El resultado es evidente. Un patio de butacas abarrotado, escuchando la semana pasada al presidente de la
Asociación de Productores de Teatro, Música, Danza y Empresarios de Espacios Escénicos de la Comunidad de Madrid leer un comunicado denunciando “este tipo de acciones criminales”. Periodistas y compañeros de la profesión se solidarizan con el cómico, pero también el
Ministerio de Cultura, el
Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, la
Comunidad de Madrid y el alcalde Ruiz-Gallardón. Nadie falta en las fotos de prensa, entre las que destaca el propio Bassi, hablando desde las rejas que cierran la sala, para dar un tono aún más melodramático al asunto. Lleno de frases grandilocuentes, se presenta como la víctima, que van a llevar “a la hoguera”. Le preguntan por supuesto sobre las viñetas de Mahoma. Su respuesta es sorprendente: “Yo no habría publicado esas caricaturas”...
La carrera artística de alguien como Leo Bassi, gira siempre al filo del escándalo. Autodefinido como bufón, sus espectáculos ponen siempre su capacidad histriónica al servicio de la provocación. Lo que le ha dado hasta ahora bastante éxito en sociedades como la española, que ha hecho de la chirigota su género nacional. Personajes como Bassi, han adquirido así una enorme influencia mediática por su constante presencia en deleznables engendros de
tele-basura como
Crónicas Marcianas. Pero para la promoción de espectáculos como
La revelación es fundamental la publicidad de manifestaciones ante la puerta del teatro, como las que han organizado grupos
ultra católicos de extrema derecha como
Alternativa Española, amenazas a muerte y querellas judiciales, como la del
Centro Tomás Moro. No le faltaba más que un atentado terrorista, para convertirse en un nuevo mártir del laicismo. Y tristemente, siempre hay alguien dispuesto a proporcionárselo…
NADA COMO UN ESCÁNDALO
La estrategia de Bassi no tiene nada de nuevo. Basta mirar la historia del cine para ello. Ya un clásico como
El nacimiento de una nación (1914) de Griffith instauró la crítica de películas en las páginas de los diarios, a raíz de los enfrentamientos de multitudes con la policía de Boston por su representación de las actuaciones racistas del
Ku-Klux-Klan. Las primeras proyecciones de
Un perro andaluz de Buñuel provocaron también desmayos, vómitos, y más de treinta denuncias en comisaría, además de un aborto. Otra de sus películas mudas,
La edad de oro, hace setenta y cinco años hizo que una noche fueran “cien o doscientos tipos de ultraderecha” y tomaran “por asalto la sala, llevando hachas y bombas fumígenas”. El resultado según cuenta el director aragonés, es que “destruyeron las butacas y desgarraron con cuchillos un
dalí, un
tanguy y otros cuadros del vestíbulo” del
Studio 28 de París. Pero no nos engañemos, las mayores controversias siempre han sido religiosas…
El propio Buñuel provocó un gran escándalo con Viridiana hace cuarenta y cinco años, que terminó con la destitución del Director de la Cinematografía española por llevar a Cannes una película que parodiaba la última cena en una escena con mendigos. Aunque el caso más reciente fue sin duda
La última tentación de Cristo, la película que Martín Scorsese hizo en 1988 sobre la novela de Nikos Kazatnakis, expulsado de la iglesia ortodoxa griega por este libro en 1955. Las protestas reunieron a más de veinticinco mil personas enfrente de los estudios de la
Universal el día después de su estreno. Un cine fue incendiado en París. Hubo declaraciones en contra de la película del Consejo Nacional de Obispos Católicos norteamericano, la
Convención Bautista del Sur de EE.UU., el arzobispo de Canterbury, doscientos representantes del Congreso americano, la
Democracia Cristiana italiana, o la Madre Teresa. Y hasta el fundador de
Ágape, Bill Bright, ofreció diez millones de dólares por destruir la cinta…
EL NEGOCIO DE LA BLASFEMIA
Como el director francés Godard con
Dios te salve, María en 1984, Scorsese se encontró así con la sorpresa de descubrir como una película que hubiera pasado fácilmente desapercibida por su carácter casi de culto, tuvo una atención desmedida por toda la oposición que recibió. Los estudios sin embargo dudo que tuvieran tal sorpresa, porque fueron ellos mismos quienes enviaron copias de la película a los principales dirigentes religiosos norteamericanos, conscientes de la polémica que esto pudiera producir. Una de las mayores discusiones curiosamente que se produjo en aquellos días en círculos cristianos era si es necesario, o no ver una película para poder criticarla. Ya que se comentaba que había escenas de sexo entre Jesús y María Magdalena. La realidad es que al igual que la novela, la película no era una historia sobre Jesús, sino sobre las dificultades de la vida espiritual, con la lucha interior que eso conlleva.
El actor de Monty Phyton, John Cleese, comentó a raíz del escándalo que provocó la sátira de La vida de Brian, la triste impresión que le daba un cristianismo “tan frágil que pueda ser herido por una película”. En ese caso, dijo “es que nos encontramos con algo que no merece la pena”.
La verdad del cristianismo no es fácil de representar. Es mucho más sencillo mostrar la hipocresía. Se puede mostrar a un tele-evangelista hablando de Dios, pero lo que ves es un predicador, no la realidad de su fe. Orson Welles dijo que hay algo que una película no puede mostrar: el amor y la oración. Ya que puedes ver a alguien de rodillas o con la cabeza agachada, pero eso no es orar. Pero lo cierto es que no hay nada que le guste más un provocador, que las protestas...
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