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Amor humano en la Biblia y la literatura (4)
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Siquem: sexo y amor

Siquem se enamora perdidamente de Dina. Quiere hacerla su esposa. Dice al padre poco después del estupro: “consígueme a esa muchacha para que sea mi mujer”.
ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 01 DE JULIO DE 2014 22:00 h

Atracción fatal / multimaniaco (Flickr CC BY-NC-SA-2.0)


En el primer volumen (653 páginas) de LOS SEXOS, EL AMOR Y LA HISTORIA, el ensayista, novelista y poeta extremeño Pedro Caba dice que cuando se produce una violación sexual ocurre en ocasiones que entre el violador y la violada se establece una corriente de afinidad mutua que llega hasta el amor.

El capítulo 34 del Génesis ilustra esta idea contando la violación de Dina, hija de Jacob, a manos de Siquem, hijo de un príncipe de la antigua ciudad cananea del mismo nombre.


El autor del Génesis presenta el texto de forma dramática.

Dios ordena a Jacob que fuera a Bet-el. En lugar de hacerlo, Jacob se traslada con su familia y sus ganados cerca de Siquem, convirtiéndose en un residente extranjero en aquel lugar.

Dina, su hija, a quien se ha calculado entre 16 y 17 años, sale un día a dar un paseo y visitar a sus amigas. “La vio Siquem, hijo de Hamor, señor de aquella tierra, y por la fuerza se acostó con ella y la violó. Pero después Siquém no pudo quitarse de la cabeza a Dina, la hija de Jacob, porque se había enamorado de ella, así que trató de ganarse su amor” (versículos 2-3).

El amor verdadero hace milagros, porque él mismo es ya el mayor milagro. Además, el amor convierte al hombre salvaje en civilizado.

“Jacob se enteró de que Siquem había violado a Dina”, prosigue la historia (versículo 5). ¿Cómo se enteró? No pudo ser a través de la hija, porque según el versículo 26 ésta permanecía en casa de su violador. Esto ha dado lugar a que algunos comentaristas del Génesis opinaran que Dina fue afectada por el llamado síndrome de Estocolmo, es decir, que al igual que le ocurrió a Siquem, también ella quedara prendada de él después de la violación.

Otros creen que fueron algunas amigas de Dina las que informaron al padre de lo ocurrido.

Jacob no reaccionó cuando tuvo conocimiento del hecho. “Como sus hijos estaban en el campo con el ganado, no dijo nada hasta su regreso” (versículo 5).

Algunos biblicistas han puesto en duda si la acción de Siquem fue violación o fornicación, es decir, que Dina consintiera. El teólogo inglés Derek Kidner, ya citado, observa que el segundo verbo en Génesis 34:2 significa, literalmente, “tomó”, que posiblemente implique “se la llevó” con vistas al matrimonio.

En cualquier caso, como Don Juan rendido ante Doña Inés, Siquem se enamora perdidamente de Dina. Quiere hacerla su esposa. Es sincero en sus sentimientos. Dice al padre poco después del estupro: “consígueme a esa muchacha para que sea mi mujer” (versículo 41).

El padre, príncipe de la tierra de Siquem, dialoga con los indignados hermanos de Dina y les dice: “mi hijo Siquem se ha enamorado de vuestra hermana. Por favor, permitid que él la tome como esposa. Así emparentaremos; dadnos vuestras hijas, tomad vosotros las nuestras y quedaos a vivir con nosotros. Esta tierra está a vuestra disposición; vivid en ella, haced negocio y adquirir posesiones” (versículos 8-10).

El padre de Siquem abre generosamente a los hebreos el camino a futuros matrimonios entre ambas razas. Le brinda amplitud de derechos civiles a una familia de emigrantes que se había instalado en la región. Jacob y sus hijos podían recorrer la tierra y establecerse en ella con derecho propio, sin contrato de compraventa.

Cuando el padre termina de hablar lo hace el hijo. La Ley mosaica, que Siquem ignoraba, establecía que quien abusara de una doncella estaba obligado a tomarla por esposa y a dotarla (Éxodo 22:16).

El amor es la base de la existencia, su esencia y su fin. En DIARIO DE UN POETA, el francés Alfredo de Vigny escribió en 1833 que “el amor es una fuente inagotable de reflexiones: profundas como la eternidad, tan altas como el cielo y tan vastas como el universo”.

Siquem no pierde tiempo en reflexiones. Preocupado por la solución de su caso, dice a los hermanos de Dina que está dispuesto a pagar tanto el precio de la dote como otros regalos, y lo que a ellos bien les pareciere: “sed benévolos conmigo y os daré cuanto me pidáis. Imponedme una dote alta y regalos valiosos por la muchacha y os daré lo que me pidáis, con tal de que me la deis en matrimonio” (versículos 11-12).

Los hijos de Jacob no ceden. Siguen indignados. En aquella cultura, un hombre cuya hermana había sido violada se sentía más deshonrado que otro a quien su esposa le hubiera sido infiel. De una esposa se puede divorciar –razonaban- pero una hermana o una hija siempre permanece en la familia.

