La necesaria rutina

Ya  se nos va el verano, y aunque falta más de una semana para que oficialmente dé comienzo el otoño, se dan por concluidas las actividades de época estival.

Todo vuelve a la normalidad, con reticencia perezosa regresamos al trabajo, a la escuela, a la rutina del día a día.

Son momentos que atajamos con desgana  sin dejar de comprender la necesidad de que  todo vuelva a lo que era antes de las vacaciones.

Cuando retornamos de los días de sosiego  portamos  con nosotros innumerables instantes de calma, una morriña crónica que ha ido aflorando entre paseos junto al mar, entre conversaciones amigas, entre las páginas de esos libros que postergados durante el año leemos con voracidad en vacaciones.

La vuelta resulta a veces una dura prueba a superar; es comprensible sentir la ausencia de ganas por volver a la rutina, la placidez de los días vividos con sosiego y sin los quehaceres rutinarios  hacen que se nos atragante el regreso, aunque el lugar al que volvamos esté llenos de razones para desear la vuelta.

La vuelta casi siempre es pesarosa. Hemos saber que los momentos vividos harán que nuestro faenar diario sea más liviano; siempre podemos recurrir a la memoria para exportar un poco de brisa fresca a la tórrida realidad.

Me desperezo ante este nuevo día, vestida por la añoranza que me proporciona la ausencia de reposo. Abandono la siesta de mis días de verano, abandono la demora y el preámbulo, atajando el deber y las normas de lo cotidiano, sin dejar de valorar el trabajo que tanto dignifica al hombre.

Habrá otros veranos, otros momentos de relax y sesteo, pero ahora, sólo pienso en realizar la labor que se me encomienda, sin dejar de alimentar el deseo por hacer las cosas bien y disfrutar de lo que hago, festejando cada día, porque puede que sea el último que viva y quiero vivirlo intensamente.