El último tema que rescato de la literatura profética es el que se refiere a la esperanza mesiánica.
Isaías, llamado el profeta mesiánico y cuyo libro se conoce como quinto Evangelio, es quien mejor refleja la promesa de un Mesías libertador, concretamente en tres textos que parecen una reflexión continua sobre el tema.
La señal de Dios es desconcertante. Una virgen va a concebir y dar a luz un niño con un nombre simbólico, sin tener en cuenta para nada la presencia de un posible padre:
“El Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14).
Relacionado con este misterioso Emanuel del capítulo 7, el profeta salta de alegría al describir al Príncipe Libertador en la forma de un niño:
“Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
Para Jeremías, los tiempos futuros estarían presididos por la figura desbordante del Mesías, renuevo justo:
“He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra” (Jeremías 23:5).
Zacarías, Miqueas y otros profetas son continuadores de la línea mesiánica abierta por Isaías. Mención especial merecen las Canciones del Siervo, que incluyen los capítulos 42, 49, 52 y 53 de Isaías, especialmente este último, donde se hace una pintura cabal de los sufrimientos y del triunfo final del siervo de Jehová, el Mesías, el Ungido.
A esos días de juicio y de justicia en la tierra alude el apóstol Pablo cuando dice a los Gálatas:
“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Gálatas 4:4).
La esperanza mesiánica tuvo cumplimiento. El Mesías vino. Habitó entre nosotros. Vimos su gloria. Fuimos testigos de su ministerio, de sus enseñanzas sublimes. Nos dejó como continuadores de su obra. Estremeció nuestros corazones con sus sufrimientos, con su muerte.
Fueron actos de su libre voluntad. Nadie hubiera podido quitarle la vida. El la entregó porque quiso. Tenía poder para darla y para no darla. Sabía que la volvería a tomar. No acabó su obra en la cruz, la acabó en el huerto que pertenecía a José de Arimatea. Fue el gran triunfo. Venció a la muerte. Sacó a luz la vida y la inmortalidad. Ascendió al lugar de donde había descendido.
Nos dejó encargado que proclamáramos Su Nombre, Sus enseñanzas, Su doctrina, su poder salvador de un extremo a otro de la tierra, a toda la gente, a todos los pueblos, a todas las culturas, a todas las clases sociales.
Esa es ahora nuestra tarea. Dar cumplimiento al mensaje profético en torno al Mesías.
SOMOS TESTIGOS DE ESPERANZA
Hubo un tiempo en que creíamos, como dijo Dietrich Bonhoeffer, que “el hombre había llegado a la mayoría de edad”, pero a mi parecer hemos regresado al caos.
El mundo padece una profunda crisis espiritual. Los grandes mitos religiosos del pasado están perdiendo su poder. El nuestro no es un tiempo calmado ni apacible. Por otro lado, los esfuerzos reaccionarios de los integristas que pretenden establecer naciones islámicas, judías, católicas, budistas o protestantes, constituyen una amenaza contra las libertades.
Muy difícil vivir dentro de ese horizonte contaminado por el llamado progresismo. ¿En qué progresamos? ¿En ciencia? ¿En técnica? ¿En exploraciones espaciales? Y el alma, ¿progresa? ¿Progresa la vida del espíritu?
Para los profetas, el mensaje de la esperanza mesiánica contemplaba el futuro. Para nosotros es una realidad. El Mesías está aquí, entre nosotros, y estará hasta el fin de los mundos. El ser humano no tiene hoy esperanza segura más que en Cristo. Y aquí estamos nosotros para predicarlo hasta desde los terrados. Aquí estamos, en un mundo que nada quiere saber de Él.
Pero no podemos claudicar.
“Vosotros sois la sal de la tierra”.
“Vosotros sois la luz del mundo”.
“Os envíocomo corderos en medio de lobos“.
“Si han guardado (negado) mi palabra, también guardarán (negarán) la vuestra”.
Vayamos adelante en el Nombre de Jesús. Caerán las murallas de Jericó y habrá una tierra nueva.
Hasta aquí el mensaje de los profetas.
He escrito siete artículos. Podría escribir cuatro veces siete. Pero una de las primeras cosas que aprendí como escritor fue la de respetar la síntesis. Y procuro hacerlo.
Concluyo con esta anécdota.
El célebre teólogo nacido en Dinamarca, Soren Kierkegaard,considerado como el padre del existencialismo, cuenta la historia de un payaso que estaba imitando a los profetas en una función de circo.
Terminado su número, el payaso regresó al interior de la carpa.
En ese momento se declaró un incendio y el jefe del circo pidió al payaso, el hombre que tenía más cerca, que volviera a la pista y avisara del peligro.
El payaso lo hizo. De pie en medio de la pista comenzó a gritar: ¡Hay fuego en el circo. Tenéis que salir!
El público creyó que seguía haciendo su número de imitación de los profetas y aplaudieron con risas.
El mundo de hoy está pereciendo sin Dios.
Hay muchos payasos que ocupan los púlpitos de todas las religiones y que sólo entretienen.
Los predicadores cristianos están llamados a ser auténticos profetas de Dios y a anunciar hoy el mensaje que ellos anunciaron al pueblo de entonces.
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