Cuando el Papa Benedicto XVI estuvo a punto de tomar tierra en el aeropuerto de Santiago el pasado mes de diciembre, dicen que dijo: “Vengo a un país que es hoy una viña devastada por los jabalíes del laicismo”.
No dejaba de ser un insulto llamar jabalíes a los españoles que no creen en la Iglesia católica o en religión alguna.
Además, desde su reconocida altura intelectual Benedicto XVI debe saber distinguir entre laicismo y laicidad. La laicidad es la separación entre el ámbito de la religión y la moral civil. Nuestra Constitución defiende la laicidad, quiero decir, el respeto a todas las religiones, el derecho a la libertad religiosa y de conciencia.
El laicismo, por el contrario, es indiferente al hecho religioso, a veces defiende el ateísmo y otras veces es beligerante contra la religión.
La España de estos tiempos es laicista en gran medida. Una macroencuesta realizada por el difunto diario PÚBLICO el 24 de diciembre del 2010 daba estos resultados: El 63% de los españoles no cree que el Papa sea representante de Dios en la tierra y el 9% lo duda. El 61% no cree que la Biblia sea Palabra de Dios. El 77% no cree en la comunión tal como la administra el sacerdote católico. El 48% dice no creer en Dios. Un 79% niega la existencia del infierno. Un 69% no cree en la creación del universo físico ni en la del hombre tal como lo explican los primeros capítulos del Génesis. El 66% no cree en el nacimiento de Cristo por intervención divina.
El 77% de los ciudadanos rechazan los dogmas vaticanos respecto al celibato de los sacerdotes y a la oposición al sacerdocio de mujeres.
Por otro lado,
el 77% de los españoles se declara católico. ¿Cómo se entiende esto? No hay misterio. La impronta católico significa para estas personas el hecho del bautismo, el matrimonio y el entierro, un catolicismo social, sin proyección religiosa alguna. Así se explica que sólo el 14% de los españoles asista los domingos a la Iglesia. “Los obispos, los teólogos interesa cada día menos y a menos gente”. Así habló el jesuita granadino de 79 años José María Castillo ante un Congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII.
Esto que sigue ocurrió tiempo atrás, pero es preciso tenerlo en cuenta. No pierde actualidad. El 23 de septiembre 1991 el Papa Juan Pablo II recibió en el Vaticano a los obispos de las provincias eclesiásticas de Valladolid y Valencia. En aquella entrevista Juan Pablo II dijo- y todos los medios reprodujeron sus palabras- que España es un país neopagano. Y mostró su inquietud ante “el preocupante fenómeno de la descristianización” en una sociedad inspirada en “una existencia como si Dios no existiera”.
El Papa arrojaba piedras sobre su propio tejado.
La España descristianizada de la que se quejaba es la España suya, la España de la Iglesia católica, la España que el catolicismo ha dominado durante siglos, la España que después de la guerra civil el católico general Franco entregó en sus manos el control absoluto de la enseñanza, la España en la que el Vaticano, a través de sus cardenales, obispos, curas y monjas, tenían todos los resortes del poder, mangoneaban todos los departamentos de la administración desde los ministerios a las conserjerías.
La misma España que en la Ley de Principios del Movimiento Nacional, promulgada por Franco el 17 de mayo de 1958, instituía: “La nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la ley de Dios según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación”.
¿Dónde está hoy aquella España que prometía acatar la ley de Dios?
¿Dónde está aquella España de fe católica única y verdadera?
El miércoles 13 de junio los obispos españoles lanzaron un plan titulado “La nueva evangelización desde la Palabra de Dios”. Objetivo: recatolizar España.
Azaña pretendía descatolizarla.
Los obispos quieren ahora recatolizarla.
¿Otra vez? ¿Es que no han tenido tiempo en 16 siglos, desde el Edicto de Constantino el año 313 hasta nuestros días, para construir un país auténticamente católico?
¿Qué ha fallado?
¿Qué está fallando?
¿Acaso las culpas de tal situación se pueden cargar a Felipe González, Alfonso Guerra o José Luis Rodríguez Zapatero, pedazos de laicos?.
El lanzamiento de esta misión recatolizadora anunciada por el jesuita Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar del cardenal Antonio María Rouco, llega en mal momento. La jerarquía católica -lo sabe mejor que yo- está siendo muy criticada por el tema de las propiedades inmobiliarias, su aceptación privilegiada de la fuerte subvención económica del Estado; minada en su interior por las confrontaciones y divergencias entre obispos. El teólogo Juan Antonio Pagola, exvicario de la diócesis de San Sebastián, manifestó su pesimismo en unas declaraciones a Libertad Digital. Dijo: “Percibo en la Iglesia un clima complejo de desconcierto, pena, decepción, orfandad, cansancio y miedo”.
En estas condiciones, ¿puede tener éxito la pretendida recatolización de España?
Dios tenga misericordia de todos nosotros. De todos.
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