El día que los estrenó lucía un sol espléndido. Era viernes y tocaba ir al mercado. La caminata transcurrió con total normalidad. Sin embargo, la mañana siguiente tocaba peluquería. Amaneció lloviendo a cántaros, incluidos relámpagos y truenos. ¡Pobrecilla mi madre! Lo pasó fatal porque llegó tarde. De toda la vida a ella le ha gustado ser la primera en peinarse y fue la tercera. Les cuento: Las suelas de aquel calzado resbalaban tanto que resultaron ser un incordio. Más que por agua parecía que caminaba sobre aceite. Lo que tanto me había costado domar, se había vuelto indomablemente salvaje.
El asunto alcanzó tal gravedad que, patinando, patinando, los zapatos eligieron su propio destino. Dicen los odontólogos que nuestras piezas dentales guardan memoria de cómo han estado colocados antes de que ellos los enderezaran. Pues a estos zapatos les pasaba como a los dientes y aquel sábado quisieron volver a la misma ruta del día anterior: el mercado.
Llegaron allí unos minutos antes que mi madre, que corría y corría detrás de ellos como una loca. La pobre los perseguía para explicarles que ese no era el camino, que tocaba peluquería. Sí, sí, yo también lo creo, aquel no era un buen momento para peinarse, pero ella siempre ha sido de ideas fijas y los sábados, de toda la vida, toca pelu.
(Perdona mamá; para que no me lo tengas en cuenta esto tuyo que estoy contando, te digo que ser así de cabezona no siempre es malo; y te digo más: He salido a ti y lo sabes. Tu y yo, como dos gotas de agua).
Cuando a medio día regresó a casa, muerta de risa, me telefoneó a la oficina para contármelo.
Por aquellos años, yo trabajaba para el Ministerio del Interior, y allí dentro estaba prohibido reírse (también estaba prohibido pensar, pero esa es otra historia).
En aquel lugar, las cosas agradables, las anécdotas espontáneas, la alegría de vivir había que interiorizarlas hasta las tres de la tarde que era cuando salíamos a la calle y explotábamos. Como decía, estaba prohibido reírse de cualquier cosa y eso, ustedes lo saben, da más risa, así que desfogué sujetando con una mano el auricular y con la otra, un pañuelo, simulando que las lágrimas que salían de mis ojos eran de pena. Eso sí estaba permitido e incluso nos daban puntos si éramos desgraciados, pero esa, también es otra historia...
A lo que voy. Algo parecido pasa cuando en muchas ocasiones, adelantamos las respuestas a las preguntas que nos hacen. Estamos tan predispuestos a saberlo todo, a creer que conocemos los pensamientos del otro, a interpretarlo todo a nuestra manera que no prestamos la atención necesaria a las intenciones del que habla. De ahí el título del artículo: “A preguntas correctas...”, y ahora añado: “respuestas equivocadas”.
Creemos que las cosas son siempre de la misma manera, que van por el mismo camino que el día anterior, guardamos memoria de lo que nos ha pasado, y nos equivocamos, como los zapatos, que aquél día caminaron por cuenta propia hacia un destino equivocado.
-Escuchad y entended: Lo que entra por la boca del hombre no le hace impuro. Al contrario, lo que hace impuro al hombre es lo que sale de su boca. Mt 15:11
Por cierto, mi madre se deshizo pronto de ellos, más que por lo que les he contado, por miedo a romperse una pierna. Previamente le regalé otros que, esta vez sí, le sentaban como un guante. Aquel día, sería injusto olvidarlo, comimos la mejor tortilla de patatas que jamás nadie pueda imaginar.
Ya lo saben, todos nos equivocamos... menos el satélite Meteosat, que cuando dice que va a llover, llueve. ¡Cuidado con lo que calzan!
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