto se llega a sufrir por amor, que cuando Orfeo pierde el suyo está dispuesto a bajar a los infiernos en busca de su amada Eurídice. El premio Nobel francés Romain Rolland escribió este pensamiento: “nunca es más fuerte el amor que al comprender que va hacia quien le hará sufrir”.
El amor todo lo cree (vs. 7).
Así es. El amor es capaz de creer incondicionalmente en el otro; es bastante fuerte como para creerlo todo, aún lo increíble. En toda circunstancia el amor siempre excusa, cree, espera, tolera.
El amor todo lo espera (vs. 7).
Decía Oscar Wilde que cuando de verdad necesitamos amar, el amor nos está esperando. La esperanza no tiene otro templo ni otro altar más que el amor que llena el corazón. En opinión de Cervantes, con el amor nace la esperanza. La única ventaja de un amor honesto es esperarlo todo, esperar siempre, hasta los límites de la esperanza.
El amor todo lo soporta (vs. 7).
En la explicación adjetivada del apóstol hay un claro paralelismo entre las cuatro proposiciones: el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor es una cárcel. Soporta las cadenas como el preso la mazmorra.
El amor nunca deja de ser (vs. 8).
Entonces, ¿es eterno? El amor, ¿tiene fecha de caducidad? La vida aquí no es eterna. En la tierra nada hay eterno. Enamorarse es dar un salto al vacío, entregarse al otro o a la otra y apostar. Una pareja puede llegar a la vejez y bajar a la tumba con los cabellos blancos, las espaldas encorvadas, las manos enlazadas, los corazones unidos. Pero también puede ocurrir lo contrario. Las altas cifras mundiales de divorcios y separaciones dan fe de ello. El amor, entendido como sentimiento universal, trasciende el tiempo. Así hemos de entender la frase de Pablo, apoyada por lo que añade en el versículo 13. Pero el amor concretado a una pareja sólo es eterno mientras dura.
Pongo punto final a las reflexiones del apóstol Pablo sobre el amor con estos lindos versos del mejicano Amado Nervo:
Si nadie sabe ni por qué reímos
ni por qué lloramos;
si nadie sabe ni por qué vinimos
ni por qué nos vamos;
si en un mar de tinieblas nos movemos,
si todo es noche en rededor y arcano,
¡a lo menos, amemos!
¡Quizá no sea en vano!
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