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¿Se revela Dios a los ateos?

Este tema, el tema de la revelación de Dios, es realmente apasionante.
ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 30 DE ABRIL DE 2012 22:00 h

Estimado amigo: Ser es conocer. La filosofía tiene muchos siglos de existencia para que se le haya escapado una verdad tan simple.

Quiero decir que si uno es, si uno existe, forzosamente ha de darse a conocer. Por muy introvertida que sea una persona, sus hechos, grandes o pequeños, delatan su existencia. Esto, que es verdad en el mundo de la materia, lo es todavía más en el del espíritu.

Y sin más preámbulos: Dios existe, luego de alguna manera ha tenido que darse a conocer al hombre, porque todo un Dios no puede pasar desapercibido. Ni tampoco lo ha intentado. Este tema, el tema de la revelación de Dios, es realmente apasionante.

Entre las muchas formas de ateísmo está la actitud agnóstica. El agnóstico -¿eres, por casualidad, uno de ellos?- se encoge de hombros ante la realidad de Dios. Ni afirma su existencia ni tampoco se atreve a negarla. Pero, eso sí, asegura con mucha seriedad que en el caso de que Dios exista no puede comunicarse con el hombre. Añade que la llamada religión natural, es decir, el mundo que nos rodea, nos revela lo suficiente de Dios como para no necesitar otra clase de revelación.

Todo esto es muy relativo. Y, desde luego, es un capítulo incompleto en la historia de las creencias religiosas. Un Dios que no se dé a conocer al hombre de forma inequívoca será siempre un Dios a medias. Para creer en Él, para saber su voluntad, para hacer sus deseos, hay que conocerle. Y para conocerle ha de manifestarse. La revelación de Dios es absolutamente necesaria.

Teófilo, en su APOLOGÍA, emplea esta bonita figura para ilustrar la necesidad de la revelación: “Los granos encerrados en una granada no pueden comunicar con lo que se halla fuera de la corteza. La iniciativa ha de venir de arriba”.

Aquí tienes, amigo ateo, en la ilustración de la granada, el argumento número uno a favor de la revelación de Dios. El hombre está en la tierra y Dios en el cielo. La distancia que separa a la criatura del Creador es inmensa. De abajo arriba no se puede recorrer. Ha de ser de arriba abajo. El hombre no puede acudir al encuentro de Dios, encerrado en esta corteza de materia. Dios, que lo sabe, viene al encuentro del hombre. La Biblia, en uno de sus pasajes, lo explica así: “¿Alcanzarás tú el rastro de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? Es más alto que los cielos, ¿Qué harás? Es más profundo que el infierno, ¿cómo lo conocerás?” (Job 11:7-8).

Un Dios oculto no podría pedir explicaciones al hombre. Sería un fantasma. Un Dios que exista y que no se manifieste sería un Dios impersonal, sin derecho a juzgar conductas humanas. La responsabilidad del hombre ante el más allá dimana, precisamente, de la revelación de Dios. Si tú no tienes manera alguna de conocer a Dios, eres completamente libre de culpa y puedes vivir a tu antojo, ignorando tus deberes espirituales. Pero si Dios se ha revelado, si hay medios a tu alcance para conocer esta revelación, entonces no tienes disculpa. ¿Lo entiendes?

Casi adivino tu pregunta: ¿Y cómo sé yo que Dios se ha revelado al hombre? ¿Qué pruebas tengo de la manifestación de Dios? Pruebas, pruebas auténticas, tienes muchas, a montones. Pruebas que ves con sólo abrir los ojos; pruebas que adivinas con poco que uses la razón; pruebas que palpas si te atreves a extender tus manos en este gran vacío creado que es el mundo; pruebas que sientes dejando que el corazón te funcione en dirección vertical; pruebas que vives mientras tu alma rueda por esta tierra. Decenas, centenares, miles de pruebas te rodean para darte a conocer la revelación divina. Aquí, otra vez, vamos a echar mano del número perfecto y vamos a considerar juntos hasta siete de estas pruebas. ¿Me sigues?

Una primera prueba es la que se conoce como revelación primitiva: El origen de la palabra, la generación de la verdad sobre la tierra, la naturaleza de la verdad religiosa en particular. Tú, que eres ateo, luchas por encontrar la verdad de la vida o la verdad en la vida, porque estás convencido de que esta verdad existe. Yo, que soy creyente, lucho contigo por la búsqueda de la verdad; pero la que yo busco es una verdad religiosa, una verdad espiritual que me lleva al conocimiento de todas las demás verdades. Y tú y yo, los dos, usamos del lenguaje para nuestra búsqueda de la verdad, empleamos la palabra, esta palabra que es el vehículo de nuestro pensamiento y de todas nuestras inquietudes.

