Cuenta la Historia- o la leyenda- que Fermín fue un cristiano nacido en tierra navarra en el siglo tercero de nuestra era. De padre pagano y madre cristiana, ésta decidió que fuera educado en la fe cristiana cuando tenía ocho años. A los dieciocho le ordenaron presbítero. Murió en la cárcel decapitado, según dicen.
Designado a dedo e impuesto por la santa voluntad del Vaticano, está considerado patrón de Pamplona. Desde 1717 la capital navarra celebra el siete de julio el Día de San Fermín. Mucha fiesta.
La más importante, los encierros. La ciudad se llena de españoles llegados de todas las provincias y muchos extranjeros. De mañana, los toros que han de ser lidiados por la tarde son llevados a un lugar próximo a los corrales donde son desencajonados. Dese este lugar hasta la plaza de toros recorren calles cerradas con vallas de madera. Centenares de hombres –allí llamados mozos- corren delante, detrás y a los lados de los toros. Este año se rindió un homenaje a 15 “mozos” muertos por toros en los últimos años.
El gran escritor norteamericano Ernesto Hemingway, Premio Nobel de Literatura en 1954, suicidado en julio de 1961 a los 63 años, aumentó su fama con novelas sobre los sanfermines, entre otras, “Fiesta”, “Muerte en la tarde” y “Verano Sangriento”.
Los sanfermines dan comienzo el 7 de julio con el llamado “chupinazo”, un cohete lanzado desde el balcón del Ayuntamiento pamplonica. Concluye el 14 a las 12 de la noche, cuando los mozos y menos mozos cantan compungidos:
-Pobre de mí, pobre de mí, acabaron las fiestas de San Fermín.
Pobre de ellos. Pobres de todos nosotros en estos días de septiembre.
Acabó el período anual de descanso. Se está acabando el verano. Se nos está acabando la vida. Para algunos, como hoy para Santiago Carrillo, gran figura de la historia política española y líder comunista, la vida llegó a su fin.
Así vio y lo escribió Antonio Machado este acabarse:
Todo pasa (acaba) y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
Morir… ¿Caer como gota
de mar en el mar inmenso?
Se fue, pasó, Santiago Carrillo.
Para el resto de quienes permanecemos, acabó el período anual de descanso. Fueron consumidas las vacaciones. Quienes las tuvieran.
¿Descansamos en vacaciones? Dejémoslo en un cambio de trabajo. La leyenda del judío errante es un símbolo de las más altas aspiraciones de la humanidad. Estamos condenados eternamente a marchar sin descanso. A Pirandelo, dramaturgo y novelista italiano muerto en 1936 se le ocurrió decir que Dios nos quiere de pie, vivos en todo momento y sin descansar jamás.
Más pesimista fue el poeta catalán
Gabriel Ferrater, escapado de la tierra en 1972, al renegar de las vacaciones con estas palabras surrealistas y amargas:
Acabadas las vacaciones, sí,
vi que a mi mundo
alguien le había
partido la cara.
Sangre y fuego.
¿Por qué se personifica el verano en la forma de una mujer coronada de espigas maduras, con una hoz en una mano y en la otra un haz de espigas? Así la contemplo en el cuadro pintado por el escocés Joseph N. Paton en el siglo XIX. Intérpretes de la Biblia ven en este cuadro una alegoría del episodio entre Ruth y Booz, según se cuenta en el octavo libro de la Biblia verdadera.
“Bendito sea el verano- decía el político y escritor madrileño
J. Octavio Picón- Que trae días largos para el amor, y para el sufrimiento noches cortas”.
Y quien no ame, o no tenga a quien amar, ¿qué hace con tantos días largos? Y quien sufre, ¿sólo sufre cuando llega la noche?
Más creíble me parece la gran escritora francesa
Marguerite Yourcenar: “No siento ni el frío, ni el invierno, ni el calor del verano. Tengo mis propias estaciones, mi negro sol, mis frutas envenenadas, madurando en parras secretas”.
Pobre de mí, se acabaron las vacaciones. Pobre de mí, se está acabando el verano. Pobre de mí, se nos está acabando y escapando la vida.
Cuenta
Pío Baroja que una vieja vestida de negro pasa ante un prostíbulo. Dice a su acompañante:
-Estas mujeres son de la vida.
La encargada del prostíbulo, a la puerta del mismo, la oye y contesta amablemente.
-Pues si que usted, señora, debe ser de la muerte.
Todos somos de la vida. Y todos somos de la muerte. Hay una cosa tan inevitable como la muerte, la vida. La vida del hombre es un breve paseo entre el germen y la momia, dijo no sé quién.
Cierto. Muy cierto.
En unos breves y deliciosos versos, la poetisa francesa
Asusone de Chaucel escribe:
On entre, on crie,
et cést la vie;
on crie, on sort,
en cést la mort.
(Entramos, gritamos
y es la vida.
Gritamos, salimos,
y es la muerte).
La vida que palpita, el ritmo del puso y el latir del corazón, transcurren entre dos gritos: El grito del nacimiento y el grito ante la muerte. Lo demás es sólo un penacho de humo que llamamos existencia.
También en verso anticipó nuestro
Jorge Manrique en el siglo XV la verdad de la brevedad y fugacidad de la vida.
“No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar,
lo que espera,
más que duró lo que vio,
porque todo ha de pasar,
por tal manera”.
La estrofa anterior forma parte de las famosas coplas dedicadas por el poeta a su padre, Rodrigo Manrique. En estas coplas, de versificación magistral y fácil sonoridad, destaca la profundidad ideológica, el sentimiento elegíaco y filial del autor.
En otras estrofas del mismo canto, Manrique prosigue:
“Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte tan callando…
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir”.
En fin, otro gran versificador, el maestro sevillano
Gustavo Adolfo Becquer, cierra el discurso a la brevedad de la vida con estos renglones:
Al brillar un relámpago nacemos,
Y aún dura su fulgor cuando morimos.
¡Tan corto es el vivir!
De acuerdo: Pero hasta que ese relámpago no penetre lo hondo del alma, estamos vivos, vivimos. Y procede decir, como en el verso de Pedro Salinas: “Seguimos”.
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