Creo que cuando una va de médicos, por mucho que se arregle, no vuelve a verse guapa hasta terminar el tratamiento. De allí, entre zancadas rectas y circunvalaciones de pensamientos, salí a la calle. Me crucé con una mujer que usaba mi mismo estilo de ropa, y dije: Mira, ahí vengo. Me saludé, me pregunté por la salud, y estuvimos charlando un rato. Cuando me vi marchar, aproveché que mi otra yo estaba de espaldas, para mirarme de arriba abajo y pensé en ponerme a régimen con urgencia, para mejorar la semejanza conmigo misma.
Los espejos son los que más suelen dar la nota en estos casos. Verme distorsionada es una de las cosas que no soporto, y por lo que en feria no entro a esta atracción. Una vez fue suficiente para que entre todos, me pusieran verde.
Esa noche comprendí que estamos hechos de multitud de imágenes. Sin embargo, la sombra intangible que proyecta mi cuerpo, es de color negro, Tan negro como mi condición humana. Tan negro como el hollín, por mucho sol que luzca. Las sombras, no son francas. No sé usted, pero yo no me fío ni de la mía propia. Unas veces me precede, otras me sigue, pero siempre por los bajos fondos, sin aclararse, confusa. La cosa es que no puedo quitármela de encima.
El Ayuntamiento de Málaga, para dar más señas, ofrece un salón llamado de los Espejos para contraer matrimonios civiles. Sus motivos tendrá. Se coloquen donde se coloquen, la imagen de los novios aparece reflejada en todas las posturas. Digo yo, que lo habrán pensado así, para que la pareja vaya acostumbrándose desde el primer momento a verse reflejados juntos, socialmente, y descongestionar la lista de espera que existe para separarse.
Pero para hablar de espejos, mejor uno que tengo caprichoso con hechura moruna al fondo del pasillo. Le da por reflejarme en árabe, vestida con una chilaba blanca que luego no encuentro en el armario. O el del baño, que es grosero, y le tengo una manía... Cuando despierto por la mañana, me acerco a él con un miedo terrible, porque albergo serias sospechas de lo que va a gritarme. Tengo otro pequeño, lo llamo Narciso de Bolso, así, con nombre y apellido. Me refleja a trozos a base de mentiras piadosas. Lo adoro, pero engorda y tengo que volver al régimen.
En las mamparas de cristal de la oficina, aunque vista con vaqueros, me reflejo en traje de chaqueta, con el pelo estirado y atado en la nuca a la antigua usanza. Rogué al subalterno que las forrara con algo para evitar esa imagen desastrosa. El hombre hizo lo que pudo, bien lo sé, pero sigo viéndome reflejada en los cuerpos y costumbres de mis compañeros, y no termino de agradarme. En fin, que no me libro. Si me miro en mis hijos, me dicen que nanai de la China, que con ellos ni lo intente, que a mi edad haría el ridículo. Mis padres no me ponen pega y cuando les visito, permiten que nos pongamos frente a frente un rato, para que pueda ver la semejanza con ellos que tendré en el futuro. Sin cirugía interna ni externa.
Nuestra imagen no siempre es agradable. Personalmente, a veces me veo venir, y me doy miedo. Entre usted y yo, corríjame si me equivoco, creo que todo esto es un complot mundano del que no se escapa nadie. Por dondequiera que vamos, nuestra imagen va pasando exámenes, y el que más o el que menos, suspende.
Lo más grave de todo es que no es requisito obligatorio ser generoso para regalar nuestra imagen por doquier. Actúa por libre. Nos reflejamos hasta en la sopa.
Y así pasamos la vida, de una imagen a otra, de una semejanza a otra. Imágenes que no podemos esconder en el baúl de los recuerdos y que nos tienen atrapados como tras un cristal con rejas.
La única imagen de mí que me convence, la que realmente me da satisfacción porque es perfecta, y porque es un regalo precioso, la tengo viéndome cara a cara en Jesús, el verdadero espejo donde debo mirarme, el único que aparta mis culpas. Él, que no tiene defectos, se refleja en mí, y me deja adoptar su imagen. Dice la Palabra que cuando Dios creó al hombre, lo creó semejante a Dios mismo; hombre y mujer los creó...
Y aunque esté feo presumir, no me importa si lo hago en Cristo. Sé que verme así, de esta hechura tan divina, a todos, absolutamente a todos, les alegra la existencia.
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