Aquí tienes, amigo mío, una prueba de la revelación de Dios. Lee esta cita de Platón. Es definitiva: “Antes de prescindir –dice el pensador griego- en la explicación del origen de las lenguas, del influjo de esta causa poderosa y primera, y de señalar a todas ellas una marcha uniforme y mecánica que las arrastraría paso a paso desde su rústico principio hasta su perfección, abrazaría yo el parecer de aquellos que atribuyen el origen de las lenguas a una revelación inmediata de la divinidad”.

Antal Schütz tiene un libro magistral, de 300 páginas, con texto muy apretado, dedicado todo él a demostrar la revelación de Dios en la Historia del hombre. Es la segunda pruebaque quiero someter a tu consideración. Para Schütz, los dos primeros capítulos del Génesis son el primer documento de la Historia, porque la llave de la Historia debe buscarse en el hombre mismo, tal como allí aparece creado por Dios, que se da a conocer por medio de sus actos creativos.

La Historia no es una sucesión casual de años y de siglos. Los acontecimientos que la forman tampoco ocurren al azar. El hombre no ha caminado por sus páginas a ciegas. La luz de la Revelación le ha guiado de continuo y el pulso del tiempo ha latido siempre al compás de Dios. La Biblia dice que Dios “es el que muda los tiempos y las oportunidades; quita reyes y pone reyes; da la sabiduría a los sabios y la ciencia a los entendidos, Él revela lo profundo y lo escondido. Conoce lo que está en tinieblas y la luz mora con él” (Daniel 2:21-22).

Una tercera manifestación de la Revelación divina la tienes en la Biblia. Aquí aparece Dios hablando con hombres, interviniendo directamente en la vida de un pueblo. Es una revelación gradual, progresiva, de contenido netamente sobrenatural.Los profetas del Antiguo Testamento atribuían invariablemente sus mensajes a Dios. Son frecuentes las frases: “Así dice Jehová” o “así ha dicho Jehová”, en las páginas de la Biblia. Los hombres que pronunciaban esas frases estaban convencidos de que hablaban en nombre de un Dios revelado. No eran ellos quienes hablaban, sino Dios en ellos y por ellos: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos dijo Jehová” (Isaías 55:8).

Es un Dios conocido, revelado, personal, que asoma a la tierra a través de los grandes ventanales bíblicos. Un Dios que se interesa por el hombre, que le guía, que le apoya en los momentos de desfallecimiento. Busca en el huerto a Adán, le llama a voces para recriminarle por su pecado: “Y llamó Jehová Dios al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? (Génesis 3:9). A Abraham le dice: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré (Génesis 12:1). A Moisés le llama de en medio de una zarza ardiendo, pronunciando dos veces su nombre: “¡Moisés, Moisés!” (Éxodo 3:4). Y en la vida de Jesús, en dos ocasiones, deja oír su voz del cielo para decir: “Este es mi Hijo amado” (Mateo 3:17 y 17:5).

“La Biblia –decía Emilio Castelar- es la revelación más pura que de Dios existe”.

La Naturaleza, esta Naturaleza a la que tú, amigo ateo, llamas madre y colocas en lugar de Dios, proclama también la Revelación divina. Has de tener en cuenta, sin embargo, que la Naturaleza es obra de Dios, no Dios en sí misma. El primer capítulo del Génesis, el que describe la Creación, te dice cómo y de qué manera Dios dio vida a la Naturaleza. Y en esa vida quedaron para siempre las huellas de su existencia, el poder de su palabra, la prueba de su acción, el sello inconfundible de su Revelación.

Los mares inmensos, los cielos abiertos, las noches estrelladas, las grandes montañas, las praderas verdes, los desiertos áridos, los bosques majestuosos, los valles acogedores, todo esto revela la existencia del Creador. Aun cuando no se haya leído jamás la Biblia ni se tenga conocimiento de la Revelación en Cristo, basta con salir un día al campo abierto, escalar la cima de un monte o extender la mirada en el mar solitario, para sentir en el alma la presencia de Dios. El apóstol Pablo dice que “las cosas invisibles de él (Dios), su eterna potencia y divinidad, se echan de ver desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas” (Romanos 1:20).

El Dios que habita los cielos se te revela con su inmenso poder en la Naturaleza que te rodea. “Los cielos –dice la Biblia- cuentan la gloria de Dios, y la expansión (o Naturaleza) denuncia la obra de sus manos (Salmo 19:1).

La prueba número cinco de la Revelación está en tu propia conciencia.Aunque nadie te hablara de Dios, tú sentirías que lo hay con sólo dejarte llevar por las leyes que rigen tu mundo interior.

La Biblia dice que en tu conciencia llevas un eco permanente de la Ley de Dios, mediante el cual puedes conocerte a ti mismo y juzgar tus propias acciones. Hablando de los paganos, que ignoran la Ley escrita de Dios, Pablo, el apóstol, dice que esto no les exime enteramente de responsabilidad, porque llevan “la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio juntamente sus conciencias, y acusándose y también excusándose sus pensamientos unos con otros” (Romanos 2:15).

