Desde Isaías a Malaquías, en el Antiguo Testamento tenemos 17 libros proféticos. Si contamos a Esdras y Nehemías, que figuran entre los libros históricos, hacen un total de 19.
Por otra parte, entre los seis libros históricos de Samuel, Reyes y Crónicas se encuentran numerosas historias de profetas y referencias a su ministerio.
En los libros proféticos encontramos una gran variedad de temas.
Si en sus tiempos hubieran existido editoriales, como ahora, los profetas habrían podido publicar numerosas obras sobre cuestiones muy diversas.
Comentaristas protestantes y católicos del Antiguo Testamento enseñan que el ministerio profético se inició con Samuel.
Pero los autores judíos, que son los más calificados para estos trabajos, se remontan en el tiempo.
El sabio judío Gershom Scholem, profesor de la Universidad de Jerusalén, en un libro que lleva por título
LAS GRANDES CORRIENTES DE LA MÍSTICA JUDÍA, incluye entre los profetas a Enoc, Abraham y Moisés.
La pequeña epístola de Judas, en referencia a las falsas doctrinas y los falsos maestros, dice:
“De estos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán” (Judas 14).
En una visión que tuvo en sueños el rey Abimelech, quien tomó a Sara creyendo que era hermana de Abraham, Dios le dice:
“Devuelve la mujer a su marido; porque es profeta” (Génesis 19:7).
El último capítulo del Deuteronomio, que relata la muerte de Moisés y se cree que fue escrito por Josué, dice:
“Nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara” (Deuteronomio 34:10).
En los libros históricos destacan las hazañas de tres profetas hebreos: Samuel, Elías y Eliseo. Los tres hicieron grandes milagros.
Elías fue privilegiado por el Señor con la fascinante experiencia de no pasar por la muerte, como le ocurrió a Enoc (Génesis 5:24).
Elías fue arrebatado al cielo en un carro de fuego (2ª de Reyes 2:1-11).
Otro honor para Elías fue aparecer en el Monte de la Transfiguración junto a Moisés y a Jesús (Mateo 17:1-5).
Una de las grandes obras que realizó Samuel fue la fundación de una Escuela de Profetas, que se menciona por primera vez en el capítulo cinco de su primer libro:
“Después de esto llegarás al collado de Dios donde está la guarnición de los filisteos; y cuando entres allá en la ciudad encontrarás una compañía de profetas que descienden del lugar alto, y delante de ellos salterio, pandero, flauta y arpa, y ellos profetizando” 1ª Samuel 10:5).
Estas Escuelas eran centros dedicados a la preparación de profetas, como hoy se prepara a jóvenes para el ministerio cristiano en escuelas de Predicadores, Universidades y otras instituciones.
En el segundo libro de Reyes se menciona a los hijos de los profetas: “
Y saliendo a Eliseo los hijos de los profetas que estaban en Betel, le dijeron: ¿Sabes que Jehová te quitará hoy a tu señor de sobre ti? Y él dijo: Sí, yo lo sé; callad” (2ª Reyes 2:3).
Aunque casi todos los profetas eran casados, los que aquí se citan no eran necesariamente hijos legítimos de profetas.
El comentarista judío antes citado, Scholem, y otros especialistas hebreos en el Antiguo Testamento, enseñan que los “hijos de los profetas” eran estudiantes en las Escuelas de profetas, que por el gran respeto que tenían hacia sus maestros se hacían llamar hijos suyos.
Los profetas hablaban algunas veces sobre el pasado, mucho sobre el presente, y en ocasiones sobre el futuro.
A Moisés le debemos los primeros capítulos del Génesis, que son fundamentales para explicar la historia del mundo y del ser humano.
Dios le reveló aquellos importantes hechos del pasado.
Otras veces hablaban en tiempo presente:
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deuteronomio 6:4).
Y en ocasiones se referían al futuro:
“Profecía de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis” (Deuteronomio 18:15).
Si quieres comentar o