Para vengar la ofensa, inventan una estratagema malévola. Jacob, sus hijos y el resto de la familia eran judíos. Todos los varones estaban circuncidados desde los ocho días de vida, conforme al pacto hecho por Jehová con Abraham (Génesis 17:10-14). Hamor, príncipe de aquella tierra, su hijo Siquem y todos cuantos allí vivían no eran judíos, eran cananeos, nada sabían de la circuncisión. A la amplia y generosa oferta del joven que desesperaba de amor, responden: “no podemos hacer lo que nos pedís, dando nuestra hermana a un hombre que no está circuncidado; eso sería una afrenta para nosotros. Sólo podemos aceptar con una condición: que vosotros seáis como nosotros, es decir, que todos vuestros varones se circunciden. Así si podremos daros a nuestras hijas, y vosotros tomar a las nuestras, viviendo entre vosotros y formando un solo pueblo. Pero si no aceptáis nuestra condición de circuncidaros, nos marcharemos con nuestra hermana de aquí (versículos 14-17).

El bueno de Hamor y el hijo que desfallecía de amor aceptaron la oferta. Siquem y su padre, no obstante ser hombres mayores, procedieron al rito de la circuncisión. A Hamor, muy respetado y querido por su pueblo, no le fue difícil convencer al resto de los hombres que por allí vivían. Les dijo que la familia de Jacob era gente de paz, que querían establecerse allí y comerciar con ellos. “Todos los que estaban presentes en la puerta de la ciudad aceptaron la propuesta de Hamor y de su hijo Siquem. Así que todos los varones fueron circuncidados” (versículo 24).

Inmediatamente se desata una inquisición religiosa. El odio, la venganza, la crueldad, la muerte y la sangre invaden la ciudad y los campos. Los varones de Siquem, no acostumbrados a la circuncisión, enfermaron y quedaron incapacitados. Cuando no podían defenderse, dos hijos de Jacob, Simeón y Leví, reclutaron a otros hermanos y a algunos hombres del campamento de Jacob, entraron en la ciudad, mataron a sus habitantes, saquearon las casas y se llevaron cautivos a mujeres y niños. Mejor que yo lo explica la Biblia: “Simeón y Leví, hermanos de Dina, empuñaron cada uno su espada, entraron en la indefensa ciudad y mataron a todos los varones. Mataron también a filo de espada a Hamor y a su hijo Siquem; luego sacaron a Dina de casa de Siquem (¿estaba allí secuestrada o por voluntad propia?) y se marcharon. Los otros hijos de Jacob también fueron y pasando sobre los cadáveres, saquearon la ciudad en venganza por el ultraje cometido contra su hermana. Se apoderaron de sus ovejas, vacas y asnos, de todo lo que había en la ciudad y en el campo; se llevaron todas las riquezas, incluidos sus niños y mujeres, y saquearon todo lo que encontraron en las casas” (versículos 25-29).

Esto no fue una venganza. Fue un pillaje, un robo, un saqueo, un despojo, un desvalijamiento, una rapiña, una matanza cruel e inhumana de personas inocentes e indefensas que superó a la que muchos siglos después tendría lugar en Francia, exactamente el 23 de agosto del año 1572, cuando 20.000 protestantes hugonotes fueron vilmente asesinados, víctimas del odio religioso.

A favor de Jacob hemos de decir que ni participó ni aprobó la matanza y el saqueo perpetrado por sus hijos. El patriarca era consciente del peligro de exterminio que supondría la reacción de los cananeos. Arrastrado por el miedo y la furia reacciona ante el mal y dice a sus hijos: “me habéis ocasionado la ruina haciéndome enemigo de los habitantes de esta tierra, los cananeos y los fereceos. Yo cuento con muy pocos hombres y si ellos se alían contra mí y me atacan, acabarán conmigo y con toda mi familia” (versículo 30).

Jacob recordaría el triste episodio hasta el final de sus días. Antes de morir llama a todos sus hijos para anunciarles el futuro de cada una de las tribus que representaban. De quienes iniciaron la matanza en Siquem, dice: “Simeón y Leví son hermanos, instrumentos de violencia son sus armas. No querría estar presente en sus reuniones, ni comprometer mi honor en sus asambleas, pues cuando se enfurecieron mataron hombres, y en su crueldad desjarretaron bueyes. Maldita su ira tan violenta, y su furor tan feroz. Yo los dividiré en Jacob, los dispersaré en Israel” (versículos 5-7).

Sexo y amor. En la historia explicada dominó primeramente el sexo; luego nació el amor. Si en Don Juan predominaba el sexo sin amor, Don Quijote amaba a Dulcinea sin haber rozado jamás su piel. “Gracias al amor todo ser alcanza su momento de bondad”, escribió el teólogo y filósofo francés Ernesto Renán.

Aquí queda retratado el Siquem del relato bíblico.
 

 


3
COMENTARIOS

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Respondiendo a

luis alberto
06/07/2014
20:45 h
3
 
¿víctimas del odio religioso.? Y donde queda lo 'político. Creo que aquí jugaron un papel importante lo político y lo religioso.
 
Respondiendo a luis alberto

Pablo M.
06/07/2014
20:45 h
2
 
Aquí hay algo que no cuadra.. ¿Cómo podía saber Siquem los postulados de la ley mosaica si vivió más de 400 años antes de la promulgación de la misma?
 
Respondiendo a Pablo M.

Aramhv Vazquez
03/07/2014
16:32 h
1
 
Considero la comparación bastante errada, ¿acaso los hugonotes franceses habían violado a las mujeres católicas de esos tiempos? Por cierto, el mismo Señor Jesucristo compara a la Iglesia católica con una ramera, desde el capítulo 17 hasta el fin del libro del Apocalipsis.
 



 
 
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