Ajustarle las cuentas a Dios

Todavía soy incapaz de hacerlo y quizá esta actitud me la achaquen también como pecado de incredulidad, pero no lo asumo como “mea culpa”. He oído multitud de veces cómo los organizadores de programas evangelísticos proyectan convertir a un número determinado de personas, para el Señor, claro.

La ilusión es buena. El planteamiento, no tanto. Si el promotor de la campaña viene del extranjero, trae el firme propósito de cristianizar a la ciudad entera, creyentes incluidos, no hay miseria. Viajes (gastos pagados) desde lugares insospechados de la tierra no puede exigir menos. Si los organizadores son de la tierra, ya conocen el paño y dicen: Esta vez, nos vamos a conformar convirtiendo a dos mil. Y otros, los más humildes (en este caso tómese humilde como sinónimo de realista) dicen: Aunque se convierta solo uno, este esfuerzo valdrá la pena. Lo peor de todo esto es que a veces, en vez de salir las cuentas, salen crisis de fe.

Con todos mis respetos, yo los llamo “Los contables de Dios”, porque se atreven a ajustarle las cuentas, a llevarle los libros de contabilidad. No sabemos exactamente a quienes, ni de qué manera tocará el Señor. Ni cómo reaccionarán ante el Él los que han sido tocados ¿Aceptarán, o no aceptarán?

“Hemos convertido a tantos o más cuantos en la última campaña” ¿Y dónde están? Me pregunto. Imagino que estos planteamientos están falsamente basados en la Bíblia. Por ejemplo en Hechos 2:41 “Así pues, los que hicieron caso de su mensaje fueron bautizados, y aquel día se agregaron a los creyentes unas tres mil personas”

Hechos 4:4 “Pero muchos de los que habían escuchado el mensaje, creyeron, de modo que el número de creyentes, contando solamente los hombres, llegó a cerca de cinco mil”

Pero la Palabra del Señor habla de resultados, no de propósitos. Sugiero que primero se evangelice, y que sea el Señor quien contabilice los resultados, no al revés.

Trabajemos diariamente en la obra del Señor y dejemos de ajustarle las cuentas y de hacer listas. Es el Cordero que fue sacrificado, quien guarda el libro de la vida: “Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él. Ante su presencia desaparecieron completamente la tierra y el cielo, y no se los volvió a ver por ninguna parte. Y vi los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono; y fueron abiertos los libros, y también otro libro; que es el libro de la vida...”. Apocalipsis 20: 11-12