Malvenido

Sin embargo, pensemos que usted es una persona de ideas fijas y mis palabras no han tenido suficiente peso para que respete mi decisión. Con su obcecación, con su querer otorgarse el poder de venir a verme contra mi deseo, lejos de ceder, usted me importuna de nuevo, ¿cómo cree que me siento? pues me está poniendo nerviosa al querer echarme un pulso en mi propio terreno. ¿qué otra cosa necesitaría hacer yo para convencerle? Pero sigo creyendo que usted es alguien que respeta al prójimo y la propiedad de este.

Continuemos fantaseando: Imaginemos que en vez de estar sola, 100.000 hombres y mujeres comparten mi malestar y me acompañan en esta petición, (no es una exageración aunque lo parezca, una da un zapatazo y le salen amigos de debajo de las piedras) y a gritos, por si estuviera sordo, le hacemos llegar, todos juntos, que no venga porque no queremos verle. ¿No debería ser motivo más que suficiente para que renunciara a su ahínco?

Prosigamos un poco más: A pesar de esa oposición masiva, usted también se rodea de amigos que le respaldan. Ellos, alentando su iniciativa, califican este propósito de encuentro como un gesto de valentía. Le aconsejan que la mejor manera de hacerlo es camuflándose entre tres tristes coches trileros, con sus trece tristes cristales negros, resistentes a balas, bombas, insultos e incendios, para que no sepamos en cual de ellos está metido, aunque metido ya está en camisa de once varas.

Como digo, usted va y se presenta en nuestras casas con todo su séquito para obrar con más fuerza... ¿No cree que pese a querer hacer valer, más mal que bien, sus buenas intenciones de amistad, nos estaríamos enfadando aún más?, ¿no vislumbraría que su visita, en vez de alegría nos estaría sacando de nuestras casillas, con el consiguiente brote de mal humor?

Usted, al fingir que no se entera, nos estaría buscando la boca, estaría faltando al respeto a los dueños de las casas, y las malas caras estarían justificadas.

¿Qué mensaje de buena voluntad nos estaría trayendo con esta actitud? Con su empecinamiento, estaría intentando quedar bien, dar una imagen de buena gente haciendo quedar al resto como los malos de la película por no querer recibirle. Digamos que en este ejemplo que le cuento, el visitante sería un personaje célebre que quiere a toda costa hacer uso de su poder.

Pues bien, a lo mejor usted me ha entendido con esta simple ilustración y anularía su proyecto de visitarme, pero Joseph Ratzinger, en su erre que erre, parece que no se ha enterado y ha entrado por la puerta grande donde no querían recibirle.