Puntos necesarios

En la sucursal me encontré con Octavio. Colombiano, inmigrante sin papeles, pobre, explotado, marginado, miembro de mi iglesia, y asustado en España. Estábamos saludándonos mientras esperaba que trajeran mis paquetes, cuando el cajero nos interrumpió con una pregunta:
-¿Vienen ustedes juntos?
-No, -respondió Octavio enseguida.
-Entonces por favor, manténgase usted detrás de la línea que marca el suelo y espere su turno.

En esos momentos, yo sentí calor, vergüenza, e indignación en mi cara.
-No es necesario, nos conocemos, respondí.

Octavio, sin decir nada, agachó la cabeza y obedeciendo, dio un par de pasos hacia atrás hasta colocarse justo detrás de la línea, casi borrada, por tantas esperas y tantas inclinaciones de cabeza, marcada en el suelo.

El cajero, que me conoce de muchos años, me hablaba con la mirada, pero yo no quería oír la advertencia que sus ojos me hacían sobre el peligro que supone relacionarse con gente rara y mal vestida. Pensó que era una estúpida, estoy segura, porque rechazaba la fuerza de sus pupilas, para sostener de nuevo en alto las de Octavio, que seguían hundidas en el suelo, para no pasarse de la raya hasta que llegara su turno.

Entonces vi mis regalos sobre el mostrador, y me sentí ridícula y nuevamente avergonzada. Octavio, subsistiendo con un mísero sueldo, sufriendo una descarada discriminación, y yo, tan feliz, coleccionando regalos con mi Visa.

Acaricié su hombro al despedirme mientras pensaba con rabia: ¿Cuántos puntos necesita Octavio para tener una vida decente aquí, en España?