“Cosa fea”, pensé más de una vez. Esto ni puede ser bueno para el cuerpo ni para el alma. Celebrar la Navidad de esta manera, además de colmarle a una la paciencia, entristece la fe y pone enfermo a cualquiera.
Por eso, la otra tarde, aprovechando que estábamos a finales de mes, que el supermercado estaba casi vacío y no había que guardar cola para pagar la cuenta, (creo, además, que echaban algo impactante por la tele para calmar los ánimos de hacer compras compulsivas), aproveché la oportunidad para charlar un poco con mi medio amiga la cajera y comentarle estos pensamientos del primer párrafo. Lo primero que hice fue preguntarle la salud. Días antes noté que tenía un terrible resfriado.
-¿Cómo te encuentras?
Es curioso. Sumamente curioso. Cuando preguntamos a alguien que sufre esta enfermedad común cómo está, su primera reacción es comprobarse la tos. Y eso hizo mi medio amiga. Poniéndose educadamente el puño cerrado en la boca para que no me contagiaran sus miasmas, pareció sufrir un salvaje y provocadísimo ataque de tos. Luego contestó:
-Estoy fatal, ya ves casi me ahogo. Y para qué contarte lo mal que paso las noches..., mira que ojeras tengo. Eso dijo llevándose los índices a los ojos y tirando de los párpados inferiores, como si las ojeras estuvieran dentro.
-Yo que tú, me iba al médico corriendo.
-¿Y tiene que ser corriendo?, ¿no ves que me falta el aire?
- Anda, no seas tan exagerada. Abrí el bolso y le regalé unos cuantos caramelos de eucalipto antes de contarle mis reflexiones sobre todo el montaje que rodea el nacimiento de Jesús.
-Ya te acostumbrarás, me dijo mientras desplazaba con la lengua la bolita de un moflete a otro
.
-No sé. Llevan muchos años llevando a cabo esta estrategia, adelantar la Navidad dos meses sin que nadie les pare los pies. Mentalmente no consigo habituarme.
-Es que no pones empeño.
-¿En qué?
-En aceptar que el negocio es el negocio.
-Pero... ¿Y la Navidad?
-A eso me refiero, chiquilla, al negocio de la Navidad.
-¡Aaaah!, pero si te digo la verdad, más que por el Niño, lo siento por la madre.
En ese momento se acercó el jefe y le entregó unas participaciones de lotería para que las pusiera a la venta.
-¿Pero de qué niño y de qué madre me estás hablando?
-De estos (dije señalando la ilustración de los boletos que acababa de colocar a un lado)
-¡Parece mentira que todavía creas en estos cuentos de chavales!
-El Niño, -continué sin prestar atención a su comentario- todos los años tiene pinta de ser sietemesino y creo que mantener a una mujer de parto durante dos meses es un delito. Más aún, es algo que no se le desea ni a tu peor enemiga. Es posible que sean varones los que planean todo esto, no le encuentro otra explicación, ¿y tú?
Como no quería entrar en materia, enseguida cambió de tema.
-Seguramente es como dices. Toma tu cuenta. ¿Me das el ticket de parking?
Mientras lo buscaba recordé el texto que aparece en el evangelio de
Mateo capítulo 13, verso 13:
Por eso les hablo por medio de parábolas; porque ellos miran, pero no ven; escuchan, pero no oyen ni entienden. Y continué:
-¿Compra la gente muchas participaciones de la lotería del Niño?
-¡¡¡¿Pero de qué niño?!!!
-De este, dije señalando otra vez los boletos.
-¡Ah, sí, perdona! Tenemos lotería del sietemesino, como tú lo llamas. A ver si este año toca un buen pellizco y nos alegra la vida que falta nos hace, ¿cuántas quieres?
-Ninguna. A mí ya me ha tocado el gordo sin comprarla.
-Pero si hasta el 5 de enero no se sortea...
-Pues eso, me ha tocado el gordo sin comprarla, me ha alegrado la vida y, todo eso, sin tener que esperar el sorteo.
-Me estás contando un cuento, no me lo creo...
-¿Quieres que quedemos y te lo explico con todo detalle?
-¡Por supuesto!, mañana tarde libro.
-Entonces, hasta mañana a las 6 en la puerta principal. Que te mejores.
-Gracias, dijo tosiendo previamente de un modo escandaloso.
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