En los 83 países que he recorrido he visto iglesias destrozadas por la misma razón. Los miembros conocen bien la Biblia, pero sus corazones están vacíos de Dios.
Un tema que denunciaban los profetas es el de la contradicción que existe entre lo que creemos y lo que vivimos.
Por medio del profeta Isaías Dios se rebela contra todo lo que hay de vacío en las prácticas religiosas:
“¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos.
¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios?
No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes.
Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas.
Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos.
Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaías1:11-17).
Este texto va desde la impresionante condenación del culto religioso hasta la promesa de reconciliación.
Los profetas denunciaban el monopolio de Dios
Existe en la literatura profética un tema que se trata muy poco: el acaparamiento que se hace de Dios. La manipulación de la divinidad con fines nacionales o particulares.
Dios es exclusivo del pueblo hebreo, dicen los judíos.
Dios es exclusivo de la Iglesia católica, dice el Vaticano.
Dios es exclusivo de los musulmanes, dice el Islam.
Dios es Testigo de Jehová.
Dios es budista.
Dios es protestante.
Y así hasta 3.000 grupos religiosos que hay en Estados Unidos y que pretenden tener la exclusiva de Dios.
Dios no es de ningún pueblo. Es Dios de todos los pueblos.
El Dios del Antiguo Testamento no es un Dios exclusivo ni exclusivista. Es un Dios global, universal.
Cuando inicia la formación del pueblo hebreo tiene en cuenta a toda la humanidad, a hombres y mujeres de todas las generaciones, de todos los rincones del globo.
Al padre de los judíos le dice:
“Serán benditas en ti todas las familias de la tierra”(Génesis 12:3).
El profeta Isaías recuerda a su pueblo la universalidad del mensaje divino.
“La tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar”(Isaías 11:9).
Es el mismo mensaje del profeta Jeremías:
“¡Tierra, tierra, tierra, oye palabra de Jehová!” (Jeremías 22:29).
Jonás, el libro perla de la literatura judía, tiene un claro mensaje: Jehová es un Dios universal interesado en salvar a todos los habitantes de la tierra. Es un Dios global antes de la globalización.
Pero
la denuncia más enérgica contra un Dios nacionalista y nacionalizado la encontramos en la literatura del profeta Amós:
“Hijos de Israel, ¿no me sois vosotros como hijos de Etíopes, dice Jehová? ¿No hice yo subir a Israel de la tierra de Egipto, y a los filisteos de Caftor, y de Kir a los arameos?” (Amós 9:7).
Es imposible decir algo tan duro contra el orgullo hebreo en menos palabras. Pero coincide con la perspectiva brillante de David cuando destaca la nota de la universalidad de Dios:
“Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras” (Salmo 19:4).
Los predicadores cristianos tampoco deben caer en la tentación de monopolizar a Dios.
Su tarea debe consistir en anunciar el carácter universal de Dios, como hizo el apóstol Pablo en Atenas:
“De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres… para que busquen a Dios” (Hechos 17:26-27).
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