A primera hora de la mañana, con los sueños de la noche anterior todavía instalados en el subconsciente, viajamos hacia la Bretaña francesa, región que se extiende al oeste del país y domina cuatro importantes departamentos. Tiempo atrás Bretaña era considerada un territorio pobre, pero la situación ha cambiado y hoy mantiene un nivel de vida medio alto.
Cuando desde el autobús se divisa cercano el Monte San Michel una exclamación de alegre sorpresa brota de las gargantas. Ante nosotros tenemos una de las maravillas de occidente. San Michel es una pequeña isla unida a tierra por medio de un dique. Este islote rocoso no llega al kilómetro de circunferencia y se alza a 80 metros de altura. El dique insumergible que le une a la bahía fue construido en 1879. En la época de las grandes mareas el espectáculo es maravilloso.
La amplitud de las mareas es la más grande de Europa. La bahía del Monte San Michel está considerada como una de las más bonitas del mundo. Para preservar esta joya, declarada por la Unesco patrimonio cultural y natural de la Humanidad, Francia y otros países europeos han unido esfuerzos en la recuperación del carácter marítimo del Monte.
En los arenales que rodean el Monte desembocan tres ríos, el Sée, el Sélune y el Couesnon. Este último marca la frontera entre Bretaña y Normandía.
He leído que cuando Víctor Hugo divisó por vez primera el Monte San Michel, exclamó: “Si el paraíso fuera agua estaría instalado aquí”.
Lo confieso. No creo en leyendas de santos, ni en apariciones de vírgenes, ni en mensajeros del más allá fuera de los que identifica la Biblia en sus dos partes. Pero como lo cuentan lo cuento.
Dicen que el arcángel San Miguel solía aparecer a menudo en Italia, en el Monte Gargano, en el mar Adriático y en Roma. Según el relato, una noche del año 708 (ayer por la mañana) San Miguel se apareció en sueños al obispo de Avranches (municipio cercano al Monte), de nombre Auberto y le ordena que consagre el islote rocoso a su culto. El obispo no da mucha importancia al sueño, pero este se repite. San Miguel insiste. En su tercera aparición introduce un dedo en el cráneo de Auberto. A partir de aquí se producen otros milagros para convencer al obispo. En la cima del monte aparece un toro robado.
En obediencia al arcángel el obispo envía mensajeros a Italia en busca de objetos sagrados: un pedazo del abrigo que el arcángel llevaba en una de sus apariciones (¿sienten frío los ángeles y arcángeles?) y un fragmento del altar donde se apoyaba (¿tienen cuerpos pesados?). La historiadora Lucién Bèly dice que “la consagración del monte, de la cual no existe documentación alguna, da origen a numerosas leyendas que fascinan a los cristianos y que, posteriormente, alimentan los relatos de los primeros historiadores”.
Por iniciativa del Duque de Normandía, Rolf el Caminante, o Rollón, temible guerrero convertido al cristianismo, se inicia la construcción de una abadía en la cumbre del monte. Poderosos peregrinos comienzan a acudir a San Michel para implorar la protección del arcángel. Aún hoy, la riada de peregrinos procedentes de todo el mundo continúa acudiendo a la Abadía. Una abigarrada muchedumbre, formada por inválidos, enfermos acuden al Monte en busca de salud.
Entre los milagros atribuidos a San Miguel destacan dos relacionados con elementos guerreros. En el siglo XV naves inglesas sitian el Monte confiando que la población se rendiría a causa del hambre. Nobles bretones vencen a las naves inglesas y restablecen el aprovisionamiento por mar. Los monjes benedictinos que ocupaban la Abadía atribuyeron la victoria a la intervención del arcángel San Miguel.
Otra leyenda cuenta que San Miguel se apareció a Juana de Arco y le dijo: “Soy Michel, protector de Francia, levántate y apoya al rey de Francia”. Cuenta Michel de Saint-Pierre que Bernardita de Lourdes, la niña que pretendía hablar con la virgen hacia 1858, al preguntar por su nombre a la aparecida, ésta le respondió: “Yo soy la inmaculada concepción”. ¿Cómo pudo decir la supuesta virgen “yo soy la inmaculada concepción”, si esas palabras eran la definición dogmática que llevaba entre manos el Papa Pío IX? En el peor de los casos debió haber dicho “yo soy la inmaculada concebida”. Siempre el mismo engendro del mito y de la superstición.
La misma fábula sobre la aparición del Arcángel al obispo Auberto.
El mismo cuento de San Miguel a Juana de Arco.
He escrito lo que se dice del Monte San Michel y de la Abadía instalada en su cumbre.
El lector es libre de separar los datos históricos de los fetichistas o creer en ambos. Por mi parte lo tengo claro.
Durante la Revolución Francesa San Michel fue utilizado como lugar de castigo para presos políticos. Una cárcel. La misma comunidad monástica era la encargada de vigilar a los presos.
Estuvo considerado como “la Bastilla de los mares”. Los presos más culpables eran encerrados en calabozos húmedos y oscuros. Algunos lograban escapar, como el pintor Colombat, que con un clavo salvado de un incendio logró abrir un hueco en un muro. Un cómplice le pasó una cuerda en un pan y llegada la noche se deslizó por la muralla. Su evasión lo hizo célebre en todo el país.
Víctor Hugo recuerda la trágica suerte de éstos hombres en un texto a la vez naturista y delator: “a nuestro alrededor, hasta que la vista alcanza, el espacio infinito, el horizonte azul del mar, el horizonte verde de la tierra, las nubes, el aire, la libertad, las aves volando alto, los barcos a toda vela y, de repente, sobre una cresta de viejos muros por encima de nosotros, la pálida figura de un preso”.
El Monte San Michel tiene prácticamente una sola y larga calle que conduce desde la entrada hasta la Abadía. A un lado y otro de la calle va creciendo una villa con bares, cafeterías, pequeños restaurantes y muchas tiendas donde venden recordatorios, insignias de peregrinaje, conchas o broches de plata y mil artículos propios de estos lugares “santos”, como en la francesa Lourdes, como en la portuguesa Fátima, como en el entorno de la Pilarica maña, como en tantos otros “santuarios” del orbe católico.
La calle es de subida continua. Quienes deseen ver todo el recinto, cuya extensión tiene menos de un kilómetro, disponen de un autobús gratuito, “Le Passeur”, con capacidad para 75 plazas, con un diseño especialmente concebido para el Monte.
Salimos del Monte San Michel vía San Malo, con sus potentes murallas construidas para defender la ciudad; pasamos por Dinan, a orillas del río Rance, que conserva otro cerco de murallas de los siglos XIII y XIV y caída la noche llegamos a Rennes, capital de la Bretaña, con su abigarrado centro histórico. Rennes está considerada como ciudad eminentemente intelectual, eclesiástica y monumental.
De hecho, toda Francia es un monumento.
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