Cortina de humo

Por si acaso, en los estancos, han tirado los precios por la ventana antes de las rebajas oficiales de enero. ¡Lo que es el miedo! No soy fumadora y me fastidia la garganta si alguien enciende un cigarrillo cerca. Llego a casa encendida porque no soporto el olor de la ropa ¡Hasta el pelo me huele a tabaco!

Los expertos dicen que esta ley es necesaria, porque dejar de fumar alarga la vida. Estupenda preocupación por el bienestar social. La alarga ¿fuera, o dentro del ambiente familiar? Lo pregunto porque los fumadores continuarán haciéndolo en casa, dentro del coche, y sus hijos seguirán consumiendo veneno.

Sin embargo, no hay que ser experto, pero sí solidario, para desear que el gobierno, con la misma prioridad, incluyeran una ley antipobreza, e igual que se están poniendo los medios necesarios, mediante tratamientos, para todos aquellos que quieren dejar de fumar, hicieran lo mismo con los pobres que deseen salir del gremio.

Aunque no lo parezca, estoy convencida que entre tabaco y pobreza, existe un gran paralelismo. Los pobres cuestan cada día más baratos; molestan si se nos colocan al lado; del mismo modo que el tabaco puede producir la muerte, la produce poco a poco la pobreza. Una muerte agónica, para más señas.

Si una ley antipobreza entrara en vigor a primeros de año, junto con la ley antitabaco, mejoraría considerablemente la salud de los que pasan hambre, alargaría la vida a los pobres que trabajan explotados en locales públicos y privados; a los que mendigan en las esquinas, en los semáforos; a los que trabajan clandestinamente en los campos de recolección, y viven en chabolas...

Pero sabemos que una ley así no interesa a nadie. Por eso Jesús dijo que a los pobres los tendríamos siempre con nosotros. Sabemos que esa ley solo puede existir en nuestro interior. Dejemos de taparnos los ojos y los corazones.