La Revelación suprema del Padre, sin embargo, es Cristo. Desde los tiempos antiguos Dios ha venido dándose a conocer a través de muchas y muy distintas formas, hasta llegar a su encarnación en la Persona del Verbo. Dice la Biblia que “Dios, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo(Hebreos 1:1).

“Dios –escribe Pablo- estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí” (2 Corintios 5:19). La gloria de Dios se manifestó plenamente “en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6).

En uno de los pasajes más notables de los Evangelios, Cristo mismo dice: “Todas las cosas me han sido entregadas de mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar” (Mateo 11:27).

La extraordinaria relación que Cristo posee con el Padre, su conocimiento de las cosas, paralelo al del Padre y la función única que desempeña al dar a conocer a Dios, le sitúan en primer plano en la Historia de la Revelación.

Todavía tengo para ti una última prueba de que Dios se ha manifestado. Aunque mi cerebro fuera incapaz de comprender el significado de la revelación primitiva; aunque la Historia fuera un libro completamente cerrado para mí; aunque mi ceguera física me impidiera ver las obras de la Naturaleza; aunque mi analfabetismo intelectual me incapacitara para leer la Biblia, y aunque mi conciencia estuviera a tal extremo cauterizada que me impidiera juzgar serenamente, aún me quedaría la experiencia cristiana.

Uno de los muchos ciegos curados por Jesús fue conducido hasta el tribunal religioso de los judíos y obligado a declarar que el Señor era pecador. La respuesta del ciego está llena de una lógica aplastante: “Si es pecador, no lo sé; una cosa sé: que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Juan 9:25).

El alma regenerada no necesita de más prueba que la de su propia experiencia cristiana para admitir la Revelación. Se trata de una manifestación personal de Dios a la que el hombre no puede escapar. El resultado es la regeneración interior, tras haber recibido el perdón de los pecados y la justificación en Cristo.

Esta prueba, estimado amigo, está al alcance de tu mano. Basta con que tú quieras realizarla. Dios te espera. “Yo estoy a la puerta –dice el Señor- y llamo; si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).

Termino por hoy. Pásalo bien.
 

 


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COMENTARIOS

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Johan
30/05/2012
08:09 h
4
 
El mito de dios es tan fascinante como los comics de superman y batman. Dios no existe, ni hay evidencia alguna de su existencia, y los que proponen su existencia argumentando que todo esto necesitó de un creador se olvidan de que entonces quién crearía a dios ? y noten que a nadie realmente consta su existencia, solo los fanáticos y los ignorantes. Muchos en realidad ni creen en dios, desean y exigen que exista, no quieren siquiera ponderar otras opciones porque les aterra. En el remoto e imposible caso de que sí exista un dios, tampoco se alegren tanto pensando que este les va dar vida eterna, no es ninguna garantia de que eso pase, aunque por otro lado la eternidad sería más un casti
 
Respondiendo a Johan

Rosa Jordán de Franco
07/05/2012
08:23 h
3
 
LUCIANO, cómo me gustaría que buscaras en internet la historia de John Newton, el traficante de esclavos, que luego de su milagrosa conversión después de una vida depravada, escribió el precioso himno 'Sublime Gracia del Señor, que a un infeliz salvó, fui ciego mas hoy miro yo, perdido, y Él me halló.' Por favor vuelve a leer, despacio, esa 'sarta de tonterías' que escribió Juan Antonio Monroy, tal vez encuentres algo que toque tu mente y tu corazón y le de un atisbo de luz a tu ceguera. Te saludo en el amor de Cristo Jesús, mi Señor. Rosa
 
Respondiendo a Rosa Jordán de Franco

Rosa Jordán de Franco
07/05/2012
08:23 h
2
 
Estimado hermano Juan Antonio, me gustó mucho la ilustración de la granada. Los que hemos experimentado esa salvación tan grande, sabemos ciertamente, que la iniciativa viene de Dios. Le amamos porque Él nos amó primero. Bien lo dijo el Señor Jesús a sus discípulos cuando éstos le preguntaron: 'Entonces, ¿quién podrá salvarse?' Y Él les contestó: 'Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.' Y me gusta mucho la respuesta del ciego de nacimiento, que es la misma nuestra ante tan gran milagro, tan gran misterio de la salvación por la fe en Cristo Jesús: 'No lo entendemos, pero lo que sí sabemos, es que éramos ciegos, y ahora, gracias al amor, la misericordia y el poder de Dios,
 
Respondiendo a Rosa Jordán de Franco

Luciano
03/05/2012
11:36 h
1
 
Qué sarta de tonterías.
 



 
 
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