La luz que más alumbra

Yo no sabía para qué mundo podía partir una madre sin llevarse a sus hijos, además, yo veía que María estaba delante de mí, acostada, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho. Sin embargo, es lo que me decían.

Las vecinas lloraban en aquella habitación.

Era la primera vez que María era la protagonista de la reunión y para eso había tenido que morirse. Una de ellas me sostenía en brazos mientras mi madre preparaba café. Recuerdo los 4 cirios que tan pobremente la alumbraban.

Yo la observaba, esperando que hiciera algún movimiento que me diera pie a gritar que estaba viva. Pero, como dije antes, no sentía dolor profundo por su pérdida. El hecho de sacar del baúl los vestidos de luto, los velos para cubrir las cabezas de las mujeres, la prohibición de entonar cualquier canto, no poder hablar en voz alta, ni corretear mientras duraba el velatorio me parecía un juego divertido.

Era un día especial de fiesta en el que los vivos, para demostrar sus penas, se vestían de muertos.

¡Cuántas historias me contaron sobre la Muerte, y qué poco sabía yo de su poder en aquel tiempo! Tanto ella como la Vida (los niños nacían en casa), serían eventos normales a partir de entonces.

Unos años después comencé a ser consciente de la pérdida de los seres queridos.

Empecé a sentir miedo. Me daba pavor ir al cementerio. Ya sentía el dolor de la separación. Ya lloraba. Ya era conocedora de su fuerza, de las desgracias que trae cuando hace acto de presencia, Y principió a invadir mis miedos.

Aprovechaba la noche para hacerse presente en mis sueños. Esto hizo que me diera cuenta de mi condición pecaminosa. El miedo siempre avisa de algo. Yo no era buena. Quería serlo, pero no lo era. Ponía mi empeño, pero no podía. Ese fue uno de los motivos que me llevó a buscar más a Jesús resucitado, más de su gracia infinita. Claro que yo lo conocía, era creyente, no obstante no sabía de Él lo suficiente, ignoraba su mensaje de salvación.

La Muerte era tan poderosa que cuando entraba en mis pesadillas no traía la resurrección puesta. Por eso sé que es mentirosa, que aunque fue vencida en la cruz por Jesús, quiere seguir engañándonos.

Ahora, aunque no consigo mirarla sin dolor y sin lágrimas como cuando era pequeña, la miro con ojos diferentes, ya no logra su propósito en mí.

No hay refugio donde guarecerse de ella, lo sé, mas creo firmemente en la promesa de que cuando me alcance, me encontrará unida a Cristo y resucitaré gracias a que Él resucitó.

¡Qué distintas se ven la Vida y la Muerte cuando Jesús, la Luz verdadera, las alumbra!