CAMPAÑA ELECTORAL EN MARIVAUDAGE
“The right man in the right place!”, exclamó con voz solemne el primer ministro desde el balcón del Parlamento. Con esta frase se daba comienzo oficial a la campaña electoral en Marivaudage, pequeño país al sur de Francia.
Al principio, los señores consejeros del primer ministro no dieron importancia a estos giros anglófonos, creían que eran simpáticos tics para demostrar un desenfadado carácter internacional.
Pero según iba avanzando la campaña electoral, pudieron comprobar que éstos se repetían cada vez con mayor frecuencia, hasta el punto de que
a la semana siguiente, sus mítines eran totalmente en inglés. Como es lógico los ciudadanos de Marivaudage no se enteraban absolutamente de nada, porque su lengua no era aquella sino la seremita.
El primer ministro, mientras tanto, hacía caso omiso a los múltiples consejos, a las protestas de unos y otros, seguía rechazando a todo aquel que osara llamarle la atención, pronunciando a todas horas aquella enigmática frase: “Thing of beauty is a joy for ever”, que no venía realmente al caso, pero que a él en su delirio políglota debía sonarle a las mil maravillas.
Así las cosas, los habitantes de Marivaudage no salían de su asombro. El resto de los candidatos se frotaban las manos pensando que con aquella rara manía del primer ministro, su fracaso electoral estaba asegurado.
Pero entonces, ocurrió algo realmente inesperado,
los mítines del primer ministro comenzaron a ser los que más público atraían. Y es que se daba la circunstancia de que el resto de los mítines aburrían sobremanera a la gente, mientras que los del primer ministro, totalmente ilegibles, pero agradablemente sonoros y cantarines, encandilaban y entretenían enormemente a los de Marivaudage.
Llegó por fin el esperado día, y resultó lo que muchos de los candidatos ya temían,
el primer ministro arrasó con una amplia mayoría de votos. “Anyone who leaves litter in these woods will be prosecuted!”, exclamó visiblemente alborozado el primer ministro desde el balcón del Parlamento.
A los seremitas aquello les sonó como ¡hemos ganado! o algo así. La muchedumbre le aclamaba enfebrecida. ¡Por fin alguien había conseguido entretenerles con su discurso!
A partir de ese momento, en las sucesivas campañas electorales que tuvieron lugar en Marivaudage, cada candidato hablaba en sus mítines en una lengua diferente.
Los había que comenzaban con un serio “sublata causa tollitur effectus”, otros lo hacían con un “se reduire a rien”, etc., todo dentro de un ambiente muy alegre y liberal, los votantes nunca se divirtieron tanto,
nadie entendía lo que los políticos decían, pero la predilección de los electores variaba ostensiblemente en función de la musicalidad, la gravedad, las pausas y demás particularidades que los diversos idiomas les ofrecían.
Sus votos solían ir en la dirección de aquellos candidatos que más les habían complacido musicalmente el oído.
La situación social de los de Marivaudage no mejoró con los nuevos aires electorales, pero sus habitantes se acostumbraron a esperar ilusionados los comicios, con el mismo encendido anhelo con el que los niños desean la llegada del circo.
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