Un amigo mío de muchos años, José Luis Arredondo, prestigioso abogado mejicano, me llamó por teléfono el pasado mes de mayo y dijo que le programara un viaje por ciudades de Francia para julio. Me invitaba al viaje con todos los gastos pagados. Lo hacía por gusto, por capricho, si bien quiso justificar su rasgo generoso aludiendo a que le vendría bien un intérprete francés-español. Aunque yo tenía a las puertas un largo viaje a Cuba, acepté. Incitarme a mí a viajar es como regalar tabletas de chocolate a uno de esos niños esqueléticos africanos cuyas miserias exponen en televisión.
Aeropuerto de Barajas. Vuelo Madrid-París. En menos de dos horas estamos en Francia.
¡Francia! Vecina de nuestras tierras. Españoles y franceses se abrazan en los límites fronterizos de Cataluña y el país vasco.
Francia, la gran Francia cultural que añade al hexágono nacional y lingüístico a Luxemburgo y Montecarlo, la Suiza y la Bélgica francesas, el Canadá francófono y algunas islas y minorías coloniales. Es decir, el “mundo francés” o la “francofonia”, que en tiempos pasados llegó a extenderse por el norte de África- Marruecos, Mauritania, Túnez, Argelia- y otras naciones del África negra como Sudán, Malí, Camerún, Centroáfrica, Chad, Níger, etc. El pequeño imperio que Napoleón soñó en grande y quedó reducido, para él, a 122 kilómetros cuadrados en la isla volcánica Santa Elena, donde murió el año 1821. A pesar de su trágico destierro y peor muerte, gran parte de Francia recuerda y celebra las extraordinarias aventuras que han encantado desde entonces a los espíritus románticos quienes, aún hoy, siguen viendo en él al heredero de la primera revolución y el defensor del principio de las nacionalidades; el hombre que luchó a muerte contra las monarquías absolutas. “Napoleón es tan grande que diríamos que el imperio del mundo no fue para él más que un mal menor”, escribió en sus páginas LE MERCURE DE FRANCE.
¡Francia! Según Covarrubia, país opulentísimo y abundante de todo,campos fértiles, ciudades populosas, mucha nobleza y muy antigua, gente belicosa, ingeniosa en las artes mecánicas y en las liberales, inteligente en las letras. Tomó el nombre de Francia, según la tradición, de Franco, hijo de Héctor, su primer rey. En un grito de tinta sobre papel, el glorioso Víctor Hugo la exaltó con este cántico: “¡Francia, Francia! Sin ti, el mundo estaría solo”.
Según los historiadores, los primeros indicios humanos de lo que hoy constituye Francia se remontan al paleolítico, hace unos 25.000 años. Durante el siglo V antes de Cristo los pueblos célticos ocuparon la zona norte. El imperio romano invadió el territorio y Julio César inició la unificación de lo que hoy es el país. Después de las grandes invasiones los francos se establecieron en la Galia y constituyeron un poderoso reino, con Clodoveo a la cabeza. Estamos en los siglos V y VI.
La Edad Media conoce una serie de guerras dentro y fuera del territorio. Carlomagno es proclamado emperador el año 800. A fines del siglo X los grandes señores feudales crearon verdaderos estados, apoyados por la Iglesia católica y la nobleza.
El período comprendido entre 1330 y 1598 representa una fase de lucha entre franceses e ingleses. Aquí se enclava la conocida Guerra de los Cien años.
En los últimos del siglo XVI se suscitan en Francia numerosas guerras religiosas entre católicos y protestantes hugonotes. Llega la triste noche del 23 de agosto de 1572, la sangrienta noche de San Bartolomé, en la que fueron asesinados 20.000 protestantes. En un libro titulado LOS HUGONOTES, UN CAMINO DE SANGRE Y LÁGRIMAS, el escritor catalán Félix Benlliure documenta minuciosamente lo que fueron en Francia las guerras de religión y lo acontecido la noche de San Bartolomé. Cuando el sol se levantó al día siguiente, cuenta Benlliure, “París era un tumulto impresionante, desorden y carnicería; arroyuelos de sangre corrían por las calles; cadáveres de hombres, mujeres y niños estorbaban delante de las puertas. Cientos de verdugos insultaban a las víctimas antes de degollarlas y se pagaban con sus despojos….”.
La llegada al trono de Francia del primer rey Borbón, Enrique IV, en 1598, marcó un período de paz interna. El 14 de julio de 1789, con la toma de la Bastilla, marca el inicio de la Revolución Francesa. Los ideales revolucionarios, aclamados al principio, terminarían en la implantación de una época conocida como la del terror. Acabando el siglo XVIII y comenzando el XIX, Napoleón Bonaparte intenta restablecer la paz en la nación. Napoleón se enfrenta a los soberanos del antiguo régimen en una serie de guerras que le permiten remodelar el mapa de Europa. Caído y desterrado Bonaparte, con Napoleón III Francia continúa enfrascada en guerras interminables hasta que abdica en 1870 y se instaura de nuevo la República, que se mantiene con altibajos hasta 1914. Estalla la primera guerra mundial, 1914-1918, que cambia el panorama no sólo de Francia, sino de todo el mundo. Por primera vez Francia es ahora aliada de Inglaterra en contra de Alemania.
La segunda guerra mundial, 1939-1945, resulta desastrosa para Francia. El 14 de junio de 1940 los alemanes ocupan París, donde se quedan hasta agosto de 1944.
La IV República francesa, encabezada por el general De Gaulle en 1946, dura hasta 1958. Al año siguiente, igualmente presidida por De Gaulle, Francia instaura su V República, que se mantiene hasta el día de hoy. Su actual presidente es el socialista François Hollande.
Francia es hoy día un país moderno, próspero, líder en la Unión Europea. Tiene una población de 61 millones de habitantes, que espera alcanzar los 62 millones largos en 2015.
Viajar por Francia, ahora, según yo lo percibo, es viajar por una nación culta y soñadora, cuna de hombres y mujeres que le dieron gloria, poetas como Víctor Hugo, escritores como Marcel Proust, filósofos como Voltaire, pintores como Monet, teólogos como Blaise Pascal, ingenieros como Gustavo Eiffel, físicos como Pierre Curie, científicos como Marie Curie, músicos, artistas, actores, cantantes, deportistas. En opinión de León Floorems, “la literatura francesa es la más documentada de todas las literaturas conocidas, incluso en lo geográfico, histórico y etnográfico”.
Un ejemplo sorprendente: Las palabras “dulce Francia”, que aparecen por vez primera en “la Chanson de Roland”, han resonado a través de toda su azarosa historia. Jules Michelet, más conocido como poeta que como historiador, afirma que “Francia es hija de su libertad. En el progreso humano la parte esencial corresponde a la fuerza viva que se llama hombre”.
¡Viva por siempre Francia! ¡Viva por siempre la ciudad de Cherburgo!, a orillas de una bahía del Canal de la Mancha, ciudad donde nació el hombre que me engendró: mi padre.
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